Hace más de 8 años tuve mi primer contacto con mujeres privadas de la libertad, fue en el penal de Barrientos. La multitud, el olor, los custodios, las miradas, la pesadez en el ambiente, las condiciones tan inhumanas y las historias de aquellas mujeres me marcaron de por vida. Salí con un deseo incontrolable de ayudarlas.

Así empezó , como una idea soñadora por parte de universitarias para transformar las cárceles de nuestro país en lugares de oportunidad y no de castigo.

Con el paso del tiempo nos dimos cuenta del inmenso trabajo que se requiere dentro de las cárceles para lograr una reinserción social efectiva de las personas privadas de la libertad, desde las cuestiones más básicas como espacios dignos, hasta brindarles las herramientas suficientes para que puedan encarar los retos de la vida en libertad.

Siempre pensamos que nosotros éramos quienes les íbamos a enseñar a ellas un oficio, a impartir diversos talleres de educación, a empoderarlas; sin embargo, en septiembre de 2017 fueron ellas quienes nos dieron a nosotros una enorme lección.

Desde las diferentes prisiones vivieron el terremoto del 2017, sintieron terror, pero sobre todo, una enorme impotencia de no poder ayudar a todas aquellas personas que habían perdido a un ser querido, que se habían quedado sin hogar, que estaba viviendo tanto sufrimiento, de no poder hacer algo por México.

Ellas se enteraron de Frida -la perrita rescatista-, y decidieron comenzar a tejer cientos de Fridas para venderlas y con lo que se recaudara ayudar a quienes estaban sufriendo a consecuencia del terremoto.

Tras varios meses de trabajo y de muchísimo esfuerzo, con lo recaudado de la venta lograron donar ocho casas a personas que se habían quedado sin nada, percatándose que desde adentro, también se puede ayudar. Jamás me imaginé, que de las lecciones más grandes de vida, nos las fueran a dar ellas desde adentro.

Después de unos meses, querían seguir haciendo algo por la sociedad. Les platicamos que en otras partes del mundo había gente tejiendo pulpos con ciertas características y material especial para los bebés prematuros ya que ayudaban a mejorar sus condiciones al fungir los tentáculos como el cordón umbilical de la madre. Así es como todas comenzaron a donar pulpos.

Las mujeres privadas de la libertad continúan demostrándonos que la solidaridad y la empatía no tiene barreras; derivado de la pandemia que vive el mundo entero, han estado

tejiendo doctores y enfermeras para recaudar fondos con el fin de comprar material de protección para los médicos que día a día luchan por salvar vidas.

Tal vez esto no sea exactamente justicia restaurativa porque la víctima directa del delito no juega ningún rol, sin embargo, en muchas ocasiones ya no se tiene contacto con la misma y lo que están haciendo las mujeres desde la cárcel es regresarle a México un poquito de lo que le deben por las acciones que cometieron.

Ellas, están haciendo un cambio desde adentro, no solo para la sociedad sino en ellas mismas, recuperando el sentido de ayuda, de compromiso, luchando todos los días por ser mejores personas y por reparar, aunque sea en menor medida, el daño que cometieron.

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