La pandemia nos ha mostrado aspectos, individuales y colectivos, que no habíamos explorado. Al menos esta generación no había vivido una crisis sanitaria que detuviera la vida de las personas y los mercados, de manera global. Estamos ante una situación sin precedentes que nos exige repensar nuestra forma de vivir, convivir y entendernos dentro de las sociedades.

Es claro que esta situación empezó provocando alerta por las consecuencias que tenía sobre la salud y el bienestar de las personas; sin embargo, debido a las medidas que fue necesario implementar, muy pronto tendría efectos mayúsculos sobre otras cuestiones tales como la seguridad y la economía locales.

Hace unos meses escribía respecto del miedo que sentimos los individuos por ver diezmada nuestra libertad individual, de no poder controlar nuestras acciones y que nuestras decisiones no estén en nuestras manos. Ahora, desde otra posición, reflexiono respecto de la corresponsabilidad que tenemos por vivir dentro de una sociedad y de la delgada línea que existe entre garantizar nuestra individualidad e ignorar a los otros y la magnitud con que podemos llegar a afectarlos.

Hemos pasado de un miedo al contagio, a un miedo a perder tiempo en nuestras vidas sin importar que eso derive, directa o indirectamente, en el bienestar de quienes nos rodean. Con la apertura de los espacios ha venido una relajación general en las medidas de cuidado, nos hemos dado licencias, hemos volteado a ver a quien está a nuestro lado y nos preguntamos si él lo hace, ¿por qué yo no?

Nos hemos vuelto egoístas e indiferentes ante los problemas que estamos viviendo. Por mucho tiempo hemos decidido voltear la mirada a los problemas de nuestras comunidades y hemos desprotegido a quienes merecen ser acompañados. Nos encontramos repitiendo los patrones de siempre, porque al final este es sólo un ejemplo de muchas otras situaciones. Es ejemplo del eterno juego del ojo por ojo, de perpetuar que no se garanticen los derechos de las personas “porque así me educaron y así voy a educar”, de entender la violencia familiar como un asunto intramuros y que es responsabilidad de cada quien.

Es fundamental que el sentido de comunidad se refuerce, que dejemos el egoísmo de lado y nos asumamos completamente como parte de un grupo, porque es a partir de este reconocimiento que será posible crear células de protección, grupos de apoyo y mecanismos de contrapeso. Porque, como todo lo que pasa en una comunidad, lo que es asunto de uno, es asunto de todos.


Diana Sánchez, Investigadora del Observatorio Nacional Ciudadano
@_dianasanchezf

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