En la tarde fuimos a un pequeño evento en el parque Los Camarones de Puerto Peñasco. Había gente con banderas del PRI, del PAN y el PRD. No sé dónde comió el candidato, pero llegó un poco tarde, de manera que seguro se trató de una reunión política significativa. Este evento estuvo un poco más deslucido, pues no hubo intervenciones del público, sino de puros políticos locales de Puerto Peñasco. Nuevamente, le pregunté a la gente que no venía de parte de los partidos qué andaban haciendo en un mitin electoral. “Venimos a ver qué dice de la inseguridad, estamos muy preocupados por eso.” Una y otra vez, la inseguridad como inquietud dominante. Un poco más tarde, la jornada cerró con una larguísima entrevista de un periodista local de Puerto Peñasco al licenciado Beltrones. La precariedad del ejercicio periodístico en provincia me quedó claro una vez más, en la medida que el reportero tuvo necesidad de pedir el apoyo técnico del candidato para grabar la entrevista. Nuestros periodistas no disponen de equipo suficiente para desempeñar sus tareas, mucho menos garantías para su seguridad en regiones tan peligrosas. La entrevista versó sobre el desarrollo turístico y económico del puerto, un tema en el que vi muy suelto al candidato. Hablaba de cifras hoteleras, afluencia turística e inversión extranjera en el puerto como si le preguntaran de sus actividades de la semana. Ya entrada la noche, el equipo de campaña salió a disfrutar la vida nocturna del puerto, pues como dije la vez anterior, estábamos en pleno Spring Break. Había una multitud de turistas en el malecón y los restaurantes, pero yo decidí quedarme en el hotel por agotamiento físico. Tanto madrugar, tanto andar en carretera y comer tan pesado me había dejado exhausto, pese a que yo venía como un mero observador invitado a la campaña. Es increíble lo fácilmente que se olvida que una campaña electoral es una prueba de resistencia física formidable para los candidatos. Las campañas son, por encima de todo, batallas cuerpo a cuerpo por la conquista de cada palmo de terreno. Me pregunté cómo era posible que Beltrones, más de treinta años mayor que yo, se viera tan cómodo a pesar del ritmo tan extenuante. Desperté hasta la mañana siguiente a las 4:30 AM.

Me bañé rápidamente y bajé a buscar la pick up del equipo, que ya estaba esperándome, a pesar de que ellos no durmieron por irse de antro. Salimos en ruta a Caborca, a donde llegamos como a las 7 de la mañana. Ahí, el candidato ofreció dos extensas entrevistas radiofónicas (otra vez, las estaciones de radio son muy importantes en pueblos pequeños). De Caborca es originario Ricardo Pompa, servidor público ejemplar y uno de mis mejores amigos desde hace más de dos décadas, de manera que él pudo orientar al equipo con mucha facilidad en su pueblo natal. Nos recomendó lugares para comer y todo tipo de cuestiones. Llegamos a Caborca el mismo día del aniversario de la carrera del Moro de Cumpas, una efeméride local relativa a una carrera de caballos que dio lugar a numerosas leyendas, corridos y luego fue llevada al cine. Honradamente, el tema no podía importarme menos, pero el equipo de Moisés y por consiguiente un servidor, nos llevamos una fuerte amonestación por no haberle recordado la efeméride al licenciado Beltrones para que la comentara el tema en redes sociales. Es parte de las campañas locales, resulta indispensable la sensibilidad política para los asuntos de interés regional y microhistoria del estado.

