Un clásico de la sociología, Emile Durkheim (1858-1917), sostuvo que de la misma manera que la Revolución Francesa había dado un gran paso en la lucha contra la desigualdad y la injusticia social al haber puesto fin a las prácticas del viejo régimen de considerar hereditarios los títulos nobiliarios y ciertos cargos públicos, el nuevo régimen, el de la sociedad industrial, debía llevar adelante el proceso igualitario y abolir la posibilidad de que la riqueza acumulada se heredara. Para este teórico, padre de la sociología, lo justo y socialmente útil era que cada individuo en cada generación ganase por sus propios méritos su lugar en la estructura social. Tamaña propuesta era tan lógica como utópica y a más de un siglo de enunciada la realidad ha marchado exactamente en el sentido opuesto a lo deseado por Durkheim y cada vez más rápido.

El estudio Desigualdades en México (2018, El Colegio de México) concluye que la mitad de los mexicanos nacidos en el seno de una familia clasificada en el quintil (20%) más bajo de la pirámide de ingresos va a permanecer atrapado ahí y apenas un escaso 2.1% podrá colarse al grupo del 20% de los más favorecidos (p. 49) que en sí mismo es muy desigual.

Una revisión de las biografías de quienes hoy se encuentran entre los hombres y mujeres más ricos de nuestro país (los mil millonarios en dólares), pero especialmente de la decena que ocupa su cúspide, permite concluir que casi todos heredaron directamente o por matrimonio un capital inicial que les permitió mediante buenas o malas artes, o la combinación de ambas, acumular sus actuales fortunas donde la menor ronda los tres mil millones de dólares y la mayor supera los 90 mil millones. Y es que la herencia está en la base del fenómeno.

Lo anterior se ve con mayor claridad en Estados Unidos, donde los datos sobre la acumulación de la riqueza son, valga la expresión, más ricos. De acuerdo con los datos y cálculos de un artículo de Talmont Joseph Smith del New York Times (14/05/23), en Estados Unidos va a tener lugar la mayor transferencia de la historia de la propiedad entre familiares. Se calcula que el valor total de la riqueza de los hogares en ese país es hoy de 140 millones de millones de dólares, un monto tan enorme como mal distribuido. El autor calcula que quienes hoy poseen entre 5 y 20 millones de dólares y que representan apenas el 1.5% de los hogares norteamericanos, en 2045 habrán transferido a sus herederos el 42% de dicho monto, alrededor de 36 mil millones de millones de dólares y por los cuales —y este es un punto crucial— apenas pagarán al erario 4.2 millones de millones. La legislación fiscal norteamericana vigente —como la de muchos otros países— tiene numerosos caminos que conducen a evadir impuestos sobre la riqueza acumulada. En contraste, el 50% de los hogares menos afortunados apenas disponen de un ingreso anual promedio de 28 mil dólares. El pronóstico para ellos es que la pobreza relativa va a seguir presente y cada vez verán estrecharse más la vía que lleva al retiro digno.

Del análisis de Smith, o de estudios académicos históricos y bien documentados como el de Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI), se deduce que la inercia del capitalismo actual, aunque con variantes, es absolutamente dominante a nivel mundial, lo que nos conduce a vivir en sociedades donde la concentración de la riqueza se hace cada vez más evidente y por tanto también la polarización social. Hoy no hay nada en el modo de producción dominante que permita suponer que en un futuro previsible el panorama va a cambiar: cada vez los que tienen más tendrán más.

Tarde o temprano la dinámica de las economías nacionales y global actuales se topará con reacciones de los que, literalmente, sólo pueden heredar el viento. Por tanto, una política incluso conservadora pero inteligente echaría mano de medidas fiscales que favorecieran la redistribución y disminuyeran las tensiones sociales.

Sin embargo, dada la cortedad de miras y la ferocidad de las derechas de aquí y de otras latitudes, esa posibilidad se antoja remota. Con todo, algún tipo de freno fiscal a la acumulación de la riqueza es hoy la opción para evitar un sobrecalentamiento del caldero social. El razonamiento de Durkheim formulado hace más de un siglo sobre la disfuncionalidad de la herencia sin límites mantiene su vigencia.