El próximo 6 de junio será histórico. Se renovarán más de 21 mil cargos de elección popular, entre los que destacan, 15 gubernaturas y 500 diputaciones federales. Más de 92 millones de ciudadanos tendremos el derecho y la obligación de votar. Desafortunadamente, una vez más el proceso electoral será un tema de partidos y no de ciudadanos que deciden incursionar en la vida política. Esto se debe a dos factores. El primero es que permanecen las condiciones que alejan a la ciudadanía de un verdadero involucramiento en el proceso electoral; una muestra de ello es que hasta el momento, el INE sólo tiene registrados a 447 aspirantes independientes para alcaldías, diputaciones, gubernaturas, presidencias de comunidad y presidencias municipales. Además, pese a las reformas legales para favorecer la igualdad de género, de estas candidaturas, sólo 74 son de mujeres.

El segundo factor es que los requisitos para acceder a candidaturas independientes aún son excesivos y de muy difícil cumplimiento para el ciudadano promedio. Un ejemplo es el descontento generalizado entre los candidatos independientes por las fallas técnicas en la aplicación móvil del INE para la recolección de apoyos ciudadanos.

Esta situación se complicó con la pandemia y, aunque el reciente acuerdo del INE para ampliar los plazos en 16 entidades a fin de que los aspirantes a una candidatura independiente puedan obtener el mínimo de firmas, evidentemente la mayoría no podrán remontar circunstancias tan adversas; no necesariamente por falta de apoyo ciudadano, sino por falta de apoyo institucional.

Nada que sorprenda, pues sólo se trata de uno entre muchísimos obstáculos inventados por los partidos políticos para cerrar el acceso de la representación a nuevos actores. Esta situación representa una muy mala noticia para nuestra democracia en momentos críticos debido a la bajísima confianza ciudadana en los actuales institutos políticos. Cuando más deberíamos estar procurando acercar a la ciudadanía a los mecanismos e instituciones formales de representación política, más difícil e intrincado es el camino.

Más allá de las preferencias políticas, la democracia representativa debe fortalecerse y legitimarse. Es importante debatir y cambiar las reglas electorales para provocar mayor participación de candidaturas independientes. Mientras esto sucede, los partidos deberían acercar a ciudadanos con liderazgo y honestidad probada sin obligarlos después a la sumisión partidista.

Además, urge que los partidos expongan sus propuestas, plataformas y compromisos para pacificar al país, hacerlo menos desigual y menos corrupto.

Sólo así lograremos empatar nuestras estructuras de representación con la pluralidad del país. No se trata únicamente, aunque sea importantísimo, de asegurar contrapesos; se trata, antes que nada, de que cada vez más mexicanas y mexicanos se sientan parte de este proyecto que llamamos México.

Después de ver lo sucedido en Estados Unidos, también será esencial defender en todo momento al Instituto Nacional Electoral, principal institución de nuestro proceso democrático. Por lo visto, hace falta insistir en que el Ejecutivo no es el “guardián” de nuestra democracia. Recordemos que, cuando supuestamente lo era, en tiempos que algunos añoran, es porque no había democracia. El presidente decidía y otorgaba triunfos y derrotas a través de la Secretaria de Gobernación. No permitamos un retroceso.

Son enormes los intereses políticos a quienes no conviene abrir y oxigenar nuestro sistema político. A veces en nombre del pueblo, a veces en nombre de la democracia, a veces en nombre del futuro o del pasado; actúan para cerrar cada vez más la participación política, para cancelar incluso libertades, para concentrar cada vez más el poder, su poder. Esas dos grandes fuerzas, las que excluyen y concentran por un lado, y las que, por el otro, incluyen y abren, y realmente buscan disminuir desigualdades y enfrentar la corrupción, son las que hoy se oponen. En nosotros está definir si nuestra democracia será un proceso, o una simple anécdota.

Colaboró José Francisco de Villa Soto. 

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