El evento político grande en Caborca tuvo lugar en un hotel, en cuyo auditorio cabía bastante más gente que en todos los eventos de los pueblos anteriormente visitados. Fue un mitin largo, con la participación de dirigentes municipales y candidatos a la presidencia municipal, la diputación local, la federal y regidurías. Habló tanta gente que el público empezaba a desesperarse, pues era evidente que a quien les interesaba ver y preguntarle cosas era a Beltrones. Caborca, como todo el resto del estado, se encontraba sufriendo una crisis de inseguridad reciente y vivía atemorizada por la violencia del narco. No obstante, había otro tema del que querían hablar: el abasto de agua. Caborca no sufría el desabasto recurrente que azota al resto del estado (un estado desértico, a fin de cuentas), pero quizá por eso mismo les inquietaba que fueran a quitarles agua a ellos para darle a otras regiones. Le pedían a Beltrones que hiciera una obra de infraestructura hidráulica para todo el estado, similar a la que le construyó a Caborca cuando era gobernador. Esto es uno de los distintivos más interesantes de su campaña.

Se trata de un candidato que, en buena medida, no necesita darse a conocer, ya lo ubican en todo el estado. Ha recorrido su inmensa geografía como diputado, senador y gobernador. En todas partes le hablan de tú “Manlio ayúdame con esto”, “Manlio apóyame con aquello”, en el estilo desenfadado e igualado de los norteños. El estilo genuinamente democrático pues. Yo no me atrevería a hablarle de tú, pero el campesino más modesto sí. “Cuando Manlio vino, le dije ¡oye, los chilangos nos quitaron los apoyos al campo, a ver si los consigues de regreso pues!”, me cuenta una señora. “Manlio hazme caso” le grita otra viejita afuera de un evento. Y él se regresa riéndose. Me doy cuenta, que, en gran medida, esto es la política. Beltrones no habla mucho, sus intervenciones duran como 20 minutos. En ese rato, cuenta anécdotas de grandes personajes que ha conocido y chistes con los que todo su público se puede identificar. Él no es el orador enfebrecido que calienta plazas como Porfirio Muñoz Ledo. No es un agitador, es un conciliador. Él es el político seductor que escucha y recoge demandas para ver cómo negociarlas en el Congreso. Tan luego como oye una solicitud, ya está pensando con quién tiene qué dialogar en la Ciudad de México, cuánto le puede pedir y qué le debe ofrecer. Todo el tiempo habla de números “cuando yo era diputado, traje tantos millones de pesos para la carretera que va de (inserte aquí pueblo desconocido) a (inserte aquí aldea desconocida).” “Cuando fui gobernador gestioné ayudas federales por tantos millones para construir tales avenidas”, “estando en el Congreso le dije al secretario de hacienda, las mineras se llevan tanto dinero de Sonora y los impuestos se los queda la federación, ¿no debería tocarle al estado un porcentaje’”, etcétera. “Decidí regresar al senado cuando vi que la senadora sonorense de Morena dijo que está orgullosa de no cambiarle una coma a las iniciativas del presidente. Pero esas iniciativas no le dan prioridad a Sonora ¿de qué nos sirve tenerla en México entonces?” La gente capta su mensaje. Se aprende mucho en la observación de la campaña, se entiende mejor el sistema político. Es una lástima que nuestros politólogos y analistas capitalinos no se den la vuelta por este tipo de giras… Otra jornada agotadora. Rápido a carretera para regresar a la capital del estado, donde el candidato grabará un spot con una madre buscadora. Más caminos de terracería, más hermosos paisajes del desierto. Ya no doy más. Me despido del equipo llegando a la ciudad y vuelvo a caer dormido. Me falta todavía lo que más añoro, recorrer Hermosillo, mi ciudad, con el candidato. Esa fue la invitación formal.

