Pese a que en sus diferentes campañas fue uno de los mayores críticos del papel que desempeñaba el Ejército en materia de seguridad, el presidente olvidó sus reclamos y decidió continuar militarizando la seguridad pública en el país. La nueva pretensión del gobierno en este sentido, y que ya no debería sorprender a nadie, es la integración de la Guardia Nacional a la SEDENA, convirtiendo a ésta en una “súper Secretaría”, que tendría a su cargo más de 400 mil elementos.

La profundización de la militarización en seguridad pública ocurre en detrimento de las policías locales, con estancamientos presupuestales o mermas de recursos, además de la incorporación de personal militar en puestos directivos. Esto significa que cada vez está más lejos la idea, plasmada en ley, de construir un Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), uno de cuyos pilares deberían ser corporaciones policiales cada vez más sólidas y eficaces.

El SNSP se concibió en 1997 para sentar las bases de coordinación y distribución de competencias en materia de seguridad pública entre federación, estados y municipios, y para marcar la ruta del desarrollo para policías, fiscalías y sistema penitenciario. Sin embargo, este Sistema solamente se quedó en propósito pues en la realidad nunca nació y menos se desarrolló, pues todas estas instituciones, en lugar de fortalecerse, se fueron debilitando. Con el gobierno de Morena, este deterioro se ha acelerado marcadamente. En el caso de las policías, desaparecieron a la policía federal, la cual podía reformarse y desarrollarse; se mantiene estancado el presupuesto para las policías estatales; y se eliminó el apoyo para seguridad a cientos de municipios. Hoy en día, ni siquiera se llevan a cabo las reuniones ordinarias que marca la ley, las conferencias que conforman el Sistema no funcionan, y los acuerdos que se toman en el seno del Consejo Nacional y sus mecanismos de supervisión, son letra muerta.

Se nos ha pretendido hacer creer que no hay otro camino más que entregarle toda la responsabilidad de la seguridad pública a las Fuerzas Armadas. Esto es una mentira, pues es perfectamente viable, con voluntad política y recursos, crear policías eficaces, mientras el Ejército se podría hacer cargo de la seguridad con una Guardia Nacional exclusiva para zonas rurales. Tampoco es inevitable contar con una Fiscalía General de la República (FGR) y con fiscalías locales como la que merece y necesita el país, y no las que lamentablemente tenemos; existen proyectos de ley y de desarrollo ministerial perfectamente viables. De los penales, ya pocos hablan, cuando todos sabemos que son centros del crimen organizado; en este caso tampoco deberíamos resignarnos a que el Estado mexicano pierda el control o no pueda realmente reformar a quienes ahí se encuentran detenidos. Existen innumerables estudios, propuestas, proyectos y protocolos para salvar y desarrollar a nuestras instituciones de seguridad y procuración de justicia, y que deberían constituir la agenda de trabajo del Consejo Nacional; esto es, del gobierno federal, gobernadores y presidentes municipales, para construir un auténtico Sistema Nacional de Seguridad Pública.

La militarización extrema en la que nos han embarcado, no sólo genera justificadas inquietudes en cuanto al desproporcionado poder que se le entrega a las Fuerzas Armadas, sino que no ha servido ni servirá para resolver nuestra crisis de inseguridad. La enorme mayoría de los delitos que se cometen en México son del fuero común y, para resolverlos, necesitamos construir la seguridad de abajo hacia arriba, con policías bien pagadas y equipadas, que sepan investigar y que estén integradas a las comunidades en las cuales trabaja. Con fiscalias locales potentes que sepan integrar las carpetas de investigacion para presentarlas ante el poder judicial.

Para resolver los problemas, primero hay que comprenderlos y no, como hace este gobierno, aprovecharlos para promover su agenda política, perseguir a quienes considera sus enemigos o repartir dinero y favores de manera por demás irresponsable. Que luego no digan que no existían otros caminos. Cuando sí los hay y son viables.

Colaboró Susana Donaire

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