Mientras conseguía su primer aterrizaje en la luna, Japón estaba trabajando también sobre otro tema. Tokio envió a Taro Aso, ex primer ministro y actual vicepresidente del Partido Liberal Democrático, a Estados Unidos para tener un encuentro con Trump. Si bien, Aso no consiguió una reunión directa con el expresidente debido a su agenda, sí pudo reunirse con el senador Bill Hagerty, quien fue embajador de Estados Unidos en Japón durante el mandato de Trump (Rane, 2024). Este hecho no es menor pues Aso aspirará al liderazgo del Partido Liberal Democrático en septiembre, colocándolo como un fuerte contendiente para convertirse en el próximo primer ministro de Japón. Por ende, su visita a EU refleja el interés de Japón en establecer una relación personal favorable con Trump desde ya. Es decir, Japón nos está mostrando cómo, ante una posibilidad que valora como absolutamente real, es mejor adelantarse. Los intereses de Japón van desde potenciales aranceles que podrían impactar su industria automotriz, hasta otros de seguridad como el posible retiro o reducción de tropas estadounidenses en la zona, o la situación de Corea del Norte. Estos temas formaron parte de las conversaciones durante el viaje que hice a ese país hace unos meses y que relaté recientemente en estas páginas. Hoy recupero algunos de estos asuntos, pero hablando no solo de Japón, sino más allá.

Japón y Asia

Durante mi viaje, dos riesgos/preocupaciones centrales fueron continuamente repetidas: la posibilidad de arrastre o abandono. ¿Qué tan viable es que Japón sea arrastrado a un conflicto de manera indirecta o no intencional? Por ejemplo, una posible intervención militar china en Taiwán y el potencial de que ello derivara en un conflicto entre Beijing y Washington. O bien, una escalada en la península coreana que arrastrara también a Japón al conflicto. O, del otro lado, la posibilidad de que Washington decida, por cuestiones de seguridad nacional propias o bien, por cuestiones políticas, no defender a Tokio en caso de un ataque.

Pongamos un caso concreto que fue elevado como hipótesis en las conversaciones que tuve: imaginemos que Pyongyang cuenta ya con la tecnología balística para atacar nuclearmente ciudades estadounidenses (cosa que aún no se puede confirmar, pero tampoco descartar—se estima que a Pyongyang le faltarían quizás algunos pasos para finalizar la tecnología de reingreso a la atmósfera de los misiles balísticos intercontinentales que ya ha probado, pero ese estimado es de algunos años atrás, y quizás eso ya ha cambiado). La pregunta que desde Japón se hace es, ¿qué pasaría si cierto presidente en Estados Unidos (como Trump, pero no solo él), considerando el riesgo que podría correr alguna ciudad estadounidense por un ataque de represalia de Pyongyang, opta por no defender a Japón? ¿Sacrificar Los Ángeles o San Francisco por Tokio? Esa sola situación hipotética arroja enormes interrogantes: ¿Debe entonces Japón incrementar su postura militar para poder disuadir un ataque contra su territorio? ¿Tendría Tokio que eventualmente desarrollar su propio programa nuclear?

Estas preguntas son muy duras de responder por el rol que juega la cuestión nuclear en el imaginario japonés, como parte de su muy comprensible y lamentable trauma colectivo. Aun así, para ciertos actores, eventualmente, la cuestión de un programa nuclear propio como factor disuasor ante tres potencias nucleares en su alrededor, será algo que habrá que al menos conversar eventualmente. Hay quien piensa incluso que el día que esta situación se active a causa de distintos factores que pudiesen ser percibidos en Tokio como detonantes, lo hará muy velozmente. Por ahora, sin embargo, según otros actores ubicados en un campo quizás más moderado, hay otras estrategias que se pueden implementar para contener ese tipo de riesgos.

Esta serie de elementos nos dan una idea de porqué para Tokio resulta tan importante empezar a efectuar acercamientos de carácter personal con Trump.

Pero este tema no se limita a Japón.

