Los logros sociales, económicos y jurídicos alcanzados por el pueblo boliviano en la pasada década (el estado plurinacional, la paridad de lenguas y personas, el agua como derecho humano, la reducción de la desigualdad), son enormes. Estos logros son producto de la unidad entre la disponibilidad a la movilización de un pueblo abrumadoramente indígena y un líder extraído de esta misma masa. Es verdad que esta unidad entre sociedad y estado se vio favorecida por una ola alcista de los precios de las materias primas exportadas por Bolivia y Latinoamérica en general, antes de la llamada Gran Recesión del 2009. Entonces la marea retrocedió y preparó las condiciones para el fin de la “oleada roja” que abarcó a países como Brasil, Argentina, Venezuela, Uruguay y Ecuador, principalmente. Ahora bien, la unidad entre estado y sociedad no es estática (nunca lo es), y el proceso boliviano sufrió una grieta, que abrió paso a un golpe de estado, agazapado por años. El México de hoy debe tomar muy en cuenta esta experiencia, al menos, como advertencia.

La narrativa simplificada del golpe en Bolivia difundida por el gobierno que encabezó Evo Morales, sostiene que éste –el golpe-, se produjo ante la decisión de la dirección del ejército de presionar por su renuncia, tras las movilizaciones azuzadas por el Macho Camacho y otros líderes fundamentalistas, provenientes de las clases media y alta, en contra del resultado oficial favorable a su cuarta reelección. Los aliados de Evo en el frente externo, como México y Argentina, presuponen la intervención favorable a los golpistas desde los Estados Unidos, la OEA a su servicio, y de Bolsonaro, su poderoso vecino. La complejidad del golpismo moderno incluye todos estos elementos. Esta narrativa se nutre también de la existencia de una sofisticada y muy real ofensiva jurídica en contra de varios de los presidentes de gobiernos de izquierda exitosos en la región: Lula y Dilma Rousseff en Brasil, Rafael Correa de Ecuador, y ahora Evo. Los cuatro casos (y hay más) entrarían en el terreno de los llamados golpes blandos, o mejor dicho, golpes bajos, contra la izquierda en el poder. El viejo y sanguinario golpe al Presidente Allende, con la intervención estadounidense hasta el codo, y su secuela de la Guerra Sucia en los setenta, han sido desplazados por intervenciones más sutiles. Ahora se privilegia al “derecho”, para torcer la justicia. También se ha dicho que el golpe en Bolivia tiene color, sabor y olor a litio, lo que en el corto plazo es poco creíble, ya que existe sobreproducción del metal, pero no es ajeno a los proyectos que se planeaban con empresas chinas. Todo indica que aquí se trató de un golpe derivado de una crisis social y política.

La interpretación del presidente en el exilio tiene una parte sustancial de la verdad, y ha sido endosada por personalidades como el expresidente Rafael Correa y el juez Baltazar Garzón, pero a nuestro parecer incurre en ausencias que la hacen insuficiente y parcial. Le hace falta una autocrítica, imprescindible para recuperar la autoridad moral necesaria para retomar el proyecto de nacional popular. Durante el reciente congreso del PT brasileño, Lula, comentó al diario The Guardian: Evo (mi amigo) “cometió un error al buscar un cuarto mandato”. Y no es sólo Lula… es la masa de simpatizantes de la izquierda dentro y fuera de Bolivia. En México, donde la consigna maderista de “Sufragio efectivo, no reelección” echó a andar una revolución, el error aparece como una verdad transparente. Pareciera que Evo y el MAS incurrieran en una ceguera voluntaria. ¿Porqué empecinarse en un cuarto mandato pese a la derrota del referéndum de febrero del 2016? Desestimar el referéndum profundizó la grieta. En entrevista con Aristegui, Evo respondió que no fue él, sino sus bases, las que tomaron la decisión. La afirmación es cuestionable. Si fueron sus bases, entonces ¿porqué salieron en gran número jóvenes y muchos grupos de diversos estratos, y perfiles raciales (además de la derecha fundamentalista), a protestar por el resultado electoral del 20 de octubre? Las “benditas” redes sociales así lo muestran.

