El presidente López Obrador llega al tramo final de su atropellado mandato con deudas sociales y promesas no cumplidas. Con una desordenada y caótica ruta desencadenada por su errática decisión de haber adelantado una sucesión, el presidente ha empujado al país por un lado al abismo del ajuste y la impunidad para los suyos y por el otro a empoderar al crimen organizado.

Ríos de tinta se han escrito acerca del estrepitoso fracaso de este gobierno en materia de seguridad, herencia maldita para quien ocupe la silla presidencial en el 2024.

México hace tiempo está en barrena. El discurso presidencial de tolerar las acciones de los delincuentes humillando la labor y el espíritu de nuestras fuerzas armadas es parte de su legado enmarcado por la ausencia del Estado de derecho.

El torbellino político electoral ha comenzado con el triunfo de Xóchitl Gálvez como abanderada del Frente Amplio para disputarle a Morena la presidencia de México. La participación ciudadana en este proceso fue clave para distinguir que “no somos iguales” al desaseado proceso que se vive en el estanque moreno, donde la inequidad y las variadas quejas fueron ventiladas por todas las “corcholatas” participantes del mismo.

La soberbia como rasgo de la personalidad de la cúpula en el poder caracterizada por un excesivo orgullo y una evaluación exageradamente positiva de los resultados de la transformación empuja a los habitantes del palacio a una serie de peligros y consecuencias negativas en diferentes áreas de la esfera institucional.

Las señales que el Ejecutivo envía a su sucesora marcando la agenda del próximo sexenio no tiene fondos en el banco de una buena parte del ánimo moreno que ve la ruta de colisión y la complejidad de una “operación cicatriz” interna.

El sostenido golpeteo y el fuego amigo con el visto bueno presidencial no suma, resta y divide en la antesala del inicio de la madre de todas las batallas.

Pésimo cálculo y análisis del riesgo para el cacareado movimiento que gira alrededor del líder absoluto. De sus ocurrencias. Sus fobias. Fijaciones y rencores.

El modelo de país está llegando a una encrucijada que se asumió llegaría en el 2018 ante los excesos cometidos por el gobierno de Enrique Peña Nieto que hoy, como la cifra de desaparecidos en este régimen, ha sido borrado de la propaganda mañanera. El ajuste de cuentas no pasa por el expresidente sustentando la leyenda urbana de un arreglo tras bambalinas entre Andrés y Enrique.

Hoy que comienza a verse la luz al final del túnel transformador, los retos para reconstruir el tejido de la destrucción institucional y delinear la hoja de ruta en materia de seguridad, educación y salud son descomunales. López Obrador desea que la política de los abrazos continúe seis años más. Confundiendo represión por orden y respeto a la ley.

El infierno que se vive en regiones enteras cogobernadas por los intereses de cabecillas delincuenciales no debe tener continuidad. México es estratégico en la región y permitir el sostenido crecimiento de estas células criminales no ha sido analizado con seriedad. Los (no)resultados son contundentes.

Distraídos en la comodidad de la burbuja de la cruenta lucha por el poder en la sucesión política y castrense, pierden de vista el panorama integral de la realpolitik. Ese escenario de los acuerdos, alianzas pragmáticas en la toma de decisiones realistas de los intereses nacionales y geopolíticos ante el peligro que hoy representa uno de los innegables legados de la transformación cuatroté; México y su terrorismo doméstico.

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