Para Azucena Uresti con mi solidaridad,
admiración y cariño siempre crecientes.


La pobreza y el hambre se apoderan de este dolido país. Y no se trata de una evaluación subjetiva y apresurada o una percepción incierta. Los datos generados en instituciones tan confiables como el Inegi y el Coneval y presentados en EL UNIVERSAL y la mayoría de los pasquines inmundos —AMLO dixit— que decimos la verdad, son estremecedores: entre 2018 y 2020 la población pobre de México aumentó en 3 millones 800 mil compatriotas.

No es exagerado decir que el barco de la nación va hacia el naufragio: hay ahora 56 millones de pobres, prácticamente la mitad de los 128 que ahora somos; peor aún, en dos años también se disparó la pobreza extrema —que en cristiano se llama miseria— de 8 millones 700 mil a 10 millones 800 mil en el mismo lapso; o sea, 100 Estadios Aztecas llenos de mexicanos que padecen hambre todos los días. Lo grave es que la pobreza aumentó en 19 de los 32 estados del país. Además, 19 millones de hogares del territorio sufren para poder alimentarse.

Me dicen en el Coneval que los programas sociales de la 4T han contribuido a disminuir el impacto de la Triple Pandemia —sanitaria, económica y social— y que de no ser por ellos la cifra de nuevos pobres habría llegado a los cinco millones. Lo creo. Pero también está claro que los 293 mil millones que se destinaron a ese fin han sido insuficientes. E igual es un hecho que la actual y simplona política de reparto de dinero a jóvenes y viejos no ha funcionado. Como seguramente sí lo hubieran hecho créditos y estímulos fiscales a pequeñas y medianas empresas para evitar el cierre de cientos de miles de ellas con la criminal pérdida de millones de empleos, que es el caldo de cultivo de la pobreza. Que también implica la frustración y la rabia por la falta de satisfactores tan elementales como agua, luz o drenaje. En pocas palabras, uno de cada dos mexicanos vive o sobrevive apenas en estas condiciones inhumanas que nos acercan a la barbarie y nos alejan de la civilización.

Añádase que todo transcurre en el desértico escenario de enfermedad, donde el monstruo del coronavirus ya ha adoptado formas inimaginables que lo convierten en un asesino cada vez más letal. Otra vez son datos oficiales, aun considerando que el gobierno siempre los ha achicado: iniciamos la semana con 225 mil muertos y casi tres millones de infectados; hospitales a punto de saturación; un caos nacional en que se extraña la falta de una autoridad federal y moral para conducir una política sanitaria inteligente y disciplinada; hoy cada entidad tiene sus reglas y las aplica a su arbitrio; ahí tenemos la estúpida e interesada pugna entre el vocero López Gatell y la Jefa Sheinbaum por si estamos en naranja o en rojo sin que esto signifique nada en las calles. Lo mismo en lo que hace a las universidades y escuelas, con la insistencia presidencial de la vuelta a clases de los niños “llueva, truene o relampaguee”. Pregunto: ¿alguien se hará responsable de la muerte de mil, cien o de tan solo un niño por Covid?

Lo que asombra e indigna es que el presidente López Obrador niegue la realidad y siempre tenga otros datos. Y más aún, que no le dedique tiempo, energía y coraje a estos males amenazantes de todos los días, sino a la defensa de su ego gigantesco. Ya estará hoy su vocerita evaluando verdades exageradas no sobre el gobierno de este país, sino sobre el solitario de Palacio. Los millones de afuera, que se jodan.


Periodista.
ddn_rocha@hotmail.com

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