Con una guerra en Europa que involucra a una superpotencia nuclear, y con la creciente rivalidad entre Washington y Beijing, el tema de la disuasión, como prioridad, está de regreso. En un evento de la Carnegie Endowment for International Peace hace unos días, el general retirado Charles Hooper explica que el preludio al conflicto en Ucrania fue: “el fracaso total del envío de señales de disuasión estratégica y el fracaso en la lectura de las señales disuasivas, tanto por parte de Rusia como de Estados Unidos”. En palabras simples, la disuasión falló; en la opinión de Hooper, si ambas potencias hubiesen sido más eficaces en comunicar y leer mensajes disuasivos, el conflicto pudo haberse evitado. Esta lectura, compartida en muchos análisis y centros de pensamiento, tiene enormes repercusiones para el caso de Taiwán y para la visita que Nancy Pelosi, la líder de la Cámara de Representantes de EU, tiene programada a esa isla. Unas notas al respecto:

1. La teoría.

Basada en el sentido común, en la intuición, en la experiencia y en la historia, lo que nos dice la teoría de la disuasión es que mientras más fuertes somos, y más capaces somos de exhibir esa fuerza, en esa medida, otros actores optan por no actuar en nuestra contra. Esto, en realidad, se logra a través de la provocación del miedo ante las consecuencias que tendría el sí atacarnos. Hay tres elementos básicos para que la disuasión funcione: El primero, obviamente, contar con la fuerza suficiente y hacerla crecer cada vez más; el segundo, comunicar que tenemos esa fuerza; y el tercero: comunicar—eficazmente—que tenemos la determinación de utilizar esa fuerza y que estamos dispuestos a pagar el costo que conlleve el emplearla. Si nuestra fuerza tiene el tamaño requerido y logramos convencer a nuestros rivales de esos factores, el conflicto puede ser evitado, puesto que el rival elige negociar o doblegarse, antes de tener que pagar el precio de someterse a la fuerza que hemos proyectado. Lo mismo sucede en sentido inverso. Todos los actores optan por evitar atacarse y, así, el resultado es la estabilidad.

2. El caso de Taiwán.

Recordemos que, para Beijing, Taiwán es una provincia en rebelión y forma parte del territorio integral de China. Por tanto, cada vez que Washington pone en cuestión su propia política de “Una sola China”—política que prevaleció en las relaciones Washington-Beijing durante décadas—e incrementa sus señales de respaldo político y militar a Taipéi, ello es percibido en China como una afrenta directa. Beijing lo ha hecho notar, y mucho más a lo largo del último par de años. Esto precede con mucho a la intervención rusa en Ucrania. No obstante, dicha intervención tiene repercusiones para ese caso.

3. Ucrania vista por China y Taiwán.

Tanto Beijing como Taipéi se encuentran estudiando muy de cerca la invasión rusa en Ucrania. Esto va desde las tácticas militares empleadas por ambos bandos, las fallas rusas, la moral ucraniana y su eficacia en el empleo de tácticas de combate asimétrico contra un poderoso rival, hasta otro tipo de temas como el impacto de las sanciones, el intento de aislamiento diplomático de Rusia por parte de Occidente y más. Notablemente, China está estudiando cuidadosamente la disposición (o indisposición) de Estados Unidos a emplear la fuerza: ¿hasta donde está Washington dispuesta a llegar para enfrentar a la superpotencia (Rusia) con tal de apoyar al actor invadido (Ucrania)? Hay un factor adicional. Un sector en China considera que, dadas las lecciones en Ucrania, Beijing debe actuar fuerte y muy rápidamente contra Taiwán, para evitar que se le arme y se produzca lo que se conoce como la estrategia “puercoespín”, mediante la que Taipéi podría ser más eficaz en repeler un ataque chino.

4. Las fallas en el envío de señales.

No me detengo en las diferencias entre los casos de Taiwán y Ucrania, que son enormes. Registro en este punto, la forma como el tema está siendo analizado (al estilo del general Hooper arriba citado). Esa lectura nos dice que ambas superpotencias, Rusia y EU, fallaron en enviarse (y en leer) las señales adecuadas. De un lado, Rusia fue incapaz de convencer a sus contrapartes occidentales del tamaño de su disposición a llevar las cosas hasta el extremo que finalmente las llevó con tal de obtener sus metas, y, además, de su disposición a absorber los costos humanos y materiales o los costos de cualquier clase de shock económico y financiero; e incluso de su determinación para devolver esos golpes financieros y económicos en temas como el gas sin importar el precio para Moscú. De haberlo comunicado más eficazmente, posiblemente hubiera conseguido más concesiones durante los meses de negociaciones previos a la guerra. Pero del otro lado sucedió algo similar. Occidente fue incapaz de convencer a tiempo y eficazmente a Moscú del grado de apoyo que daría a Kiev para que ésta resista implacablemente como lo ha hecho, y de los altísimos costos que Rusia tendría que pagar (lo que ha incluido, por ejemplo, la expansión de la OTAN en sus propias fronteras—considere solo la frontera entre Finlandia y Rusia). Más aún, según análisis que van en la línea de lo que indico, la OTAN debió enviar el mensaje de que, dado el caso, estaría dispuesta a intervenir directamente en el conflicto, y debió desplegar tropas previamente a la invasión rusa si realmente deseaba comunicar esa determinación.

