Cuando caminan juntos Claudia Sheinbaum Pardo y Francisco Chíguil, lo hacen dos figuras centrales del movimiento político social más relevante de los últimos 80 años. Un Obradorismo nacional y local distinguido por vocación comunitaria, precisión de políticas públicas, disposición movilizadora y capacidades de articulación política de quienes, como ocurre con Clara Brugada, nunca pertenecieron al PRI y menos al PAN, concediendo valor a la vocación social y civilizatoria del priismo de hace las mismas ocho décadas.

En la Gustavo A. Madero no solamente se halla el centro de peregrinación más importante de América Latina, sino uno de los últimos rincones de redefinición de la identidad del Obradorismo después de 2024 donde la épica de Brugada inició junto a su respaldo social en Iztapalapa nada menos que la construcción del poderoso mensaje según el cual, si bien no existe defensa acrítica de ningún pedigrí, tampoco prevalece la indisposición a la defensa de la histórica izquierda social: esa mítica y primigenia plataforma central de la 4T.

El Presidente Andrés Manuel López Obrador aprecia, reconoce, recibe, refiere y abraza a esas tres figuras del Obradorismo y está lejos de considerar inútil su valor ético o el acompañamiento contra viento y marea ofrecido a él desde los 90s y reiterado ahora ante la permisividad periodística del New York Times y la neurótica defensa de una presunta verosimilitud sin fuentes, datos o nombres, en el centro de la transición político-electoral que olfatean algunos buitres de la DEA.

Es también rasgo de ese Obradorismo, en la inminencia de mantener el poder tanto en el país como en la capital nacional, un pragmatismo decidido, pero también dialogador con quienes pudieran autopercibirse como perjudicados por la maquinaria de acuerdos predominantes ante los ojos de dentro y fuera, beneficiarios y afectados, por la transición sexenal.

En esas tres figuras no hay chapulineos. Ajenas aparecen en ellas las traiciones señaladas en otros ingresantes y salientes de listas plurinominales y de mayoría, de uno y otro de los pantones del arcoíris de la sobrevivencia política y de la vigencia personal, de familias y grupos en la búsqueda de centralidad, pedacito o trozo, ganado o inmerecido de poder.

El jueves, Chíguil y 4 mil militantes de la GAM recibieron la visita de Clara Brugada, y de ella la expresión de estar al lado del compañero de epopeya interna del proceso de Morena: “amor con amor se paga”. No solamente reitera una frase del líder sino una determinación sensible, firme y equilibrada para continuar en la construcción de un acompañamiento que es de mayorías de la población en muchas alcaldías del país, las mismas a las cuales, el jueves pasado se dirigió Beatriz Rojas, con una trayectoria propia de décadas, para pedirles mayor fuerza que nunca para defender al movimiento que ha colocado a Sheinbaum y Brugada como punteras de cara a la campaña que inicia el próximo viernes.

Y así, caminaron juntos Sheinbaum y Chíguil para entregar en la Basílica la Rosa de plata bendecida por el Papa. Hay mística, señales y amuletos; hay portadores, también.

Salvador Guerrero Chiprés

@guerrerochipres

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