Justo a las puertas de la mayor crisis que haya vivido el país en su historia reciente, en la fase más peligrosa de la pandemia y en medio de un ambiente de tensión social y política, el discurso del presidente López Obrador pasó de la polarización y el contraste de las ideas y las diferencias, al llamado a la división franca y abierta de los mexicanos. En la nueva dialéctica radical del lopezobradorismo sólo hay lugar para dos tipos de mexicanos: los que están a favor de su “cuarta transformación”, a los que identifica como “liberales” y los que se opongan a ella, a los que considera “conservadores”, clasificación en la que incluye también a todos aquellos que critiquen, disientan o cuestionen las decisiones y acciones de su gobierno.

“Es tiempo de definiciones, no es tiempo de simulaciones, o somos conservadores o somos liberales, no hay para dónde hacerse, o se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país. Se está por la honestidad y por limpiar a México de corrupción o se apuesta a que se mantengan los privilegios de unos cuantos”, dijo el presidente el pasado fin de semana desde Veracruz, en un mensaje que radicaliza a su gobierno y lo aleja definitivamente del “movimiento amplio, plural e incluyente” que propuso a los 30 millones de mexicanos que votaron por él en las elecciones de 2018, para apostar ahora por un movimiento radical y de incondicionales que apoyen ciegamente y sin cuestionamientos su visión de transformación del país.

La definición de López Obrador ocurre en el momento de mayor debilidad de su gobierno, cuando sus niveles de aprobación han bajado por primera vez del 50% según las encuestas y cuando las crisis del coronavirus, tanto sociales como económicas, comienzan a mostrar los efectos que tendrán en un país que no sólo perderá muchas más vidas de las que se pensaban en la pandemia –entre 30 y 80 mil según el promedio de las proyecciones oficiales y de otros científicos— sino que además enfrentará un desempleo histórico, una caída brutal en su producción y economía y una muy posible ola de descontento e inconformidad social que traerá todo ese panorama.

El presidente decide apostar en estos momentos delicados y, a escasos tres meses de que comience oficialmente el estratégico proceso electoral de 2021, por un choque frontal no sólo contra adversarios políticos y electorales, sino contra aquellos grupos y sectores que, inconformes con su gestión de la pandemia y con la falta de apoyos que le negó al sector productivo y a la clase media, porque los reservó para los sectores más necesitados —donde se ubican también sus clientelas políticas— y para sus obras y programas emblemáticos.

En ese sentido va también su discurso divisorio y de ruptura: es un cálculo maquiavélico que busca consolidar y aglutinar a su base política y de votantes, (los “liberales honestos” y los pobres), a los que les vende una “lucha de clases” contra los “conservadores corruptos”, con miras a la batalla decisiva que viene para su gobierno en los comicios federales del próximo año en donde peligra su mayoría legislativa en la Cámara de Diputados: si la pandemia del Covid y sus agudas crisis económias y de empleo traen un desgaste fuerte a su gobierno, el presidente decide apertrecharse con su electorado incondicional y apuesta a enfrentar con ello el embate de las oposiciones, los empresarios y los mexicanos que se inconformarán con la brutal caída de la economía que se avecina.

El problema es que en su discurso de intolerancia, López Obrador parece asumir que sólo gobierna para los que piensan como él y se olvida del resto de los mexicanos que, en sentido estricto, son mayoría. En su clasificación de “conservadores y corruptos” el mandatario no distingue matices ni diferencias e incluye en un mismo saco igual a sus opositores políticos más radicales, partidos, empresarios, gobernadores de oposición, que a sectores que en algún momento lo apoyaron y apostaron por su movimiento de cambio plural e incluyente, pero que hoy son abandonados y hasta despreciados por el jefe del Ejecutivo: pequeños y medianos empresarios, clase media, académicos, científicos, artistas y profesionistas que hoy, por disentir o cuestionar, son vistos como “enemigos del régimen”.

Al final lo más preocupante de la radicalización en el discurso del presidente y con él de su gobierno, es que augura tiempos de confrontación y de tensión política y social en momentos en que el país enfrenta una situación frágil y delicada por una pandemia que aún durará meses entre nosotros y que tendrá consecuencias devastadoras para el empleo y la economía de los mexicanos. Al final, cuando llama a las “definiciones” y coloca a los mexicanos en una disyuntiva de si están con él o contra él, López Obrador se aleja del presidente que ofreció democracia, tolerancia y respeto a la pluralidad, y se acerca más a una lógica autocrática y autoritaria, al mismo tiempo que su “cuarta transformación” se parece más a una “revolución” que aunque él había ofrecido como “pacífica” hoy parece dispuesta a avanzar sólo con los incondicionales, aunque se tenga que aplastar a la disidencia.

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