El título de este artículo se debe, entre otros motivos, a la transformación de mi persona de médico a policía, y con ello, el entendimiento de lo que significa ser y actuar como tal.

Pertenecer a las fuerzas armadas de mi país como médico naval de la Secretaría de Marina Armada de México, me permitió sentir pleno orgullo de portar el uniforme y conocer el compromiso que ello implica. Asimismo, me ayudó a abordar mi responsabilidad como titular de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal. Muy honrado, aparecí y actué avituallado como mando policial, hecho que nunca supuso una carga; antes bien, reforzó en mi la capacidad de demostrar a través de mi persona, el carácter insigne de una indumentaria que representa a la autoridad. Igualmente importante fue el hecho de que mis compañeros policías observasen en mí al jefe que se identificaba con ellos y se comportaba a la altura de los valores significados en cada botón, escudo y emblema del atuendo.

Fui recibido así en todos los actos oficiales de mi país y en no pocas circunstancias de orden internacional, con gran satisfacción y reconocimiento. ¿Por qué no hacerlo? ¿Acaso no era yo igual a los policías de mi corporación?

Mi vocación humanista y social me recordaba que era uno de ellos y, en todo caso, si mis conocimientos fuesen superiores, me resultaba insoslayable proyectar dichos saberes, ser ejemplo y fomentar desde el mando la superación de mis casi 80 mil compañeros de corporación en la Ciudad de México y 30 mil en la Policía Federal cuando me desempeñé como Comisionado Nacional de Seguridad. En todos hay necesidades, sentimientos, gustos y satisfactores, con diversos matices, pero con un origen en común. En consecuencia, emanaba la obligación sentida de atender y ofrecer alivio, actuar con firmeza, pero con afecto y comprensión.

Nunca hubo ocasión para denostar a nadie, entiéndase bien, y tampoco se recriminó o imputaron culpas por situaciones pasadas. Antes bien, nos entregamos al análisis de las causas de los delitos a través del conocimiento y estudio de índices, indicadores y el lugar donde se manifestaba la incidencia; siempre propusimos soluciones.

Hemos insistido en que la mayoría del personal policial, así como las llamadas cofradías, hermandades, mafias, etcétera, no responden más que al reflejo de los intereses de ciertos grupos y sus mandos, los que encuentran la oportunidad de actuar al amparo de la corrupción para obtener recursos al margen de la legalidad.

Confieso que tuve la afortunada respuesta de los policías, rasgo que se sumó a la atingencia de la operación que asumí como titular de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina y de la Comisión Nacional de Seguridad. A todos ellos, bajo mi mando, mi cariño y reconocimiento como seres humanos con quienes crucé órdenes y también afectos.

Ahora bien, nos encontramos en las primicias de conjuntar el mando total de la seguridad pública en una Policía Única para el ámbito federal. Se propicia que los agrupamientos de la Policía Federal se sumen a contingentes que provienen del Ejército Nacional y la Armada de México, en espera de que este proceso funcione.

Policías, soldados y marinos han sido reclutados, capacitados y desarrollados en ámbitos diversos y dirigidos a resolver objetivos distintos con acciones incluso opuestas. Con ello quiero decir que vocación y formación son diferentes.

Me inquieta que los tres cuerpos se subsuman en uno solo, pero más todavía el que respondan a un mismo representante de cualquiera de ellos: ¿sabrá establecerse el mando en estas circunstancias?; ¿podrá dar cauce a sus órdenes?; ¿tendrá la capacidad para la integración y comprensión con todo su personal? El liderazgo que habría de ejercer exige las características y facilitadores tendientes a la solución de las premisas anotadas y para ello, no basta el simple nivel o grado ostentado por la persona. Todo esto, además, si ya se tuviera claro el qué, cómo, cuándo y dónde actuar.

Estoy cierto que los mandos, hoy escasos, deben participar con calidad y número suficientes para resolver la seguridad en los términos que el país exige; pero esto demanda tiempo pues la formación integral que permita predicar con el ejemplo, implementar acciones efectivas y ofrecer el trato institucional requerido, no se adquiere de la noche a la mañana.

Los mandos policiales deben observar en todo momento los más altos valores humanos y al respeto perenne hacia rasgos como lealtad, obediencia, respeto, probidad y honor.

Más que nunca, es preciso apoyar a las fuerzas armadas y policías: su labor y compromiso es fundamental. Hago votos para que nos encontremos en el camino de las respuestas y los resultados tan anhelados por México: ciudadanos y familias requerimos de nuestros policías. Ellos habrán de ser ejemplares a nivel federal, en los estados de la república y en las alcaldías del país.

Con profunda satisfacción y orgullo, me refiero a la designación otorgada por la autoridad al licenciado Omar Hamid García Harfuch. Ratifico que ha sido uno de mis mejores colaboradores y compañeros de trabajo, quien heredó múltiples cualidades de lealtad a la patria, conocimiento y fortalezas; subrayo estos rasgos que engloban los más altos valores humanos.

Hago votos para que las fuerzas policiales bajo su mando le respondan y que la sociedad en pleno comprenda que unos con otros, podemos ser un gran círculo virtuoso, para encausar a nuestra capital hacia la mejor seguridad.

Excomisionado nacional de Seguridad y excomisionado nacional contra las Adicciones

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