Texto: Héctor Sapiña
La Sociedad Tolkiendili México A. C., STMAC, formalizada en 2001, celebró ayer su 24 aniversario, por lo cual en Mochilazo en el Tiempo exploramos el caso de esta asociación mexicana de lectores de J. R. R. Tolkien, autor de El Señor de los Anillos, a través del panorama tecno-cultural del siglo XXI.
Con una expresión que evoca el tono mítico del mismo Tolkien, Gerardo Cuevas, presidente de la STMAC -con alrededor de 100 integrantes en el país-, comenta: “Estábamos en la oscuridad”. Antes de la exitosa adaptación de Peter Jackson en 2001, la obra de Tolkien era conocida, claro, pero hubo una época en que los amantes de estos libros no se ubicaban entre sí; para enterarte de alguien con tus gustos literarios debías ir a convenciones o, con suerte, dar con un club cerca de ti.

De vez en cuando, aparecía una que otra nota en la televisión, el radio o el periódico. Al asomarnos a los archivos de El Universal y la cultura, descubrimos que los libros de Tolkien son comentados por al menos dos plumas antes del auge alcanzado con las películas: la filósofa Mónica Osuna Muñoz y el poeta Juan Domingo Argüelles.
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A través de caminos distintos, ambos llegaron a conclusiones similares: “…Tolkien y Michael Ende, tan disfrutados por los niños (y por los adultos), respetan la sensibilidad y la inteligencia de los infantes porque creen que no necesitan tratarlos como mentalmente menores para que ellos comprendan y disfruten una historia literaria”, escribió Argüelles en julio de 1989.
En sus artículos, Osuna y Argüelles defienden “a capa y espada” que la literatura de Tolkien no es sólo para niños y que decir “para niños” no significa “inferior”. Se trata de un estigma que cargó el autor por un tiempo, así como cierto desdén desde la academia, donde no se le consideraba “literatura seria”.

“Cuando les dije (en el programa de Literatura Moderna de la UNAM) que quería hacer mi tesis sobre Tolkien, me dijeron que estaba loco”, cuenta Medardo Landon, narrador y difusor cultural, también miembro de la STMAC.
Sin embargo, esta percepción sobre el autor inglés ha cambiado en gran medida, así como la percepción que se tiene de sus seguidores. Hubo un tiempo en el que era mal visto declarase “fan” de Star Wars, de El Señor de los Anillos o de los cómics y el ánime.
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En los medios se representaba a los fans, a los geeks y a los nerds como inadaptados sociales, e incluso se llegó a vincular a los otakus con comportamientos violentos y prácticas satánicas.
De hecho, entre los mismos miembros que fundaron la STMAC, hay quienes prefieren no usar el término “fan” cuando hablan de su vínculo con Tolkien, pues consideran que un “fan” lleva una relación superficial con la obra, a veces basada sólo en el consumo; prefieren llamarse “amante de Tolkien” o “lector de Tolkien”. Por el contrario, quienes se han unido a la STMAC en años más recientes, se consideran fans sin dudarlo un momento.
¿Qué cambió? ¿Por qué, a finales de los 90, ser “fan de algo” era arriesgado y ahora hay quienes lo asumen incluso con orgullo? Cambiaron dos cosas: el Internet y la distribución de la cultura. Vamos por pasos.

Mucho más que un club de fans
Hoy en día, incluso quienes crecimos en el mundo anterior al Internet, sentimos cierta extrañeza al recordar el miedo a “perder el contacto” de alguien o acercarnos a un grupo sin saber nada sobre él; pero Gerardo Cuevas lo recuerda así: en 1998 escuchó en el radio que habría un Festival de Ciencia Ficción y Fantasía, llegó al stand de la editorial Minotauro, habló sobre Tolkien con una voluntaria y dos semanas después, sin saber nada más, llegó a una reunión para discutir los libros.