***

En la mañana se trata de ir a un desayuno con periodistas de Hermosillo. Desayuno para los periodistas, pues el equipo de Beltrones se la pasa ocupado en preparar el evento. Una mesera me encaró enojada “ayúdame a mover las sillas y las mesas para que quepa la mesa grande de los eventos” me grita. O no, tal vez no me grita, debo recordar que así habla la gente del norte, parece que grita y está enojada, pero no, es su tono natural. En realidad, está de buenas. “Gracias” me dice con sequedad cuando terminamos de mover el mobiliario para dejarle espacio a las cámaras. Por la ventana, veo a Moisés afuera del restaurante rodeado de los periodistas, que le piden entrevistas individuales con Beltrones y quién sabe qué otros favores inconfesables. Cuando entra Moisés le pregunto “¿puedo desayunar aquí”, y su mirada me contesta airadamente que no. El candidato llega, la entrevista fluye, una decena de periodistas comiendo y preguntándole de los temas más diversos, desde el asesinato de Colosio (sí, otra vez), hasta sus propuestas como candidato al senado. Él no prueba bocado. A la salida del evento, me acerco a Beltrones “paisano ¿ya desayunó? Le invito unos tacos del Chino Mario.” Se me queda viendo, y creo que Anzaldúa, el secretario privado le dice “ya nos están esperando en el PRI estatal licenciado.” “No pasa nada, si no sobornamos a Raudel con unos tacos de cabeza ya no va a querer venir” contesta Beltrones. Acto seguido voltea con su chofer y le dice “desvíate para llegar con el Chino Mario” y vuelve a hablarme a mí “súbete a la camioneta”. Me subo y nos vamos platicando en el camino.

“¡Mire, la Sauceda! Mis papás me traían de niño a este parque los fines de semana” le señalo. “¿Ya viste cómo lo tienen ahora?” me reta molesto. Son puros escombros. Lo que fuera un parque infantil con museo para niños, juegos y todo tipo de actividades es hoy un terreno lleno de basura. “Esto a mí me duele mucho Raudel. Ese parque fue idea de mi difunta esposa. La güera Pavlovich (la ex gobernadora Claudia Pavlovich) me prometió arreglarlo y no lo hizo. Y eso que le ayudé a conseguir recursos desde el Congreso” explica con disgusto. “Para que veas que son cuentos eso que dice la gente de que yo la puse y yo la manejaba y no sé cuánto. Eso no es cierto en política. Cuando alguien se sienta en la silla y tiene el poder, se olvida de todo lo demás” me comenta. “Ve dónde están sus ex colaboradores. Todos se fueron a otros partidos y viven de atacarme, ¿cómo va a ser cierto que yo los puse y que me obedecían?” se queja. Manlio Fabio Beltrones es muchas cosas, pero no una persona que se victimice. Me llama la atención su queja. Me quedo pensando en ella mientras recuerdo a la gente que integraba el equipo de Pavlovich y que se fue a otros partidos. A más de uno de ellos lo llegué a escuchar hablando maravillas “del jefe Manlio” en el PRI Sonora. Alguno incluso me contó que fue a Estados Unidos a comprarle un autógrafo de Yogi Berra, la leyenda del beisbol, para regalárselo a Beltrones y tratar de ganárselo. Ahora hacen campaña contra él, es parte de la naturaleza crudelísima de la política. Llegamos a la taquería. Hacemos fila para ordenar como cualquier hijo de vecino. La gente no se da cuenta o le da igual que Beltrones esté entre los comensales, por lo menos al principio. Luego nos sentamos a comer y se le quedan viendo. “Manlio ¿me permites una foto?” le pregunta un padre de familia. “Claro que sí” le contesta sonriente el candidato. Y empieza el espectáculo. No lo dejan comer, unas familias y mujeres piden foto. Otros se acercan a pedirle ayuda con alguna gestión, unos de más allá, le piden cita, algunos más le cuentan sus problemas. Pienso que al candidato se le van a enfriar los tacos mientras yo pido más. Él se ve contento en su elemento, retratándose y abrazando a la gente, pidiéndole a su equipo que les tomen los datos. No faltan vendedores ambulantes, salidos quién sabe de dónde, que se acercan a ofrecerle kilos de almendras y chile chiltepín. “Ten para que te los comas en el camino” me regala los costales de almendras y las bolsas de chiltepín que no tengo idea cómo voy a transportar en el avión de regreso a México. “Avísenle al Chino Mario que vine a visitarlo y no estaba” le comenta Beltrones dice a los taqueros al despedirse. Nos vamos de ahí al PRI estatal.

