Da un poco de vergüenza escribir del PRI estos días. Primero porque ya todos los analistas de México y sus alrededores ofrecieron su opinión sobre el tema, y segundo porque el esperpéntico personaje de Alejandro Moreno es un recordatorio desagradable de nuestras tradiciones más cínicas. Parece imposible añadir algo novedoso en torno al asunto, pero da la impresión de que hemos pasado por alto un antecedente. Desde que la izquierda empezó a gobernar la Ciudad de México, el PRI capitalino asumió un papel semejante al que está asumiendo hoy el PRI nacional. Dirigido por Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre y su equipo de impresentables, el PRI chilango vio migrar sus mejores cuadros y operadores al servicio de los gobiernos perredistas. Se quedaron en el tricolor un puñado de incondicionales a Gutiérrez de la Torre con quienes éste se repartió el presupuesto (varios millones de pesos en prerrogativas) y unas pocas diputaciones plurinominales cada 3 años. No solo eso, de oposición no tenían nada. Sus candidaturas en la ciudad se volvieron ya no digamos testimoniales, sino invisibles. Despreciado por el electorado capitalino, el compromiso del PRI local con el gobierno en turno era aprobarle prácticamente todas sus iniciativas en la Asamblea Legislativa del entonces Distrito Federal. A cambio, el gobierno perredista no se metía con la cloaca interna del partido en términos de corrupción, compadrazgos e incluso, como supimos después, trata de personas. Además, para los gobiernos perredistas tener ese PRI, esa “oposición” suponía un lujo. Cuando necesitaban sus votos en el legislativo, los tenían. Y cuando querían descalificar cualquier asomo opositor señalaban a la dirigencia del priismo local “Vean nomás quién encabeza la oposición. ¿Quieren votar por eso? Mejor sigan votando por nosotros.” Varios años más tarde, cuando Gutiérrez de la Torre dejó de ser funcional, e hizo falta aparentar que se combatía la delincuencia, el señor fue encarcelado.

Estimo que el cálculo del PRI nacional hoy es el mismo. Le solicita sutilmente al gobierno federal que interceda por él ante el Tribunal Electoral para validar la reelección infinita de sus dirigentes, y a la vez le hace un guiño para prometerle los votos en el Legislativo a favor de sus reformas. No solo eso, dado el desprestigio de los personajes que siguen al frente del CEN priista, le ofrece la imagen perfecta para descalificar a “la oposición.” Si Alejandro Moreno representa la oposición, el gobierno en turno se verá siempre más decoroso. Pregunta la gente “pero ¿no es un suicidio? ¿Cómo pretende el PRI ganar elecciones con esta imagen tan deteriorada?”. La respuesta es que el PRI ya no buscará ganar elecciones. Su función será otra, servir al régimen y enriquecer a sus dirigentes. La gutierrización del PRI nacional (en referencia a Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre) supone mucho más que una mera señal de la crisis de los partidos políticos. Dicen que el PRI está por desaparecer, yo creo que eso dependerá de los gobiernos de Morena. Mientras el priismo resulte funcional, los operadores gubernamentales pueden mantener artificialmente su registro. El PRI serviría como mastín que le ladra a los oponentes, los priistas pueden constituir un grupo de porros útiles al gobierno para intimidar a grupos de oposición genuinos. Insultarán como han insultado y difamado estos días a quienes se atrevan a cuestionar la tentativa reeleccionista. Si los priistas ya tienen un pie en Morena y van a colaborar con Morena ¿por qué no simplemente se cambian de partido como todos sus exgobernadores este sexenio y cierran el organismo? Porque la dirigencia tiene un negocio muy rentable en las prerrogativas que les otorga el presupuesto público. A eso quedó reducido el “partidazo.”

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