Ella fue inventada por el Señor de Todos los Poderes. Lo sabía. Pero, por una extraña razón, fue adquiriendo su vida propia. También lo sabía. Seguro fue por ese mundo de sueños de grandeza, desde que comenzó a perseguir al prometedor Conejo Blanco, hasta llegar a esa tierra maravillosa de extraños seres, animales fantásticos y personajes de locura como la Reina de Corazones. Un mundo hostil en donde Claudia fue descubriendo el egoísmo, los temores y la violencia de esos habitantes. En el que la niña se hizo mujer para imponer poco a poco atributos tan simples como el equilibrio, la buena fe, su resolución y su inteligencia. Después de todo, no la pasaba tan mal en el pequeño castillo dispuesto para ella. Aunque siempre se supo vigilada desde el vecino Gran Palacio en que habitaba su creador, el Señor de Todos los Poderes. También conocido como Andrew Carroll.

Así transcurrió su vida. Hasta que llegó la peste. Y con ella la enfermedad. Y con ellas la muerte. Miles de súbditos del reino y un llanto sin tregua. Hasta que alguien le mostró el invento salvador de las mascarillas mágicas que atajaban los alientos malignos. Así que Claudia los repartió a los suyos. Hasta que vino la orden fulminante del Señor de Todos los Poderes: nada que no proceda del médico de mi corte. Por ello Claudia hubo de deshacerse de las mascarillas mágicas, aunque por un extraño embrujo, también de todos sus encantos. Colorín, colorado.

Confieso que no se me ocurrió otro modo de relatar la infamia histórica que estamos viviendo en esta Ciudad de México y el resto de la nación. Este país de las maravillas que el presidente Andrés Manuel López Obrador nos describe durante las mañaneras y en el que todo es felicidad porque ya domamos la pandemia, lo peor ya pasó, la recuperación económica ha comenzado y su Guía Ética es lo único que nos faltaba para transformar a esta república de bienaventurados.

Porque no es verdad que haya un millón de contagios, ni que oficialmente los muertos sumen más de 100 mil o tal vez 200 mil si los contamos bien. Ni que millones de mexicanos perderán sus empleos y la oportunidad de llevar un pan a su casa. Que otros tantos millones se convertirán en pobres o hasta miserables por obra y gracia de políticas públicas gestadas en el capricho y el encono y no en la elemental ciencia de las sumas.

El ejemplo más claro se está dando en la capital de todos. Donde, por unas cuantas semanas, tuvimos la esperanza de que nuestra Jefa de Gobierno actuara con el liderazgo consustancial exigible y no como una más del corifeo del presidente. No ha sido así.

En principio, la doctora Sheinbaum pareció rebelarse ante el estúpido mensaje desde las alturas para no usar el cubrebocas. Y se atrevió a aparecer con él, aun en los actos oficiales con el presidente. Incluso en las semanas recientes y ante el crecimiento geométrico de muertos y contagiados, su gobierno lanzó una campaña que a muchos nos pareció no solo eficaz sino valiente: advirtiendo que el cubrebocas era indispensable para contener el Covid-19. Pero bastó una frase del presidente, cuestionando por centésima ocasión al pequeño adminículo que usa todo el planeta e imponiendo que el solo creía en la sana distancia, para que doña Claudia —a la que se le acabaron los tonos de naranja— cambiara al día siguiente su campaña.

Al fin y al cabo, él le ha prometido el reino. Así que los súbditos ya no le importan. Lo que ella no sabe es que hay otra historia: Alicia a través del espejo.

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

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