No se hizo por el temor a que Putin reaccionara con más fuerza que la que ya estaba proyectando. Pero al final, nos dice esta visión, igual acabó empleando esa fuerza.

5. Taiwán y el envío de señales disuasivas.

Un ejercicio de simulación conducido por el Centro para una Nueva Seguridad Americana reveló que, si Washington buscase defender a Taiwán en caso de una invasión china, el conflicto podría rápidamente tornarse nuclear. Por tanto, recomienda el equipo de expertas/os, esa invasión debe evitarse a toda costa mucho antes de que ocurra. La única alternativa para lograrlo, indica su ensayo en Foreign Affairs, es un mucho mayor despliegue de fuerza por parte de Estados Unidos en Asia, y comunicar eficazmente a China que Washington está absolutamente determinada a usar esa fuerza en caso necesario, de manera tal que Beijing piense mucho mejor las cosas antes de atreverse a invadir. Esta idea parte de dos supuestos: (1) A lo largo de las últimas décadas, EU ha optado por limitar sus despliegues navales y militares en y alrededor de Taiwán para no enfurecer a China y no activar un conflicto innecesario; (2) Beijing está concluyendo que, así como EU eligió no intervenir directamente en Ucrania, Washington evadiría un conflicto directo con China en caso de una invasión a Taiwán.

De ahí se sigue que, si desea evitar el conflicto, Washington debe ser eficaz en comunicar a China precisamente lo contrario. Y para esa comunicación, un mucho mayor despliegue de fuerza y respaldo político a Taipéi es indispensable.

6. ¿Pelosi como detonante o como factor disuasivo?

Lo que sabemos, hasta el momento, es que la visita programada de Pelosi a Taiwán—por la relevancia del puesto que ella ocupa—no está siendo muy bien vista en la Casa Blanca (Biden incluso declaró que “los militares piensan que [la visita de Pelosi] no es una buena idea en este momento”), pues acelera la toma de decisiones acerca de los factores que arriba señalo. Para algunos, la visita de Pelosi, será percibida como una humillación para Xi Jinping en un momento de altas tensiones domésticas en China, y podría ser el detonante de una cadena de eventos que podrían resultar (no inmediatamente pero sí pronto) en un conflicto militar con alto potencial de escalar, un conflicto que en este momento no hace falta activar. Pero para otros, en la línea de Hooper, este tipo de señales son justamente las que se debe enviar a Beijing si se desea evitar el conflicto, pues exhiben la determinación de Washington para respaldar y defender Taiwán sin importar que China esté comunicando que ello activaría represalias militares; en cambio, cancelar el viaje de Pelosi es enviar el mensaje a China de que su intimidación funciona.

7. Un comentario final: ¿hay alternativa?

A pesar de comprender la fortaleza de esos argumentos, el gran problema de esa línea de pensamiento consiste en que permite que todo penda de un muy delgado hilo. Los cálculos deben ser brutalmente precisos para no errar. Más aún, se asume que los actores que toman las decisiones son siempre racionales y siempre están efectuando este tipo de cálculos en sus cabezas. Disciplinas como la economía del comportamiento nos han enseñado lo débil de esa suposición: ¿qué tal si alguno de esos tomadores de decisiones se cansó de calcular, se frustró, se enfureció o su pensamiento se nubló? ¿Qué tal si interviene algún fenómeno neuronal o emocional, o procedente de la experiencia personal propia y al final los cálculos fallan pues fueron cálculos sesgados? ¿Y qué pasa si nuestros sesgos son contagiados al equipo asesorador y generamos sesgos colectivos que también ocluyen los cálculos?

En fin. Esta discusión da para muchísimo. Simplemente concluyo sosteniendo que la disuasión puede funcionar en determinados casos, pero que, la razón por la que ha fallado tantas veces en la historia reciente y pasada, tiene que ver con que somos seres humanos sujetos a una infinidad de condiciones biopsicosociales que nos impiden ser enteramente objetivos y fríos cuando tomamos decisiones. Por tanto, sería quizás más válido retornar a otros esquemas para garantizar la seguridad internacional. Queda claro por supuesto que las instituciones y arreglos internacionales han fallado, pero probablemente el camino está más en reparar y restablecer (o reconstruir) esos arreglos institucionales, en producir incentivos para el acuerdo y la estabilidad y consecuencias eficaces por violarlos, y menos en tener que confiar el futuro del planeta a las decisiones de unos cuantos seres humanos, mucho más vulnerables de lo que a veces quisiéramos pensar.

Twitter: @maurimm


 

para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.

Google News

TEMAS RELACIONADOS