“Fui para allá pensando que tal vez me encontraría a un círculo de gente disfrazada hablando en élfico… ¡y no!", en cambio, encontró personas interesadas en armar un grupo de discusión literaria.
Para entonces, la fundadora, Anna Backström, ya había dado con algunos interesados más a través de un foro en IRC, de MSN Messenger y del sitio ElFenomeno.com, una de las primeras páginas web hispanohablantes dedicada a la obra de Tolkien. Aún no se proyectaba una asociación, pero comenzaba a formarse una red de lectores de Tolkien, en vísperas de las aclamadas adaptaciones de El Señor de los Anillos de Peter Jackson.

El encuentro de dos culturas, la mexicana con la británica
Un grupo de mexicanos interesados en un grande de la literatura inglesa se encuentra a través de anuncios virtuales y de radio. Es como ver el punto en que varios ríos convergen: por un lado, el diálogo entre dos culturas —la mexicana y la británica— a dos escalas —consumidores locales y productos de gran circulación—.
Por otro, el encuentro de tres formas de comunicación que avanzan a ritmos muy diferentes: la literatura, arte milenario de tradiciones y cambios lentos; la radio, un medio de comunicación rutinario, cotidiano, que dominó prácticamente todo el siglo XX; y el Internet, un medio que apenas nacía pero desde entonces quedaba claro que aceleraría como nunca el intercambio de información.

Apenas tres años antes, en abril de 1995, El Universal había dado noticia de la aprobación de la Ley Federal de Telecomunicaciones, por la cual se prohibía el uso monopólico de las redes y se permitía una inversión extranjera de hasta 49% en el sector. En otras palabras, se estaban gestando las condiciones para que México obtuviera una infraestructura digital, y es ese entorno en donde se incubó la STMAC.
¿Son, acaso, dos hechos aislados? ¿Estamos comparando peras con manzanas? No: recordemos que, según el testimonio de Cuevas, en el inicio “estaban en la oscuridad”, es decir, incomunicados.
La misma sensación de aislamiento ha sido expresada por varios actores del entorno cultural de la época, sobre todo en el ámbito independiente o lo que, todavía en los noventa, se denominaba el underground.
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Así, la transformación que introdujo Internet tiene que ver con su diferencia respecto a otros medios. Mientras la comunicación a gran escala del siglo XX era unilateral, Internet permite tanto difusión como respuestas amplias.
La llegada de lo digital fue completamente novedosa porque, a diferencia de la televisión o la radio, cualquier persona podía proponer un tema nuevo; ya no había que resignarse a la oferta de las grandes emisoras.
Hoy esto nos parece común, pero a principios del siglo XXI significó una revolución. Por haberse cimentado en este periodo, la STMAC obtuvo los aprendizajes de una experiencia doble: la asociación civil clásica y la comunidad digital.
La STMAC se instituyó legalmente el mismo año en que se estrenó la primera entrega de la trilogía de Jackson, en 2001; esto, desde luego, atrajo a nuevos miembros interesados en aprender sobre Tolkien.

Más adelante, con el surgimiento de las redes sociales, la asociación abrió su sitio web, tuvo perfiles en MySpace y en Hi5, luego vinieron Facebook, Twitter, Instagram, etc. “Esta sociedad no existiría sin el Internet”, declara el presidente.
De ese modo estrecharon sus vínculos a nivel nacional y se organizaron en seis grupos locales denominados “smiales”: Aglarond (Chihuahua), Ciénega de los Muertos (Villahermosa), Erebor (Morelia), Etelithsë (Xalapa), Gondolin (San Luis Potosí) y Dor-lómin (Coahuila).
Además, desde el 2023, la STMAC ha integrado la figura de embajadores, con un representante en EE. UU. y otro en Canadá; y también en años recientes ha llevado a cabo colaboraciones con asociaciones similares en el resto de Latinoamérica.

