Aunque la pobreza se redujo, las causas estructurales de la pobreza en México no se han transformado. A esas causas se suman decisiones del gobierno actual que agravaron la situación. Pero no basta corregir esos errores. Hay que ir a la raíz y cambiar las estructuras que producen pobreza.

En mi texto previo, presenté cinco condiciones estructurales de la pobreza:

1) Sistema laboral que incentiva precariedad y mantiene bajos salarios.

2) Acceso a servicios de salud y a la protección social condicionado al trabajo formal.

3) Baja calidad educativa para las zonas con mayor rezago social y abandono escolar de jóvenes de hogares en pobreza.

4) Exclusión económica de las mujeres por roles impuestos de género.

5) Abandono y exclusión histórica de las comunidades rurales e indígenas, sobre todo en el sur-sureste del país.

Estas situaciones estructurales no se han transformado; algunas se agravaron, como el desplome del acceso a servicios de salud; la exclusión de las mujeres por la desaparición de programas como estancias infantiles y escuelas de tiempo completo; el incremento en la pobreza extrema por el sesgo en la distribución de las transferencias monetarias a hogares de mayores ingresos, excluyendo al 60% de los hogares de menor ingreso (deciles I a IV). Otras no se enfrentan, por ejemplo, las becas no mejoran la calidad educativa y no han reducido la deserción en la educación media superior o el impacto cero en empleabilidad de jóvenes con el programa Jóvenes Construyendo el Futuro.

Pero no basta sólo corregir lo que se hizo mal. Se requieren rutas de cambio sistémico, al menos en dos frentes: el económico y el social.

En el modelo económico, hay que ir a la raíz del sistema laboral. Mediante el diálogo social, hay que lograr acuerdos que permitan el incremento de remuneraciones y el cumplimiento de derechos laborales ligados a la productividad. El propósito sería dejar de ser competitivos por los bajos salarios, para lograr competitividad con innovación, talento y salarios dignos.

El cambio social es de mayor calado y complejidad, pues se requiere transitar del modelo actual de seguro social encadenado al trabajo formal, a un sistema de acceso a servicios de salud, a servicios de cuidado y otras formas de protección social, universales, como derecho humano, y ya no condicionados al trabajo.

En materia de salud todas las personas somos derechohabientes, la salud es un derecho humano, y no debe ser una “prestación laboral”, como sucede hoy. Lo mismo aplica al acceso a servicios de cuidados (por ejemplo, estancias infantiles) y a ingreso vital para quienes no pueden trabajar (por ejemplo, la pensión para adultos mayores).

En pocas palabras, el segundo cambio estructural, en lo social, consiste en crear un auténtico sistema de bienestar, con un piso garantizado de ejercicio de derechos sociales, universal, sin discriminación y sin condicionamientos. Y por supuesto, alejado de todas las formas de clientelismo electoral y lucro político con la pobreza.

Estos dos cambios estructurales se complementan con cinco estrategias prioritarias. Las cuales quedan pendientes para una siguiente colaboración. Mientras tanto, recomiendo leer “México sin pobreza y con derechos”, documento elaborado por Acción Ciudadana Frente a la Pobreza ()

Consultor internacional en programas sociales. @rghermosillo

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