Días interminables en que las cifras van creciendo por miles. Sin que nadie las contenga. En este noviembre llegaremos a una mortandad de 100 mil mexicanos a causa del coronavirus. Y rebasaremos el millón de contagiados. También aumentarán las mentiras que hemos venido escuchando desde que en marzo el Covid-19 fue inocultable: “pues si no es la peste”; “abrácense”, diría el presidente. Luego, ya iniciado el reinado de su vocero, la prohibición contra natura de pruebas de detección oportuna a los laboratorios particulares. Todo para evitar que los malgobernados no nos percatáramos de las dimensiones de la pandemia. Y más tarde el absurdo todavía incomprensible del no uso del cubrebocas: “se imaginan, qué va a decir la gente”, diría López Obrador; “la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”, apostilló el acólito López-Gatell.

Desde ese momento comenzó la urdimbre convenenciera de un manejo político de la crisis del Covid-19, que ha generado ya cuatro pandemias: la estrictamente sanitaria; la económica, que está siendo devastadora; la social, con su carga de millones de desempleados y nuevos pobres y ahora la política. Manifiesta en las confrontaciones entre los gobiernos federal y de los estados por la falta de una estrategia integral e inteligente, más allá de los semáforos y otros inventos fallidos. En cambio, el ínclito vocero instalado ya en profeta, ha regañado a gobernadores y se ha burlado de los exsecretarios de Salud.

Por eso el escenario es caótico. Ya son doce los mandatarios que han dado positivo al Covid-19. La más reciente y muy consentida Jefa Sheinbaum, que estuvo a punto de regresarnos al color rojo y se arrepintió para no desentonar con el gobierno lopezobradorista. Por aquello del karma, la Ciudad de México se le ha salido de control con la gente volcada en las calles, plazas comerciales, el Centro Histórico, restaurantes y el culto multitudinario a San Judas, que anticipa la hecatombe que puede ser el fervor Guadalupano del 12 de diciembre con millones de peregrinos que intentarán llegar a la Basílica.

A propósito, el coronavirus nos está restregando en la cara la pobreza. Un estudio de nuestra UNAM nos plantea una realidad estremecedora: los primeros que han muerto y siguen muriendo por Covid-19 son los pobres; la pandemia ha cobrado más víctimas entre los desamparados, los de menor nivel educativo o quienes son parte de los grupos vulnerables; 90 de cada cien fallecidos son trabajadores del sector informal, burócratas de bajos ingresos, jubilados, pensionados, albañiles, obreros y choferes. En cambio, hay relativamente pocos muertos entre ejecutivos, profesionistas, artistas y estudiantes universitarios. Y aquí, otro dato escalofriante: 85 por ciento de los decesos se han producido en hospitales públicos. En contraste, solo 15 de cada cien han muerto en hospitales privados.

No se trata en modo alguno de una visión clasista. Es el reflejo del país profundamente desigual que es México. Aunque también es válida la pregunta de por qué ha mentido sistemáticamente el gobierno ante la más aguda y cruel crisis de salud de las décadas recientes. Sí, ya sabemos que es un fenómeno global; pero ¿por qué países del sudeste asiático están festejando el fin de la pandemia y nosotros todavía no tocamos fondo ni de la primera etapa?

El presidente sigue sin usar cubrebocas. El vocero por fin lo usa… para limpiar sus lentes. A los dos se les olvida que el virus también vota.

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

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