Texto: Heidi Araceli Ramírez Cisneros
Muchacho de cuerpo delgado y estatura regular, pelo castaño, ojos redondos color café, tez apiñonada y la bien proporcionada anchura de su espalda, así era la apariencia del joven que había terminado el 5º año en la Escuela Oficial que se ubicaba en las avenidas Independencia y Juárez de Chihuahua. Su nombre: Martín López Aguirre.
Martín era hijo de don Jesús López Manríquez (natural de Santa Isabel) y de Antonia Aguirre de López (nacida en San Juan Bautista). El joven nació el día 11 de enero de 1893 en la comunidad de El Charco del municipio de Chihuahua.

A la edad de 16 años, Martín comenzó a trabajar en una panadería de la capital. Para esa década (1909), el ambiente que flotaba en el Estado era tenso y de sospechar, que algo grave estaba por suceder y cómo no, si estaba en la antesala de la Revolución Mexicana.
Cuando estalló la revolución en 1910, Martín todavía empleado de la panadería, al saber que los maderistas ya andaban levantados en armas y verlos ir y venir entre las calles de Chihuahua, les comentó a sus padres: “¡Qué bonitos se miran los maderistas armados!”.
Pronto, Martín motivado e influenciado por su amistad con Felipe Martínez (conocido de la familia), decidió unirse a las filas de la revolución, pidiéndole a sus padres la bendición para incorporarse a la lucha pero sus padres no quisieron hacerlo.
Pasaron días sin que sus padres supieran de él, hasta que días después regresó a casa y de nueva cuenta les pidió su bendición antes de volver a partir a la lucha diciéndoles:
“Vengo comprometido y el hombre vale por su palabra”. Sus padres lo lloraron mucho; pero de todos modos le dieron la bendición. López Aguirre salió de su casa: iba derecho a la Historia.
Uno de los primeros personajes en darlo a conocer fue Abraham González y aunque no se cuenta con testimonio escrito acerca de cómo fue el encuentro entre Francisco Villa y el joven Martín López (es decir, cuando se vieron por primera vez), sí se sabe que después del combate en San Andrés, cuando Villa entró a la tienda de la madre de Luz Corral en donde conoció a su futura esposa, en ese mismo lugar, Martín se encontraba entre los hombres de su escolta.
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La propia Luz Corral en su etapa de viudez comentó en alguna ocasión: “Martín López era casi un adolescente, tenía apenas 18 años de edad cuando lo conocí, pero era uno de los hombres que siempre acompañaban a Pancho”.
Cuando estuvo a las órdenes del centauro, Villa sólo veía en Martín a un chamaco y cuando lo quiso mandar a la retaguardia con Cástulo Herrera, el muchacho protestó y con energía le dijo: “No ando en la revolución para dar lástima a nadie, quizá no sea mejor que otros compañeros pero tampoco me considero inferior a los demás” al venir esas palabras de tan viril boca de un muchacho, tenía que hacer reír a Villa.
Y Villa rio, pero de puro gusto al ver la casta que el joven Martín López mostraba tener al unirse a la causa revolucionaria.
Antonio, hermano de Villa había sido soldado de línea, él comenzó a enseñarle algo sobre disciplina y moral del soldado. En una ocasión Villa escuchó que Martín le dijo a su hermano durante alguna de las prácticas: “Conocimientos es lo que uno necesita adquirir”.
Un día Villa le dijo a Martín: “Cuando se logre el triunfo de la causa del pueblo por la cual andamos peleando, te mandaré a estudiar en una buena escuela militar”.
Para muchos de los maderistas revolucionarios, Martín no era más que un simple muchacho que ni la atención merecía. Pero, cuando ya avanzaban hacia el Norte, con Francisco I. Madero a la cabeza, Martín López ya era el secretario y tesorero pagador de Francisco Villa, a partir de ahí ya no hubo revolucionario en el Estado que no le conociera.
No existe testimonio alguno para explicar con seguridad cuál fue la primera impresión de Martín al ver sangre y muertos junto a él. Lo que sí podemos decir es que para que Villa lo tuviera en su escolta en sus inicios, era por los dotes de lealtad y valentía que el muchacho mostraba tener.
