El pasado 25 de noviembre se acaba de conmemorar el “día internacional de la eliminación de la violencia en contra de la mujer” , instaurado por la ONU en 1999. Se realizaron movilizaciones en todo nuestro país bajo el símbolo del color naranja.

Sin embargo, hay un segmento de la población femenina que es ignorado en México como víctima y este lo conforman las mujeres migrantes, quienes a su paso por nuestro país son violentadas de forma sádica, como lo reflejan los testimonios recabados por quienes atienden los albergues dedicados a proteger a estos extranjeros. Sus testimonios quedan ignorados porque su condición de indocumentadas les limita el trato con las autoridades, e incluso, muchas veces las autoridades policiacas están involucradas en esas agresiones.

Es su condición de vulnerabilidad la que estimula la agresión .

No es necesario recurrir a los estudios de conducta para entender que ante la vulnerabilidad, es previsible que se den dos posibles conductas: una de ellas sería la solidaridad y con ella el instinto de protección, pero también se puede manifestar el despertar de conductas sádicas vinculadas con la oportunidad de cometer el abuso en un contexto de impunidad y sin consecuencias. Que se asuma una u otra conducta, depende del marco moral de la persona, pero también de la oportunidad de obtener los favores sexuales , por la seducción o por medio de la violencia si existe un ámbito de impunidad.

Según Laura García Coudurier, directora ejecutiva del Fondo Semillas , en entrevista con Carlos Puig en Milenio TV, seis de cada diez niñas y mujeres migrantes centroamericanas que cruzan a México, son agredidas sexualmente. También es sabido que en sus países de origen son inducidas a tomar anticonceptivos para evitar embarazos no deseados derivados de las agresiones.

Ya en 2014 Amnistía Internacional había alertado al gobierno de México de este grave problema, ocasionado por autoridades mexicanas y crimen organizado, pero nunca se atacó este problema y hoy, a un año del nuevo gobierno, el mismo problema persiste aún.

¿Qué sucedería si la prensa mexicana descubriese que en Estados Unidos hay una práctica similar en contra de nuestros connacionales?. Seguramente sería un escándalo.

Este añejo problema se conoce, pero se interpreta con insensibilidad total, como si su condición de extranjeros migrantes les anula todos sus derechos humanos, incluyendo su derecho a la integridad física.

En lo general, los mexicanos no somos solidarios, ni siquiera respetuosos de los migrantes extranjeros, pero en contraste somos muy sensibles cuando nos enteramos de que algo sucedió con nuestros connacionales en la frontera norte. Entonces el nacionalismo surge y exigimos justicia para nuestro connacional, que sin embargo, nosotros no brindamos a nuestros visitantes.

El problema de la violencia en contra del género femenino está tapizado de estereotipos y arquetipos, donde todo se circunscribe al machismo proveniente del género masculino.

Sin embargo, no se podrá resolver esta problemática si no se rompe el círculo vicioso que se origina en el ámbito familiar. Un alto número de agresores se formó moralmente bajo la influencia de la complicidad materna, o sea una madre sobreprotectora de los hijos varones, que se enorgullece de ellos y de su conducta machista. Son madres que han sido víctimas de los padres de sus hijos, pero que se sienten reivindicadas al solidarizarse con sus hijos varones y de este modo cobran esas facturas pendientes en la figura de las mujeres que se vuelven víctimas de sus vástagos.

Muchas veces las madres se convierten en cómplices directas de las agresiones de sus hijos. Este rol se puede convertir en una cadena infinita de cobro de facturas.

Es un círculo vicioso perverso que se debe romper con educación moral y la promoción de la “sororidad”, que es un concepto que se ha fortalecido recientemente y hace alusión a la solidaridad entre las mujeres. Cuando una mujer se convierte en cómplice de un agresor masculino en contra de otra mujer, se está traicionando a sí misma porque está renegando de su propia identidad.

Los delitos sexuales cometidos dentro de la familia y tolerados sin imponer el castigo, para evitar el escándalo social, terminan siendo la escuela donde se forman los violadores.

Por otra parte, aunque estén vigentes las leyes, mientras los funcionarios que deben hacer valer la justicia no estén convencidos de la gravedad de los delitos sexuales y se minimice su impacto mientras no se llegue al homicidio, este problema no se resolverá.

Muchos testimonios de víctimas de delitos sexuales manifiestan haber sufrido bullying por parte de los funcionarios de los ministerios públicos. También haber sido objeto de ironías, comentarios malintencionados y morbosos y al final, una coacción para el desistimiento de la denuncia. Esto genera impunidad.

Primero los abusos de índole sexual son tolerados por las autoridades con su actitud displicente. De este modo el agresor sexual evoluciona a la violencia física y solo obtiene castigos menores. Después, cuando el mismo sujeto llega al homicidio, es cuando sobreviene la sorpresa y el escándalo.

Mientras los pequeños delitos sexuales no sean castigados con firmeza, no se frenará la espiral de violencia.

¿Usted cómo lo ve?

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