Más allá de Japón

1. America First (Estados Unidos Primero). Es probable que en caso de que Trump ganara, regresaría a la Casa Blanca un eje motor tendiente a considerar que Estados Unidos tiene demasiadas preocupaciones propias como para estar atendiendo los asuntos de otros países, peleando las guerras de otros, y/o pagando los costos que otros deberían de pagar. Desde esta visión, una gran cantidad de países se han aprovechado de las “debilidades de Washington” o de la “incapacidad de sus gobernantes” para negociar condiciones más favorables para EU. Se requiere confrontar a países enemigos y aliados por igual con una mucho mayor dureza, asegurando que no sea Washington quien termine absorbiendo costos que no le corresponden. Estas ideas, naturalmente, generan tensiones entre un tipo de presidencia así, y el establishment de seguridad o las líneas más intervencionistas incluso dentro del partido republicano, pero no cabe duda de que si regresara una política exterior basada en principios como los que describo, las ramificaciones serían enormes pensando en los momentos que hoy vive el planeta. Veamos algunas:

2. Las relaciones de EU con Europa y la OTAN. Si recordamos, Trump tuvo incontables tensiones con varios de sus aliados. Partiendo de lo señalado arriba, Trump llegó a cuestionar el que EU vaya realmente a defender a un miembro de la alianza atlántica ante un ataque. Trump llegó incluso a considerar seriamente el retiro de Washington de la OTAN (para detalles, se puede leer el libro de Bolton quien fuera su asesor de seguridad nacional, La habitación donde sucedió). Según Trump, EU estaba pagando los costos de defensa de “otros”, y esos países “le debían mucho dinero a Washington”. De manera paralela, Trump tuvo otro tipo de conflictos con sus aliados europeos y con Canadá, que iban desde lo comercial hasta lo diplomático. El tema acá es que las condiciones actuales son muy diferentes. La OTAN, que ahora ha incorporado a Finlandia y pronto sumará a Suecia, se encuentra más fortalecida que nunca y, por supuesto, descansa en un respaldo incondicional por parte de Washington, quien a su vez se beneficia de esa OTAN fortalecida. La figura de Trump ya genera una enorme desconfianza entre la mayoría de esos aliados. Un potencial retorno de un presidente como él a Washington podría resultar en nuevas fracturas, en decisiones incoherentes con la política común actual, y en un consecuente debilitamiento de la solidez que hoy se observa. Esto no es un asunto futuro porque Putin sabe muy bien las implicaciones que para la OTAN tendría el retorno de Trump. Por ello, el prolongar la situación actual durante un par de años, se encuentra en su absoluto interés. Eso nos conecta con el siguiente punto.

3. Las relaciones de EU con Rusia. Durante el período de Trump, Washington vivía una especie de esquizofrenia. De un lado, el deterioro de las relaciones Rusia-EU que ya se apreciaba desde Obama, no se detuvo, y el establishment de seguridad experimentaba un estado de tensión permanente con Rusia. Pero del otro lado, había en la Casa Blanca un presidente que admiraba a Putin, que tenía una buena relación personal con él, que compartía reuniones privadas y conferencias de prensa conjuntas, y que declaraba que “todo era negociable—incluso Crimea” a cambio de sacar un buen acuerdo del presidente ruso. Putin extraña mucho a una figura así y, aunque entiende que ello no impedirá que las relaciones entre ambas potencias sigan su curso de deterioro, probablemente considera que Trump es mucho más manejable, y que, con un par de buenas ofertas, sería capaz de tomar decisiones que ayuden a Moscú a alcanzar, o al menos acercarse a sus objetivos mayores (justamente como fracturar a la OTAN o garantizar un colchón geográfico de seguridad para Rusia). Pero en otro sentido, la polarización en EU, las divisiones y fracturas políticas que una candidatura como la de Trump produce, son factores que terminan por beneficiar a Rusia en términos de su rivalidad actual con Washington.

