Hace apenas seis meses, el 11 de marzo, se cumplían cien días de gobierno, y surgían ya los primeros síntomas de intoxicación del poder. Escribí entonces:

“Son numerosos los morenos que hoy ejercen cargos públicos o de representación popular sin mérito alguno. Peor aún, sin el menor reconocimiento de que están ahí debido al doble fenómeno del hartazgo popular del gobierno peñista y el liderazgo carismático a la “N” potencia de Andrés Manuel López Obrador que implosionaron el 1º de julio del 18. Es más, algunos son tan estúpidamente soberbios que creen que ganaron por sí solos o que se merecen los cargos en los que fueron impuestos en todos los niveles jerárquicos del gobierno federal o de los Congresos, federal y locales.

Y así ejercen: siguiendo o tomando medidas absurdas; atropellando derechos laborales y humanos sobre todo de quienes viven en el pecado de no ser morenos de origen; institucionalizando las bajezas y las leperadas como lenguaje cotidiano. Los mismos que con los pretextos de la lucha contra la corrupción y por la austeridad llevadas a extremos enfermizos, golpean y maltratan desde los pequeños tronos de sus nuevas oficinas.

Son quienes día a día denigran la Cuarta Transformación. Los heraldos negros del nuevo gobierno. Los perversos propagandistas de la imagen de López Obrador. Quien, por cierto, ya debería identificarlos como sus peores enemigos. Porque además están cometiendo los mismos excesos de gobiernos anteriores en el ejercicio del poder: ya se supo que el propio AMLO regañó fuertemente a su gabinete por los “goles” que le han metido con el nombramiento de servidores públicos de medio y hasta alto nivel con perfiles más que polémicos, sin preparación, con pasados oscuros o cuentas pendientes.

Ya los ejemplos de ineptos, parientes, novias y novios en cargos jugosos son abundantes. Y lo han hecho sin pudor alguno. El abuso como algo natural y consustancial a una suerte de absurda revancha social: ¡ahora mandamos nosotros!”

Para mi desgracia esta percepción se convirtió muy pronto en realidad y me ha tocado vivirla en carne propia como Director General de Ciudad T.V. 21.2 el Canal del Congreso de la Ciudad de México. Y que conste que si por vez primera abordo un tema personal es porque se ha convertido en un asunto público. Y es que desde que asumió la mayoría de Morena en la actual legislatura, se desató la ambición de este grupo parlamentario que a toda costa se ha querido apropiar del Canal como un botín político y no de servicio a los habitantes de esta ciudad tan compleja como entrañable. Con ese nefando propósito han atropellado audiencias y trabajadores con todas las vilezas posibles: reducción del 80 por ciento del presupuesto de operación; retención de seis quincenas de salarios y cierres de madrugada en instalaciones. El extremo es que inventaron un contrato para obligarnos a entregar nuestras oficinas y echarnos a la calle. Pero como necesitaban mi firma decidieron falsificarla. Así, con todas sus letras: falsificarla. Tres dictámenes grafológicos han determinado que las firmas que se me atribuyen en ese contrato ilegal, son absolutamente falsas. Una acción gravísima que entraña varios delitos, que denunciaré ante tribunales.

A ver, señor presidente López Obrador, con el cariño, respeto y la independencia de toda la vida, le pregunto: ¿es ésta la Morena que usted quiere?

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

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