No se trata de ser ave de mal agüero. Pero desde que yo era aspiracionista en nuestra UNAM, me enseñaron a trazar prospectivas: se toman datos ciertos del pasado reciente; se analiza su tendencia y se anticipan comportamientos. Por ello es posible pronosticar que México será todavía más violento en este año que comienza. Apenas a mitad del sexenio ya se rebasan los cien mil crímenes promedio de los gobiernos de Calderón y Peña Nieto. Los colgados de los puentes; los acribillados en sus casas o en restaurantes con niños incluidos, ya forman parte del paisaje cotidiano que el actual gobierno federal no quiere mirar. Sea por miopía convenenciera y cómplice o por el empecinamiento más que sospechoso de una estrategia absolutamente fallida: “abrazos, no balazos”, donde se incluyen la estupefacción de la liberación de Ovidio, aquel saludo a la mamá del Chapo y la exigencia de respeto a don Joaquín Guzmán Loera.

Hoy, no son pocos los altos funcionarios y gobernadores que están prófugos, presos o señalados por sus vínculos con organizaciones criminales: hasta la casualidad o causalidad de la foto de quien fue un futbolista extraordinario y podría terminar en delincuente ordinario. Lo que no está a discusión es que el Cartel Jalisco Nueva Generación y el de Sinaloa dominan la tercera parte del territorio nacional; algo así como 600 mil de nuestros dos millones de kilómetros cuadrados. Una gigantesca realidad que el gobierno no admite.

Lo mismo ocurre con la pandemia del Covid 19: ya rebasamos los cuatro millones de contagios; hay un promedio de 20 mil cada día; se reconocen 300 mil muertos, cuando las cifras oficiales de mortalidad establecen al menos medio millón; somos uno de los países que peor han manejado la prevención y vacunación. Aunque lo que más indigna, además de la carencia de una estrategia integral, es la negligencia criminal de las autoridades frente a la catástrofe sanitaria: el presidente López Obrador pide no alarmarnos por la variante ómicron; el verdugo López-Gatell no aparece porque está resfriado; el lamentable secretario Alcocer dice que a los niños les basta el Vaporub; y la favorita Sheinbaum justifica que su gobierno no tomará medida alguna. Total, un caos.

Lo que sí está claro, es que el presidente tiene una sola prioridad: ganar elecciones. Para empezar, su obsesiva revocación de mandato que solo él ha pedido con el propósito de reconfirmar su aceptación y presumir una mayoría –aunque no sea legal– que no solo quiere que continúe gobernando, sino que lo siga haciendo con el mismo autoritarismo que ha exhibido hasta ahora.

Es el primer paso. Para proseguir con las seis elecciones estatales que el lopezobradorismo y su partido quieren ganar de todas todas, a pesar de las feroces disputas al interior de Morena, que tiene 160 precandidatos. Lo inquietante es que también en la oposición hay fracturas y rupturas de quienes no han logrado las ambicionadas postulaciones y las propias diferencias entre la coalición PAN, PRI y PRD por las candidaturas comunes y en solitario.

En suma, un escenario de crispación en donde pasarán a un segundo plano emergencias como la preservación de la vida; el abatimiento de la inseguridad que se respira en todas partes; y la urgente necesidad de elevar el nivel de sobrevivencia de millones de mexicanos en pobreza. Los grandes pendientes que la 4T ignora.

Periodista.
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