No hay mal que dure cien años, ni pueblo que lo aguante. En menos de una semana concluirá la disputa por la presidencia de Estados Unidos. Como en toda contienda, de esta resultarán ganadores y perdedores. Para la lid presidencial, la mayor parte de las predicciones otorgan una cómoda ventaja a Joe Biden, el candidato demócrata, cargado de años, pero también de experiencia. Donald Trump quedaría como el quinto presidente de Estados Unidos desde 1900 que no logra la reelección para un segundo periodo.

Si las predicciones resultan ciertas, se espera que con el nuevo presidente habrá cambios profundos en las posiciones de Estados Unidos frente al mundo. En la forma y en el fondo. Biden parece dispuesto a recuperar al menos parte del liderazgo perdido. Ya anunció que volverán al multilateralismo, incluyendo la OMS. Los tiempos de un presidente bravucón quedarían atrás.

Para Estados Unidos la inmigración siempre ha sido un tema de política doméstica. Tienen alrededor de 50 millones de inmigrantes. Se estima que 75% son ciudadanos o residentes legales, lo que deja un saldo de alrededor de 12 millones de indocumentados; cerca de 50% son mexicanos. En distintos momentos de su campaña Biden ha hecho referencias explicitas a este tema. Sus críticas a las políticas de Trump no han sido menores.

Considera inhumana la separación de familias, en particular, la separación de los niños de sus padres; le resulta inaceptable cancelar el programa DACA que favorece a más de un millón de jóvenes que llegaron a Estados Unidos como niños indocumentados. La política de tercer país seguro —con la anuencia de México— para que ahí esperen los indocumentados la respuesta a su solicitud de internación es, en opinión de Biden, contraria a la mejor tradición de asilo de la gran nación americana.

Desde la reforma migratoria de 1986 que permitió la regularización de más de un millón de mexicanos, no ha avanzado en ese país una nueva legislación que permita la regularización de indocumentados. El argumento republicano ha sido que quien ingresó ilegalmente a Estados Unidos no merece un premio; en otras palabras, no merece la regularización. Cientos de propuestas han pasado por el Congreso en las últimas tres décadas, sin ningún resultado.

Joe Biden anunció en el último debate (22/10) que, de llegar a la presidencia, en su primer año de gobierno enviará una iniciativa al Congreso para promover un programa de regularización de indocumentados. De lograrlo, revertiría una tendencia de 34 años de regulaciones exclusivamente para impedir y penalizar el ingreso de inmigrantes con dicho estatus.

¿Son estas buenas noticias para México? Para los mexicanos indocumentados en Estados Unidos difícilmente podría argumentarse lo contrario. Familias que se mantendrían unidas, jóvenes que podrán continuar su vida y estudios en Estados Unidos sin el temor a ser deportados, solicitantes de asilo que podrían permanecer en territorio estadounidense en lo que se resuelve su caso y millones de mexicanos indocumentados para quienes se abriría una luz de esperanza con la promesa del candidato demócrata de promover un programa de regularización.

Para el gobierno de México, no necesariamente. Desde el programa para los braceros mexicanos, concluido en 1948, Estados Unidos no ha diseñado ni implementado un programa de inmigración en exclusividad para México y, hasta ahora, el candidato Biden no ha hecho ninguna mención a México o a la posibilidad de la cooperación bilateral en el tema. El gobierno de López Obrador le apostó todo a Trump. Difícilmente podríamos esperar ahora algún interés o simpatía de Biden hacia su homólogo mexicano.

El cambio también pondría en evidencia las verdaderas motivaciones de la política migratoria mexicana. ¿Continuará el gobierno de López Obrador su política de utilizar al ejército mexicano para detener y devolver migrantes cuyo destino era Estados Unidos para evitar la imposición de aranceles? ¿Mantendrá México abnegadamente su estatus de tercer país seguro para alojar migrantes cuya solicitud de internación a Estados Unidos está en trámite? ¿Tiene la 4T una política migratoria propia? En el lado positivo ¿habrá ahora mayor margen para trabajar en la vinculación entre migración y desarrollo que podría ser más afín a la visión de Biden? ¿Esta el gobierno de la 4T en capacidad de aprovechar esta oportunidad? Al final cualquier escenario resulta mejor que el del empresario neoyorkino.

lherrera@coppan.com

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