En unas semanas, nuestro país vivirá un momento histórico: elegiremos a la primera mujer presidenta de México. Si las encuestas no se equivocan, lo más probable es que la ganadora sea Claudia Sheinbaum Pardo, quien califica la continuidad política de su proyecto como ordenada, justa, humanista e innovadora. ¿Es posible lograr ese balance? ¿Continuidad de la “cuarta transformación”, pero con un sello propio de la presidenta?

Quienes dudan de esa posibilidad, lo hacen porque ven a Sheinbaum a través de los lentes de la campaña, la cual no comenzó para ella este año, sino en 2021, después de que la oposición logró arrebatar posiciones clave en la Ciudad de México. Fue en ese momento que la jefa de Gobierno –hasta entones mesurada, profesional, científica--, se empezó a comportar como candidata. El logo verde de la ciudad se hizo guinda y las giras por todo el país mantuvieron ocupados los fines de semana de la morenista.

Hay quienes creemos, sin embargo, que la Claudia Sheinbaum primordial no es la de la campaña, sino la gobernante. La secretaria de Medio Ambiente, la delegada de Tlalpan, la jefa de Gobierno e incluso la investigadora contra el cambio climático. En esos cargos privilegió las acciones a partir de la evidencia disponible, como deben hacer los científicos. Durante la pandemia de Covid incluso se enfrentó, siempre evitando mostrar deslealtad hacia AMLO, a las políticas dogmáticas del entonces subsecretario federal de Salud, Hugo López-Gatell.

No significa que sea infalible. Cometió el error de posponer el desarrollo inmobiliario de la Ciudad de México a un nivel tal que mermó uno de los motores de crecimiento económico de la capital a partir de la suposición, que no la certeza, de corrupción. Pero supo corregir, y reabrió esa válvula después de meses. Es más importante que un gobernante tenga la capacidad de ajustar una estrategia, a esperar que éste crea tener todas las respuestas correctas de antemano.

Quienes la califican de títere por no desmarcarse de López Obrador pierden de vista que todos los candidatos en democracias occidentales están atados de manos a los deseos de sus bases, y la base morenista está completamente alineada a las políticas de AMLO. Tomemos la campaña en curso en Estados Unidos como ejemplo: Joe Biden quiso salir de Medio Oriente desde el inicio de su gobierno (por eso abandonó Afganistán); sin embargo, dejar solo a Israel le pegaría entre los votantes independientes, mientras que abandonar a Gaza le pegaría entre la base radical de su propio partido… por eso su política en la materia parece incoherente: manda misiles a Israel y ayuda humanitaria a los palestinos. Lo mismo Donald Trump: él se ha manifestado contra el aborto desde su candidatura anterior, pero ahora que la mayoría de los republicanos apoyan la medida, intenta decir que no se opondrá si un estado legaliza el procedimiento.

En ese contexto, ¿qué tanto podría Claudia Sheinbaum desmarcarse (aunque así lo quisiera) de su predecesor? Lo mismo aplica para Xóchitl Gálvez. Sabemos, porque lo dijo muchas veces, que repudia la corrupción del PRI; sin embargo, desde que inició la campaña lo único que dice al respecto es que ella no es “tapadera de nadie”, sin entrar en detalles.

¿Estará Sheinbaum atada de manos a una base que le será más leal a su antecesor que a ella? Es improbable, por la sencilla razón de que el presidencialismo mexicano brinda bastante poder a quien detenta la silla, tanto en términos de presupuesto como de elección de cuadros. A diferencia de otros países, aquí la Presidenta no necesitará aprobación del Congreso para elegir a su gabinete y la conducción ejecutiva del país no requiere de consensos parlamentarios.

Sheinbaum tiene todo para convertirse en la Ángela Merkel de Latinoamérica si vemos en la Presidencia a la misma gobernante que ocupó los puestos anteriores en su trayectoria. Una dirigente cuyo poder e influencia se base en su eficacia y no en su carisma. En su sobriedad y no en su estridencia. Depende de sí misma para lograrlo.

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