La difusión de los videos de 2015 que involucran a Pío López Obrador y David León Romero no son más que una muestra de que el viejo orden no termina de morir, y lo nuevo no termina de nacer. No termina de morir la utilización de la guerra sucia contra los intentos transformadores, y no termina de nacer la cultura democrática que esté a la altura de las exigencias actuales.

Por eso, entender la actual investigación por actos de corrupción, iniciada a partir de una denuncia realizada por el ex director de Pemex, Emilio Lozoya, así como el intento de desprestigiar las aportaciones de un particular a un movimiento social, requiere contextualizar el momento político histórico que actualmente atraviesa México.

En primer lugar, se tiene que decir que la lucha contra la corrupción y la impunidad es el pilar más importante del cambio de régimen que inició en julio de 2018. Después de años de abuso y de saqueos, de décadas en las que la unión entre el poder político y el poder económico provocó grandes pérdidas al erario mexicano, empobreció a la sociedad y pauperizó las condiciones de vida de millones de mexicanas y mexicanos, el país decidió, con la democracia como única herramienta, poner fin a la larga noche neoliberal, para dar paso a la Cuarta Transformación de México.

Pero quienes se encontraban en la cúpula del viejo régimen, quienes por años protegieron sus propios intereses y no los de la sociedad, se niegan a aceptar el resultado de la democracia, y durante los primeros dos años han atacado indefectiblemente todas las acciones del actual gobierno. En medio de la peor crisis sanitaria y económica mundial en décadas, incluso han politizado una pandemia que nadie pudo haber previsto. Sin embargo, el apoyo social con el que cuenta el gobierno del presidente López Obrador ha sido un blindaje efectivo, y estas estrategias no han mermado la legitimidad de la actual administración.

Debido a los nulos resultados de estos ataques, la reacción que se opone al cambio de régimen ha iniciado una nueva estrategia: quiere hacer creer a la población que el gobierno del presidente AMLO y el movimiento social que encabeza son iguales que los gobiernos del antiguo régimen. Por ello, mientras que en México finalmente se encuentra en marcha una estrategia real para desmantelar la corrupción, quienes se oponen a ella intentan instalar la idea que éste es un mal que todos los gobiernos padecen, y quieren transmitir la falsa percepción de que la corrupción está también presente en el gobierno actual.

Pero ésta es una situación ajena a la realidad. El gobierno del presidente AMLO no es como los anteriores, y la sociedad está consciente de ello. Una de las enormes diferencias que marca distancia con el pasado es la integridad que el actual mandatario tiene para dar la cara a la sociedad, así como el historial limpio que lo respalda. Siempre ha dejado claro que si sus familiares cometieran algún delito deberían ser juzgados como cualquier otro ciudadano, y después de la aparición de los videos mencionados ha pedido a los involucrados que no se amparen, sino que permitan que las investigaciones pertinentes sean llevadas a cabo.

Como contraste a la transparencia con que el jefe del Estado mexicano ha decidido enfrentar los ataques, están los comportamientos que en el pasado los presidentes asumieron frente a sonados casos de corrupción. En el sexenio anterior, por ejemplo, el entonces mandatario nunca dio la cara ante los escándalos que involucraban a su familia y gabinete —incluso aseguró que jamás debió permitir que su esposa intentara explicar el origen de los recursos con los que adquirió la llamada Casa Blanca—, con lo que mostró un total desinterés por la rendición de cuentas.

Por eso, puesta en contexto, la publicación de los videos con los que hoy se busca manchar la honestidad del presidente es parte de los esfuerzos por evitar los profundos cambios que en México se están llevando a cabo. No solamente el combate a la corrupción, sino las modificaciones para lograr una sociedad más equitativa y justa, en la que se protejan los intereses de la mayoría de la sociedad, y no los de unas cuantas personas.

Este nuevo intento de contragolpe es también un ejemplo de cómo el antiguo régimen solía frenar a las personas que se atrevieran a cuestionar sus métodos y objetivos. Precisamente, en el más reciente libro de mi autoría (La infamia) relato cómo desde el poder se utilizaron las guerras sucias para perseguir a personas y movimientos sociales que representaban una amenaza para el viejo orden.

Así, aunque el viejo régimen se niegue a morir, la coyuntura actual está mostrando que no todas las personas somos iguales ni en la forma ni en el fondo. En la forma, porque lejos de eludir la responsabilidad, ésta se va a enfrentar sin acudir a la protección del poder político. Y en el fondo, porque no es lo mismo recibir miles de pesos para apoyar a un movimiento social, que millonadas de dólares para el peculio personal, en perjuicio de nuestra soberanía.

 
ricardomonreala@yahoo.com.mx 
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA 

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