No son los fantasmas de los neoliberales, los conservadores o últimamente los reaccionarios. Sus peores enemigos están con él, dentro del Palacio Nacional. Son los abyectos y genuflexos que a todo le dicen que sí con tal de conservar posiciones de poder y negocios. Los que nunca correrán el mínimo riesgo de hacerlo enojar con el roce del pétalo de una sugerencia, un señalamiento y menos aún una crítica.

Son los que están haciéndole un daño gigantesco a él y al país, porque lo debilitan día a día en lugar de fortalecerlo. Y es que, durante su gobierno, se ha forjado la especie —sobre todo en las mañaneras— de que tenemos un presidente víctima de intentos golpistas o descarrilamientos de su 4T; lo cual lo ha puesto a la defensiva, soltando golpes desesperados. Cuando lo que requerimos es un Jefe de Estado fuerte, en beneficio del país.

A ver: la estrategia de un presidente inmolado y bajo asedio, ha resultado absolutamente fallida. Ha dividido al país entre buenos contra malos; ha rebasado todos los límites de la tolerancia; el resultado es un mandatario en la queja perpetua, la paranoia y las generalizaciones injustas; acosado, acotado y débil.

Lo que no entienden los serviles cerebros que le rodean —aunque hay excepciones— es que, sobre todo en estas horas de incertidumbre global, necesitamos un presidente que concilie a los opuestos; que sea dialogante con sus críticos; que escuche y luego decida; que señale rumbos claros; que gobierne para todos y no solo para sus fieles; que tenga la grandeza de la generosidad; un presidente fuerte. Así, en el sentido político y de moral pública. Como lo demanda la nación.

Porque un ejemplo de los costos gigantescos que AMLO está pagando por los consejos de sus halcones es la gestación de la crisis social culminada en los días históricos contra los feminicidios, cuyo promotor principal ha sido el propio gobierno a través de medidas no solo impopulares sino absolutamente irracionales: el rompimiento con todos los órganos de la sociedad civil, a quienes retuvo apoyos con la cantaleta de la corrupción no probada caso por caso; el cierre de las estancias infantiles, aun cuando la ASF reportó irregularidades solo en siete por ciento de las 9,399 estancias; la cancelación de más de veinte programas en beneficio de las mujeres; el retiro de apoyos a los refugios para mujeres violentadas con un desconocimiento ofensivo de los protocolos y la secrecía con que deben operar; el no pronunciar el nombre de Fátima, quien solo fue “la niña” durante los primeros cinco días de su crimen horrendo; el revictimizar a quienes son asesinados por borrachos o drogados; la prioridad de la rifa del avión sobre los feminicidios; el “olvido” del 9 de marzo; las insoportables marionetas de las mañaneras; el relegar a cuarto plano los comentarios sobre la gigantesca e histórica convocatoria del domingo; los ataques sistemáticos a “los que muerden la mano de quien les quitó el bozal”; el rechazo a la creación de una Fiscalía Especializada para Atender los Feminicidios porque todos los días su gobierno trabaja “para garantizar la paz y la tranquilidad”. Pero sobre todo la insistencia obsesiva de culpar a los fantasmas: “hay otra vertiente de quienes están en contra nuestra y lo que quieren es que fracase el gobierno y la Cuarta Transformación”.

No, señor presidente, no hay ninguna conspiración en contra suya. Andrés Manuel, con el cariño de toda la vida te insisto: queremos un presidente fuerte y generoso; no un mártir a la defensiva.


Periodista.
ddn_rocha@hotmail.com

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