En 1914, Felipe Ángeles (el mejor artillero de la División del Norte) se unió a Villa y, a su llegada, al pasar revista a la columna se dio cuenta de que del temible cuerpo de los Dorados, solamente quedaban unos cuantos, por lo que le pidió al General Villa que de ser posible la Gente del Estado Mayor fuera gente de “La Brigada Pablo López” la cual comandaba Martín.
Cabe mencionar que Pablo había sido hermano de Martín y, aunque para entonces ya había muerto, también perteneció a las fuerzas villistas.
Martín estuvo presente en la Toma de Ciudad Juárez en mayo de 1911, en la Batalla de Tierra Blanca (noviembre 1913), en la Batalla de Ojinaga (1914) y en la Segunda Toma de Torreón.
Martín López, fue los personajes principales en el famoso ataque a Columbus, Nuevo México. Entre él y su hermano incendiaron algunas de las construcciones del lugar; durante el ataque hirieron a Pablo y él lo rescató. Los norteamericanos luego de haber participado en el ataque llegaron a ponerle precio a sus cabeza, que aparecía en la Pesquisa junto a Francisco Villa (que la encabezaba).
En 1916, Nicolás Fernández quedó a cargo de las tropas aunque Villa quería que en realidad fuera Martín, “nomás que el muchachito era muy atrabancado”.
En ese mismo año, Martín fue quién dirigió en la capital de Chihuahua, durante los festejos de la Independencia, el ataque a la Penitenciaría del Estado cuyos vestigios aún se pueden apreciar en las torres con entre 600 y 700 impactos de bala de su gente. El propio Martín se metió con pistola en mano a sacar a villistas de otras facciones en esa ocasión.
Durante años se ha tenido la idea de que la barda posterior de la penitenciaría tiene una reparación debido a un cañonazo, pero durante algunas investigaciones realizadas, se encontró una fotografía que data de 1909 en la cual se observa que la oquedad en la barda corresponde a un “paso” de ingreso y egreso de material y maquinaría durante un período de obra al interior del recinto.
En septiembre de 1919, durante un enfrentamiento contra las fuerzas carrancistas, Martín fue herido de bala durante una batalla en Durango: Jesús María López, su hermano, platicó que cuando hirieron a Martín, él estaba a su lado. Estaban prácticamente rodeados y superados en número, Martín estaba combatiendo montado en su caballo cuando él le dijo: “¡Martín, mira como vienen, vámonos!".
Martín le respondió: “Si tienes miedo, ¡vete!”. En ese momento, Martín recibió un tiro en el estómago.
El herido fue llevado con el doctor Francisco Morales de Canatlán y trasladado hasta Las Cruces, cerca de San Lucas de Ocampo. Después de examinar las heridas el médico le anunció al General Villa que Martín no sobreviviría más de 24 horas, sin embargo el joven revolucionario paseaba con dolor, pero buena actitud durante sus últimas horas porque él ignoraba lo que el doctor Morales le había revelado a Villa.
Horas después, el semblante de Villa comenzó a ensombrecerse ante el anuncio de la muerte de Martín y es que había sido como un hijo para el centauro.
Villa estaba inconsolable y como un padre pierde a un hijo, lo mudó personalmente de la ropa que tenía puesta, con ropa suya. Ordenó un ataúd y lo envolvió en su pelerina tras ponerle el uniforme de general; besó su frente y derramó copiosas lágrimas.
Villa dispuso que el cuerpo de Martín fuera sepultado en un lugar donde no fueran a profanarlo las fuerzas carrancistas y le rindieron los últimos honores a su grado el 4 de septiembre de 1919 (tan sólo a dos meses antes de que el General Felipe Ángeles fuera sentenciado a paredón en la capital de Chihuahua). Francisco Villa desconocía que estaba perdiendo a dos de sus más grandes colaboradores en la lucha.
El cuerpo del joven revolucionario fue trasladado en columna silenciosa al campamento de “Las Cruces”, en la municipalidad de San Juan del Río, Durango.
A lo largo de nueve años de lucha, el General López, tuvo 22 heridas de muerte y participó en 173 combates, contando las batallas más importantes de la División del Norte.