4. La guerra en Ucrania. Quizás un potencial arribo de Trump a la Casa Blanca resultaría en consecuencias para el tema de Ucrania que van más allá de lo que hoy podemos dimensionar. Primero, recordar que Ucrania estuvo en el corazón del primer Impeachment de Trump, y que uno de los asuntos fue que, justamente, ese presidente estuvo dispuesto a condicionar la ayuda militar a Kiev a cambio de favores políticos que entonces le eran importantes. Segundo, recordar también que Trump no se encuentra solo en pensar que Washington está haciendo demasiado por Ucrania en este momento. Según encuestas recientes, alrededor de 74% de votantes potenciales a favor de Trump se oponen a proporcionar más ayuda a Ucrania.  Así que, con Trump al mando, quizás podríamos observar una enorme reducción en el apoyo estadounidense a Kiev, tanto económico como militar, y probablemente una mucha mayor presión para que Zelensky negocie o haga concesiones que hoy Ucrania no ha estado dispuesta a hacer (como concesiones territoriales). Esto, por supuesto, ha impactado las decisiones de Ucrania y sus aliados todo el tiempo, y sin duda, formará parte de la discusión electoral.

6. Las conflictiva EU-China. En lo general, podemos decir que en este tema Biden ha sostenido la línea de Trump. La guerra comercial se mantiene intacta. La guerra tecnológica sigue escalando. El apoyo a Taiwán por parte de Washington también. Los estilos quizás son diferentes. Biden ha intentado medidas para incrementar los canales de comunicación y en lo posible, estabilizar la relación (no siempre con éxito), plantear líneas rojas que no deben cruzarse. Aún así, es probable que un retorno de Trump al poder acelere incluso más las muchas áreas de conflicto que actualmente existen entre China y EU, siendo Taiwán quizás el tema más delicado. Es parte de lo que Japón está observando.

7. Trump y Medio Oriente. Esta región fue gravemente sacudida con la salida de Trump y el arribo de Biden. Al inicio de su gobierno, Biden se distanció brutalmente de la monarquía saudí, y endureció su postura ante Netanyahu. Paralelamente, Biden retomó las negociaciones con Irán para intentar revivir el acuerdo nuclear que Trump abandonó en 2018. Esas negociaciones no fructificaron, pero se siguió negociando un acuerdo informal entre Washington y Teherán. Con todo, la realidad es que Estados Unidos quiso mover sus prioridades desde hace años y parte de ello implicó sus repliegues de Medio Oriente y Asia Central desde el último período de Obama. Esto, que fue continuado por ambos, Trump y Biden, resultó en un vacío que distintos actores (como Rusia y China) han intentado ocupar. Arabia Saudita e Irán restablecieron sus relaciones en un acuerdo mediado por China. Bin Salman también promovió una reaproximación del mundo árabe con Siria. Turquía, Irán y Rusia se mantuvieron negociando sin invitar a Washington a la mesa.

8. Pero luego vino el 7 de octubre del 2023 y todo cambió. Una de las cosas que Trump afirma es que, si él siguiera siendo presidente, Hamás no se hubiera atrevido a atacar a Israel. Independientemente de eso, lo que sí sabemos es que Biden fue fuertemente criticado al inicio el actual conflicto por parte de los republicanos. Se le culpó de haber negociado con Irán, uno de los países que arma, financia y respalda a Hamás.

Al final, Biden se vio obligado a volver a priorizar la región, a incrementar su presencia militar en respaldo a Israel, y ahora sus tropas se enfrentan de manera directa todos los días con el eje proiraní, tanto en Yemen y el Mar Rojo como en Irak.

Así que, con todos esos desarrollos, sería interesante observar lo que sucede si Trump regresara al poder. Probablemente veremos el retorno de una línea más dura y conflictiva con Irán con todas las implicaciones que ello pueda tener para la región. Pero al mismo tiempo, una línea más suave y negociadora con Arabia Saudita y otros países afines, línea que Trump buscará usar como ancla para recuperar el tema del “Deal of the Century”, es decir, las negociaciones “definitivas” para el conflicto palestino-israelí. Parte de la ecuación dependerá de las personalidades que intervengan. Si Netanyahu sigue en el poder, probablemente volverá a imperar la química entre ambos (y, por tanto, las concesiones y el respaldo de la Casa Blanca no al país, sino a la persona). Pero si el gobierno de Netanyahu finalmente colapsa, habrá que evaluar lo que sucedería con otra figura (tipo Benny Gantz) encabezando el gobierno israelí.

En fin, hay muchos más temas, incluido por supuesto México (eso lo intentaremos revisar posteriormente). Lo relevante consiste en que el factor Trump necesita ser incorporado en la agenda internacional desde ya. La semana pasada, Japón nos dio la muestra.

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