Así nos ha visto y nos sigue mirando desde el púlpito de su trono a más de la mitad de los millones de mexicanos que no piensan como él: blandiendo su gigantesca y vengativa masa de picos destructores o con el látigo de su desprecio.

En una dolorosa nostalgia, muchos recordamos a aquel David enfrentando al Goliat del establishment; el mismo que nos prometió desterrar al monstruo para darnos un México más próspero, más pacífico, más respetuoso y más justo. El mismo Andrés Manuel López Obrador que recién llegado a la presidencia se comprometió: “Ofrezco a ustedes, señoras y señores magistrados, así como al resto del poder judicial, a los legisladores y a todos los integrantes de las entidades autónomas del Estado, que no habré de entrometerme de manera alguna en las resoluciones que únicamente a ustedes competen; en este nuevo gobierno, el Presidente de la República no tendrá palomas mensajeras ni halcones amenazantes. Ninguna autoridad encargada de impartir justicia será objeto de presiones ni de peticiones ilegítimas cuando esté trabajando en el análisis de elaboración o ejecución de sus dictámenes y habrá absoluto respeto por sus veredictos; el ejecutivo no será más el poder de los poderes, ni buscará someter a otros poderes”.

¿Lo reconoce usted? ¿Se reconocerá él? Porque es el mismo prometedor David, transmutado en Goliat, el que ha utilizado al Congreso –bajo el control morenista- como oficialía de partes y al que sin ningún respeto, ni siquiera pudor, ordena aprobar sus iniciativas sin cambiarles una sola coma; el mismo que ordenó destazar presupuestalmente al INE, con el pretexto de la austeridad y el ahorro de decenas de millones, cuando sus obras faraónicas aumentan su gasto periódicamente en miles de millones de dólares; el mismo que ha asegurado que el Instituto Nacional de Transparencia no sirve para nada y que ha ordenado a su senado paralizarlo, boicoteando el nombramiento de al menos uno de los comisionados faltantes; el mismo que cerró nueve mil estancias infantiles, decenas de refugios para mujeres violentadas y le quitó el pan de la boca a un millón y medio de niños de escuelas de tiempo completo; el mismo que ha expropiado kilómetros de vías férreas de particulares porque ya no le dieron los tiempos para terminar una de sus obras monumentales –monumentos para él y su posteridad- como es el Ferrocarril Transístmico.

Es el mismo López Obrador que enfurece luego de que la nueva Suprema Corte se opone a sus caprichos inconstitucionales: anulando su reeleccionista “Plan B”; descartando la opacidad de los “asuntos de seguridad nacional”; o respaldando a sus tribunales con la suspensión de obras del Tren Maya. Lo que ha llevado al presidente a la insensatez de afirmar que la Corte pretende dar un “golpe de Estado técnico”. A lo que la Ministra Presidenta ha respondido contundente, que no hay que confundir legalidad con popularidad.

Lo cierto es que este Goliat empequeñece, mientras que los Davids que él creía minúsculos crecieron y se multiplicaron: cada vez más los miles que marchan en las calles, los académicos que defienden sus centros de estudio, los libres practicantes de la inteligencia, los ambientalistas y al frente de todos, una mujer llamada Norma Piña.

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