Las luchas por el poder. La pobre coordinación del trabajo en equipo. Los chismes. Todos ellos son síntomas de obstáculos en las organizaciones resultando en su baja productividad. Los elementos comunes que provocan los síntomas referidos, pudieran pasar; por la falta de claridad en lo que se pretende lograr en el corto, mediano y largo plazos; el manejo de las relaciones interpersonales; la resistencia a trabajar de manera distinta; la carencia de cohesión.

Sería importante preguntarse:

¿Por qué somos pocos claros?, ¿Cómo podemos mejorar nuestras relaciones?, ¿Por qué somos resistentes a cambiar?

Una vez resueltas esas preguntas pudiéramos afirmar haber dado el paso inicial para enderezar el camino, si es que está torcido, hacia el futuro. Detener las quejas diarias que nunca se resuelven y se convierten en círculo vicioso en el que en lugar de resolver, vamos creando enormes cuellos de botella, que nunca desatoramos.

Desde luego, es importante ante todo que seamos abiertos para entender la realidad de la situación; salirnos de la zona de la negación, para entrar en la probable zona de la solución.

Recordé que cuando se podía, fui a Bellas Artes y al ver a un bolero, le pregunté que si no pudiera asearme el calzado, pues estaba levantando sillón y la mercancía que vende como negocio adicional y me respondió que le diera 5 minutos y que con todo gusto lo haría.

Fue entonces que reparé que su hijo e hija de alrededor de 8 y 10 años le estaban ayudando a levantar el changarro, le pregunté que si diario iban con él y me dijo que en esos días si, por qué estaban de vacaciones, pero que normalmente le acompañaba su esposa para ayudarlo.

Al sentarme le pregunté cómo le había ido en su día y me dijo: "ya con usted cierro y saqué para la papa, gracias a Dios vamos a alcanzar a mi esposa en la casa y a mi hijo que se puso un poco mal y lo tuvo que llevar al hospital, pero ya me habló que está mejorcito y pues que alegría".

Le pregunté qué era lo que le había pasado a su hijo y respondió: "tiene parálisis cerebral y de pronto se pone mal pero ya está mejor gracias a Dios y eso me tiene de buenas, cada día que nos levantamos y lo vemos vivo, nos da gran felicidad saber que los médicos se equivocaron, pues dijeron que iba a vivir 2 años y ya tiene tres, nuestro chamaco".

Al terminar la boleada, les dijo a sus hijos, que ya estaban a punto de irse que les iba a comprar un dulce en el camino de regreso a su hogar y yo me quedé con la impresión de haber escuchado una lección de sabiduría de alguien que entiende que la vida es finita, pero hay que pensar que dura para siempre, día por día.

Sirva de metáfora en época de pandemia, para aplicarla a derribar los cuellos de botella en su organización, que desde luego siempre le serán menos duros que vivir con la angustia de un hijo enfermo sacando el gasto, día a día.

Quitar la niebla de no querer ver hacia dónde nos dirigimos y literalmente en equipo a limpiar las lagañas que nos nublan el accionar, provocando abatimiento.

Es importante, más que vivir quejándonos, responder lo más diáfano posible:

¿Quiénes somos?, ¿Qué queremos lograr?, ¿Cómo nos comprometemos para ejecutarlo y hacer realidad lo que buscamos? Antes de seguir dando palos de ciego, sería importante alinear a la organización y eliminar conductas perniciosas en las que se pierde el tiempo y se consume energía a lo tonto, diría mi abuelita Sara: "Mi hijo para que brincar tanto, estando el suelo tan parejo".

La conclusión es que le bajemos a las quejas, a las excusas, a los arrepentimientos para construir una mejor vida personal y de las organizaciones, lo merece un país lleno de personas como el bolero ubicado en la esquina de López y Avenida Juárez en el Centro de la Ciudad de México, que hoy como muchos en el mundo como dicen en España la están pasando canutas.

Profesor de asignatura del ITAM, Consultor y Consejero de empresas y miembro por varios años del Consejo Internacional de The Strategic Leadership Forum. 

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