En el PRI, es como asistir al concierto de una celebridad. La gente lo rodea ansiosa de acercársele y de nuevo, retratarse. La foto es como una evidencia de cercanía con el dirigente político que se puede presumir ante la militancia y otras figuras de la comunidad. Entre más fotos, mejor. Finalmente le permiten subir al escenario y empieza a hablar de la operación electoral el día de la jornada. Me siento hasta atrás para no estorbar. “¿Tenemos suficientes representantes de casilla para el día de la elección?” pregunta a la gente del comité partidista. La respuesta es negativa. La ex diputada Flor Ayala, hoy colaboradora del presidente municipal de Hermosillo, expone con exactitud los números que se requieren y aquellos de los que se dispone en la realidad. “Ni sumando los que nos ofrecen el PAN y el PRD nos alcanza” explica Ayala. “¿Y cómo le vamos a hacer?” pregunta el candidato. Una señora del público lo interrumpe “Manlio, yo fui representante de casilla por el PRD y la gente del PRI es bien transa. Cobran y se van. No se quedan hasta el final. O sea que ni pagando alcanza. Yo que estaba embarazada en el proceso electoral pasado, cuando la candidatura del Borrego (en Sonora casi todos los políticos tienen apodos), me quedé en la casilla hasta el final.” Aplausos para la señora. Beltrones platica con ella y le pide a su equipo que le tome los datos. Sale del auditorio un poco molesto “les pagaban a los representantes de casilla y de todos modos no cumplían. ¿De qué sirve ¿Dónde quedó la militancia que tanto se presume?” pregunta en voz baja. Pasa a la oficina del presidente del PRI estatal y se queda a conversar un momento con el comité directivo. “Les presento a Raudel, nuestro sonorense distinguido en la Ciudad de México. Escribe en El Universal ¿ya lo conocen?” les pregunta. Silencio generalizado. Por fortuna, Flor Ayala, la misma que le dio las cifras de representantes de casillas, le contesta “Yo sí lo conozco. Es amigo del Jorge, mi hermano, desde hace como veinte años. ¿Te has quedado en la casa de mis papás verdad Raudel? Fuiste a la primaria con el Pollo y los amigos del Artemio ¿no?” me pregunta y yo sonrío asintiendo. La comodidad regresa al lugar, el regionalismo es fundamental en Sonora, hubieran desconfiado mucho de mí si nadie me reconocía. “Es que no lo han visto mucho porque es de Navojoa” les explica Beltrones. Estoy a punto de aclarar que no soy originario de Navojoa, pero Beltrones me contiene irritado con un gesto y me dice en voz baja “tú no hables, para que ya no hagan chistes de la gente de Navojoa. Que vean que hay talento en Navojoa.” En Sonora la gente hace chistes de los de Navojoa como si fueran chistes de gallegos. Me río por dentro. A la salida del PRI le digo “Oiga ¿me da una entrevista para El Universal sobre todo lo que he visto aquí?”. Con amistosa y divertida franqueza norteña me contesta sonriente “no estés chingando. Mejor te invito otras veinte veces a los tacos, aunque te acabes el presupuesto de la campaña. ¿Qué no ves que ahorita necesito llegarle a los medios de comunicación locales antes que a los nacionales?”. La claridad del razonamiento político de Beltrones me deja callado. En efecto, la prioridad de su campaña es impactar públicos locales. Debí pensarlo antes, pero le hago una contrapropuesta “¿me deja escribir una crónica de todo lo que vi en este viaje paisano?”. “De todo no” me contesta mirándome de manera que parece exigirme cierto criterio político en la publicación de la crónica.

