Brasil acaba de presenciar un escenario que se mantuvo durante meses como una posibilidad latente, pero que parecía haberse logrado esquivar tras la toma de protesta del presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Este domingo, cientos de seguidores del ex mandatario Jair Bolsonaro irrumpieron violentamente en las sedes de los tres poderes del país: el Congreso Nacional, la Corte Suprema y el Palacio Planalto. Como lo han hecho desde hace meses, los manifestantes exigieron una intervención militar para destituir al presidente democráticamente electo. Pese a que por el momento las autoridades han retomado el control de los inmuebles, los hechos acaecidos abren nuevos retos e interrogantes sobre el devenir de la democracia del gigante sudamericano.

Previo a los comicios, una de las mayores preocupaciones era el papel que tomaría el ejército, y en particular, la policía militar una vez anunciados los resultados. La transición de poder mostró que Bolsonaro parecía carecer del suficiente apoyo del ejército, pese a haberles favorecido con presupuesto y cargos a lo largo de su administración. Sin embargo, los eventos recientes reafirmaron el rol preponderante de la policía militar en disturbios postelectorales. El propio Lula condenó el desempeño de la policía de la capital al no haber respondido en tiempo y forma. Algunas imágenes y videos circulados en redes sociales muestran poca resistencia por parte de los elementos en el intento de los manifestantes de romper el cerco que resguardaba la zona.

Esta situación preocupa no solo en el supuesto de que fuerzas del orden público se negaran a restaurar el orden en el caso de que continúen o escalen los disturbios por parte de adeptos de Bolsonaro, sino que plantea un complejo escenario en materia de seguridad para Lula da Silva en un momento en el que ciertas bases radicales están más armadas que nunca. Así mismo, pese a que quizás no se cuenten con los elementos necesarios para tildar estas acciones como un intento de golpe tradicional y aunque el sistema de contrapesos ha resistido a los recientes embates, es innegable que estos eventos van más allá de una simple protesta. No es exagerado afirmar que la coyuntura ha puesto en juego a las más de tres décadas de vida democrática en el país.

Por su parte, las escenas en Brasil reavivaron lo ocurrido hace apenas dos años cuando seguidores del ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, asaltaron el Capitolio. A pesar de algunas diferencias considerables, destaca el crecimiento de los grupos radicales de derecha y su disposición a recurrir a la violencia para irrumpir en procesos democráticos. Quienes encabezaron la toma de las sedes del poder político en Brasil, en su mayoría hombres blancos, parecen haber seguido al pie de la letra la estrategia delineada por el ex asesor de Donald Trump , Steve Bannon. Aunque Bolsonaro se ha deslindado de los hechos y pese a los arrestos que se han concretado hasta el momento, aún queda por ver quiénes estuvieron detrás de las protestas y quiénes financiaron caravanas de tal magnitud.

Como puede observarse, el clima que sembró Bolsonaro será difícil de evaporar aún sin estar en el poder. Los grupos de ultraderecha no solo buscarán ser oposición a través de protestas y la narrativa de un supuesto fraude electoral, sino que también ejercerán su influencia en el espacio legislativo, en el ámbito empresarial, en los medios de comunicación y en las redes sociales. En Estados Unidos, las elecciones intermedias evidenciaron que los resultados no favorecieron en su mayoría a aquellos que candidatos apoyaron a Trump y la insurrección. En este escenario, habrá que ver si este acto de violencia fortalece o perjudica al ascenso de la extrema derecha en las próximas elecciones.

En política, cada palabra importa. En este sentido, resulta interesante las distintas formas bajo las cuales la comunidad internacional se ha pronunciado respecto a los acontecimientos. En particular, llama la atención la adopción de una línea con notables similitudes entre términos como “fascismo”, “golpistas” y “conservadores”, por parte de mandatarios de izquierda como Gustavo Petro, Xiomara Castro, Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández, entre otros. Por lo pronto, los esfuerzos regionales se han concentrado en hacer un llamado a una reunión de emergencia del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA).

Finalmente, cabe destacar que este evento es el saldo de años de una retórica polarizante. Ejemplos como el de Brasil ponen en alerta a la región y al mundo, y muestran cómo la desinformación, el extremismo y la radicalización impactan directamente en la democracia.

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