Se sabía. Con el libertinaje de los asesinos y la indolencia de las autoridades, caras de la misma moneda, y con los antecedentes de la elección del 21, se sabía que no iban a tardar en caer asesinados decenas de políticos. En un seguimiento realizado por Causa en Común se da cuenta de que, desde el inicio del proceso electoral, al menos 22 aspirantes a un cargo público y al menos 11 funcionarios han sido asesinados. Es, o debería ser, un escándalo, pero el primero que ni se inmuta es el presidente López Obrador y, de ahí para abajo, la indiferencia resulta atroz.

Detrás de cada asesinato podrán converger múltiples razones, pero si hay un hilo que los une a todos, es el de la impunidad que vive sus mejores momentos con un gobierno que apapacha a los asesinos, que militariza su ineptitud, que desprecia a las policías, y que solo entiende a las fiscalías como comisarías políticas. Todo ello se traduce en indefensión para todos, menos para el selecto grupo que, al hundir un país, se asume ya como una nueva oligarquía política.

En este muladar, al igual que un buen periodista resulta una lata y carga una diana en la espalda, un político bien intencionado no tiene porqué llegar a ser disfuncional si se le puede eliminar a tiempo y gratis. De hecho, el crimen va a ganar por default en muchos lugares en los que ningún opositor se atreverá a competir. ¿Qué o quiénes van a quedar entonces después de esta matazón y de las amenazas que corren por todo el país? Algunos serán integrantes de las bandas, otros servirán a sus órdenes, y otros vivirán en el terror de saber que, o se doblan, o los matan.

¿Puede esto que estoy resumiendo y que todos sabemos, llamarse realmente democracia? Difícilmente, y por eso cada año descendemos en las escalas de los centros de estudios internacionales (“híbrida” es un calificativo común), mientras buena parte de la “ciudadanía” se inclina cada vez con mayor naturalidad hacia opciones autoritarias, creyendo ingenuamente que de ahí saldrán soluciones. Si el autoritarismo y la ineptitud y las mentiras sin fin del actual gobierno fueran una señal, habría más bien que correr en la dirección opuesta, hacia una mejor democracia, con crítica libre, con debate, con contrapesos. Hacia todo eso que rechazan Morena y anexos, y que rechazan también los grupos criminales para los que el Estado de derecho es kryptonita pura.

En verdad hace falta no conocer la decencia para decir con una sonrisa todos los días que el país de los 180 mil asesinatos, y de las decenas de miles de desplazados y de desaparecidos, va a todo dar; y hace falta no conocer la vergüenza para que el mayor esfuerzo de su gobierno sea para destruir, para negar, para encubrir, para distraer y para mentir. Desde luego, son otros los que jalan el gatillo, pero nunca antes les habían puesto la mesa con tanto gusto y con tanta abyección.

A estas alturas puede sonar absurdo un exhorto para proteger a los candidatos, para al menos intentar disuadir a los grupos criminales, para enviar un mensaje de unidad para la paz, y para comprometerse con nuestra democracia. Puede sonar hueco, pero no podemos dejar que nos gane el vacío moral que define al sexenio de López Obrador. Después de todo, los cínicos no son México, un país que nunca merecieron y, aunque suene hueco, habrá que decirlo siempre: Se puede tener un país distinto. Claro que se puede.

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