Hace ya algunos años, en junio de 2014, en ocasión de la tercera reelección de Evo, un excamarada, Felipe Quispe Huanca, el Mallku (activo líder en la llamada Guerra del Gas al lado de Morales), respondió a una pregunta del diario Página 7 sobre si estaba retirado: “No es que haya abandonado la política, es que no soy del MAS” (Movimiento al Socialismo, el partido de Evo). El Mallku añadió: “…para ser dirigente del sindicato (hoy) hay que ser masista y para ser masista hay que ser corrupto, pasapasa y tránsfuga”. Según él, el poder los había emborrachado a todos: “ya no bajan a las bases… todos los poderes del Estado están borrachos… ya no trabajan la tierra… piensan que hasta las ovejas los van a apoyar así como así.” Evo participó activamente en la valerosa Guerra del Gas, que provocó la fuga del presidente Gonzalo Sánchez Losada, y le catapultó a su primera presidencia. Una década después, la adulación a Evo y otros líderes indígenas en puestos de responsabilidad (otra conquista social fundamental) echó raíces. Eso hay que reparar. El riesgo de la adulación, desde luego, rebasa a Bolivia.

En Bolivia existe una larga (y triste) tradición de golpes militares. La revolución obrera del año de 1952, victoriosa en las barricadas de La Paz, entregó el poder al entonces jefe del MNR (Movimiento Nacional Revolucionario), Víctor Paz Estenssoro, quien gobernó entre 1952 y 1956. Paz Estenssoro presidió tres importantes reformas radicales en Bolivia: la Reforma agraria, la nacionalización de minas (precursora de la del gas) y el reconocimiento a la igualdad legal de los indígenas y las mujeres. Su vicepresidente, Hernán Siles Suazo, le sucedió en el gobierno entre 1956 y 1960. En este último año, Paz Estenssoro ganó la presidencia por segunda ocasión. Hacia 1964 volvió a ganar la elección, mas tuvo que dejarla debido a un golpe de estado en su contra encabezado el General René Barrientos, ¡su Vicepresidente! Barrientos fue el responsable de la muerte del Che Guevara en Bolivia, en 1967. Barrientos, Alfredo Ovando y Juan José Torres, todos generales, tuvieron después las riendas del poder.

Lo que queremos mostrar en esta trayectoria política es este magnetismo irrefrenable por el poder, y una sociedad que en cierta medida lo anticipa y tolera cuando no encuentra alternativas. Entre tanto, vuelve a sus asuntos, principalmente la tierra o la mina, sea con democracia, sea con dictadura. Sólo cuando se perciben batallas cruciales, se produce la movilización masiva. Por su parte, la clase política planea su retorno con la misma tosudez. Paz Estenssoro compitió por la presidencia en 8 ocasiones, al frente del MNR, que fundó y presidió por medio siglo, y pasó 17 años en el exilio. En 1985, sin embargo, se dio el lujo de ganar una cuarta elección presidencial. Esta vez la ejerció con políticas que podrían identificarse con el neoliberalismo actual, opuesto al 52. ¿Cómo explicar el viraje?

Toda respuesta tentativa requiere pensar en la sociedad abigarrada (la palabra es del agudo intelectual boliviano René Zavaleta) en que anidó el capitalismo en Bolivia. La demografía boliviana ha pasado de abrumadora a mayoritariamente indígena, y las formas de la representación tienen una naturaleza más deliberativa y comunitaria que la tradicional democracia parlamentaria, que presupone la existencia de un piso ciudadano común, ausente en Bolivia. Ahora bien, en la representación comunitaria es muy importante la figura del líder, en quien las comunidades depositan su confianza, y a quien le exigen dedicación absoluta, sin plazos acotados. Con Evo, esta simbiosis operó por un tiempo, hasta que se desdibujó. Comenzaron a aparecer estatuas de bronce, por un lado y centros comerciales con marcas extranjeras, por otro. Esto último es el producto paradójico del aumento del ingreso medio. Aquí también se expresa la grieta. El mercado capitalista aumenta su influencia, y no puede dejar de hacerlo.

Muchos líderes bolivianos han sido personal y políticamente longevos. Es posible que la derecha señorial y católica tenga un perfil parecido. Lo cierto es que su futuro a mediano plazo es obscuro. Procurarán desbaratar las conquistas populares, y ya se ha pactado, con una fracción del MAS, elecciones sin Evo. Su programa, sin embargo, tiene más asidero fuera que dentro de la empecinada sociedad comunitaria que predomina en Bolivia, lo que prefigura su fracaso. El reto a largo plazo que tienen Bolivia y toda América Latina es cómo desprenderse del ciclo periódico y fatal de los precios de las materias primas, consustancial al capitalismo, hacia un verdadero movimiento al socialismo.

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