Para lograr tal cohesión, un proceso clave se dio durante el confinamiento causado por la pandemia del COVID-19. Como se sabe, las actividades en línea incrementaron exponencialmente durante este periodo. La infraestructura mexicana estaba preparada ya para la inmersión digital, al menos desde 2018 —entre otros aspectos por programas como México Conectado—, pero la pandemia en definitiva marcó un vuelco de la vida cotidiana hacia la red.
Si bien esta experiencia es conocida para todos nosotros, la trayectoria de la STMAC nos permite subrayar un cambio sustancial en la comunicación: la frecuencia de las reuniones virtuales o las transmisiones y la participación en vivo aumentaron y, con ellas, un diálogo más próximo. Las comunicaciones entre smiales ya no se limitaban a transmitir las noticias sobre los eventos locales, sino que se construían eventos en vivo desde puntos distantes.
Sus integrantes son diversos a lo largo del país
En la STMAC hay químicos, comerciantes, obreros, docentes, programadores, médicos, veterinarios, comunicadores, vendedores, investigadores, contadores, músicos, antropólogos, psicólogos, arte marcialistas, actores, oficinistas y mucho más.
Los miembros se reparten por al menos tres zonas horarias; a diario intercambian información sobre Tolkien, historia o arte relacionado con él en diversos grupos de WhatsApp; las demás redes funcionan para anuncios públicos o transmisiones en vivo.
Estos son los componentes típicos de una comunidad digital, casi todos los usuarios de Internet pertenecen o han pertenecido a alguna. Así se comunica la STMAC, pero a la vez, cumple las funciones de un organismo de difusión cultural: participan en eventos de promoción de la lectura, conversatorios, ferias del libro, etc.

Cada smial elabora sus propias actividades según las inquietudes e intereses de sus miembros, algunas son internas y otras son abiertas al público. En Xalapa, por ejemplo, los miembros del smial de Etelithsë han comenzado a practicar su escritura creativa a partir del estudio de la obra de Tolkien.
En Coahuila, el smial de Dor-lómin prefiere organizar todas sus actividades en torno a la lectura de los diferentes volúmenes; en Chihuahua, el smial Aglarond aprovecha el paisaje natural para leer al interior de las cavernas; y en San Luis Potosí, el smial de Gondolin ha decidido llevar la experiencia más lejos, además de hacer proyecciones de películas, también han hecho fiestas temáticas.

Además, la STMAC ha promovido cursos y tiene una comisión de juegos (especializada en juegos de rol). Todo, sin cobrar una membresía, ni obtener lucro alguno. Claudia Chávez, tesorera de la asociación, explica que cuando ha llegado a haber desacuerdos, como es natural en cualquier grupo, el esfuerzo principal siempre ha sido actuar con empatía.
Gerardo Cuevas comparte este punto de vista y explica que una de las decisiones clave en la historia del grupo ha sido llevar el trabajo de la mano de la amistad. Tal enfoque se hace evidente en cada una de sus actividades y, según explican, es lo que les ha permitido aligerar la carga administrativa para que los espacios que ofrece la STMAC cumplan su propósito.
Así, el tipo de comunidad que ha generado la STMAC surge de la búsqueda genuina por compartir el amor hacia una obra de arte y ha adquirido la forma de un servicio. Esto mismo le ha permitido evitar una actitud competitiva en el momento de encontrar otros grupos similares y, mejor, fomentar la colaboración en la medida de lo posible.
Como organismo de difusión cultural en México, la STMAC promueve la lectura y estudio de literatura como la de Tolkien; en tanto comunidad digital, la STMAC es un espacio de gozo diario, donde cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede compartir el gusto por una obra después de (o durante) la rutina diaria.
Y cuando finalmente hay oportunidad de una reunión presencial, la fiesta es diferente. En el mundo post-COVID, asistir a un festival no es la promesa del descubrimiento como en aquellas convenciones de los 90. La oportunidad de reunirse no siempre es para conocerse por primera vez, porque se han visto ya mucho antes, a través de la pantalla; lo que se busca es celebrar la presencia, la vida misma.

- Fuentes:
- Aguilar Vázquez, G. (12 agosto 2024). "La Otakulogía a la mexicana". YouTube. [Conferencia en el ISCyH “Alfonso Vélez Pliego”].
- Entrevistas con miembros de la Sociedad Tolkiendili México A. C. (Gerardo Cuevas, Claudia Chávez, Arturo Guevara, Guillermo Martínez, Damián Acosta, Daniel Gutiérrez, Francisco Moreno).
- Hemeroteca EL UNIVERSAL.
- Redes sociales de la STMAC.

