De un lado, el de los que se dejaron seducir por el líder carismático y porfiado en su tercer intento por llegar a la Presidencia. Del otro, los que lo han cuestionado desde siempre o que siendo de los 30 millones, ahora se han arrepentido.

Una preferencia de entre 58 y 68% que sin embargo se va diluyendo; frente a una animadversión que va creciendo también poco a poco. Con el consiguiente temor de lo que puede pasar cuando se crucen las dos variables. Sobre todo en un escenario de recesión, desesperación y desempleo que desde ahora están anticipando los expertos para 2020.

Por lo pronto, tenemos un país dividido y confrontado: entre los chairos reivindicados por el presidente frente a los fifís tan denostados por el mismo presidente; los incondicionales de la Cuarta Transformación, contra sus críticos, enemigos y traidores a la patria; los pobres contra todos, incluidos clasemedieros y ricos, desde los que pecan por tener carro hasta los seguramente corruptos dueños de empresas; los morenos que han amasado fortunas ahora bendecidas contra los que, si se equivocan en su declaración, irán a la cárcel y perderán su casa o negocio; los privilegiados con maestrías y doctorados —seguramente por la corrupción de sus padres— opuestos a los jóvenes construyendo el futuro; los adultos mayores que te guardan el super contra los que estiran la mano; los que se subliman con el 100 por ciento de las mañaneras contra los que dudan de una sola de sus palabras; panegiristas contra críticos; los que gozan y abusan del poder en sus nuevos cargos burlándose de los miles de despedidos; los del Zócalo menospreciando a los del Ángel; en batalla campal los de Polanco, la Condesa, Coyoacán, Iztapalapa y la Del Valle; y más recientemente hasta Vargallosistas contra Antivargallosistas.

Mientras tanto, Andrés Manuel López Obrador pide un año más de plazo para encausar de manera irreversible su Cuarta Transformación. De modo que, dice, ya no la puedan descarrilar sus adversarios. Yo no sé de alguien con tan aviesa intención, porque estaría descarrilando también al país. Pero el presidente está en su derecho a pedir tregua, una prórroga que le permita consolidar un concepto de nación, en el que ha tenido logros importantes como su lucha contra la corrupción. Sin embargo, me parece que él y su gobierno deben considerar al menos dos factores:

-El primero, que tres mil nuevos mexicanos nacen cada día demandando alimento, educación, salud, vivienda y todo tipo de satisfactores; que será muy difícil atender con un crecimiento cero, porque no se están generando nuevas fuentes de financiamiento. El dinero que el gobierno reparte cada día puede acabarse en un entorno económico adverso y devenir en una crisis social que nadie desea.

-El segundo, que ojalá y el Presidente López Obrador hiciese un esfuerzo de introspección para meditar sobre algunos de los rasgos que lo están definiendo: si no es tiempo ya de escuchar a sus críticos de buena fe; de rectificar en decisiones sin sustento; de sumar en lugar de restar; de meditar si la centralización del poder y la eliminación de contrapesos es la mejor fórmula para consolidar nuestro proceso democrático; si le seguirá funcionando la estigmatización del pasado; de evitar el riesgo del río de palabras —a veces sin cauce alguno— de las mañaneras; aceptar que ha vilipendiado a los medios hasta tratarnos como perros; entender que las palabras hieren más que las balas.


Periodista.
ddn_rocha@hotmail.com

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