De ahí me invita a su casa de Hermosillo. Seguramente la gente se imagina una mansión opulenta, pero no, es una casa muy decorosa y elegante en la colonia Pitic. Tiene el buen gusto de ser grande sin ser gigantesca ni ostentosa. Es muy cómoda eso sí, fina y fresca como las casas de las familias viejas de Hermosillo. Nos sentamos con su equipo de trabajo en una mesa redonda donde empezaron a analizar temas de la campaña. Quisiera decir que se trata de lo que los analistas llaman WAR ROOM, pero no, a ése no me invitaron. Y si me hubieran invitado, no me hubieran autorizado a escribir de eso. Eran temas fundamentalmente logísticos. En medio de esa conversación, tocaba la puerta mucha gente que venía con peticiones al candidato. El motivo de la reunión quedó en el olvido y se convirtió en una especie de mesa de atención ciudadana. Empresarios, ciudadanos, todo tipo de gente buscaba al candidato para plantearle sus inquietudes personales. Aún no estaba lista una casa de campaña formal, así que de algún modo llegaba gente a su domicilio privado a pedirle todo tipo de apoyos. Yo lo veía sonriente, infatigable, oyendo las detalladas exposiciones de los problemas de vecinos de Hermosillo. “Para que veas cuáles son las preocupaciones reales de tu gente” me dijo sonriendo. Yo observaba atónito. Había de todo. Había desde gente que lo buscaba para pedirle ayuda con el ruido en su colonia por un trabajo de construcción ahí cerca, hasta solicitudes de trámites en México, gestión de apoyos sociales para sus hijos, favores políticos y un sinfín de cosas. A todos atendía con cordialidad. No sé cuánto tiempo estuvimos ahí. Había gente que le hablaba por teléfono en el celular a un pariente y luego se lo pasaba a Beltrones para corroborar la historia que le estaban contando. Veo al candidato sonreír atendiendo desde las solicitudes más frívolas hasta las cuestiones más delicadas y me retiro discretamente. Es hora de cenar y yo no perdono ninguna comida.

***

Yo le deseo a los lectores que la vida los bendiga con un amigo tan extraordinario como Jorge Ayala Robles Linares, una amistad que atesoro desde hace más de veinte años. Mi amigo hermosillense, el hermano de la Flor Ayala, la que me reconoció en el PRI estatal, me espera sonriente al día siguiente afuera de donde me hospedé en Hermosillo para llevarme al aeropuerto. “¿Qué onda Raudel? ¿Cómo te fue?” me pregunta alegre como siempre mientras conduce su jeep rumbo al aeropuerto. La noche anterior habíamos devorado unos tacos de carne asada en la taquería Piña “¿cómo andas del estómago?” se ríe a sabiendas de que me comí 10. “¿Ya sabes lo que vas a escribir?” me pregunta. Se me ocurren muchas cosas, pero mejor le pregunto por su familia y me despido. Al abordar el avión me quedo con una última reflexión. Para este viaje yo estuve releyendo Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro Obregón, por las obvias similitudes del tema, personajes y circunstancias. No obstante, la campaña de Beltrones cada vez me recordaba más al libro Our Man de George Packer. Beltrones, como Richard Holbrooke, el biografiado del libro de Packer, era un político (en el caso de Holbrooke, un diplomático) formado en el oficio y sensibilidad de otra época desaparecida, rodeado de colegas (los políticos de hoy) que ya no saben cómo hace lo que hace. Protegido político de don Fernando Gutiérrez Barrios, a Beltrones le tocó una Secretaría de Gobernación todavía funcional para mantener el orden y la seguridad, al frente de la cual estaba Jesús Reyes Heroles. Secretamente envidiado por sus colegas, Beltrones es heredero de una tradición política que no hemos podido reproducir en el siglo XXI. “Cacique” le dicen unos con resentimiento, “priista viejo” le acusan otros. Simplemente político por los cuatro costados diría yo. Una tradición que concibe la política y la vida pública de otro modo, cuando las instituciones que le dieron origen a Beltrones ya no existen, pero que él sigue operando en representación de ellas. Resulta fascinante. Ojalá regrese al Senado y le devuelva un poco de dignidad a una institución despreciada por el obradorismo. En eso nos va la sobrevivencia de la República.

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