Una muestra de lo difícil que es para los gobiernos hacer cambios de fondo en sus regímenes y políticas públicas es que el referéndum de 2016, en favor de que Gran Bretaña saliera de la Unión Europea (Brexit) fue contundente. Y a pesar de eso, los miembros de la cámara de los comunes se han negado a aprobar la salida, con todo tipo de argumentos.
Fue necesaria una elección general para que, un segundo premier, Boris Johnson, lograra el mandato popular el pasado 12 de diciembre, a fin de concretar el Brexit, cuando apenas en septiembre diversas fuerzas políticas intentaron crearle un caso legal, acusándolo de mentir a la Reina para lograr que suspendiera el Parlamento por cinco semanas. Como si la Reina fuera neófita.
Todo los retrasos y amenazas de la Unión Europea, de políticos británicos y varias instituciones y expertos se suponía que desgastarían el apoyo al Brexit. Pero el resultado de la elección demostró que son las élites las que no entienden a la masa de electores, cuando menos de 50% se siente defraudada por la globalización a ultranza, la pérdida de industrias y empleos, la cesión de poderes a Bruselas y la migración.
Lo que los votantes rechazaron, así como en otros países, fue la simulación de partidos de derecha e izquierda que resultaba en cambios de gobiernos para sólo sobrellevar una inercia de continuidad del régimen. Para eso crearon el consenso de lo “políticamente correcto” y trataron a los opositores como ignorantes; en palabras de la demócrata Hillary Clinton: de “deplorables”.
Hay pocos liderazgos que logran entender y conectar con esta masa de votantes y Johnson, a pesar de todos los ataques contra su personalidad, su educación privilegiada y su ascendencia en parte aristócrata, probablemente es uno de ellos.
Desde 2016 Boris y sus aliados vencieron en el debate intelectual del Brexit, sin el cual era difícil ganar el político. Éste lo ganó ahora con la elección y su agenda da color sobre su visión: concretar el Brexit, mayor intervención en las regiones del país, aumento del salario mínimo, más inversión en escuelas y hospitales, menos impuestos a los pobres, rescate de ciertas industrias y frenos a la inmigración no calificada.
Faltan negociaciones difíciles, pues la UE tiene un arma de negociación que con frecuencia asusta a los poco conocedores: el acceso libre a su mercado. La “línea roja” es que si Reino Unido se desvía de las regulaciones de Bruselas, su acceso al mercado estaría limitado en esa medida.
Esta arma está sobreestimada, pues en primer lugar todo el comercio mundial está afectado por proteccionismo y la Organización Mundial de Comercio (OMC) está paralizada. Por otra parte, Gran Bretaña compra 85 mil millones de dólares más de lo que vende a la EU, tan alto como 3% de su PIB.
Por supuesto, toda disrupción comercial tendrá costos, pero a la larga, GB se libera de impedimentos para, por su propia decisión, bajar los impuestos, desregular, atraer inversión extranjera, utilizar sus propios recursos para gasto en su propia infraestructura, firmar acuerdos con otros países y controlar sus fronteras.
Y se ahorrará la pesadilla del creciente contagio que hay de los problemas del euro a la agenda de la UE. Como el sistema euro está en riesgo de perder su viabilidad de largo plazo, garantizarla significa, según Francia, un presupuesto común, socializar el costo de mantener una unión bancaria (cuando las carteras vencidas de bancos no están saneadas) y un fondo europeo de estabilización para economías en crisis. Estos pueden ser barriles sin fondo si esas economías no crecen.
Analista económico
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