Camila será un nombre más para recordar, para repetir, para gritar, para no olvidar. Camila es el nombre que perteneció a una niña que solo vivió 8 años. Su vida fue truncada en plena Semana Santa. La noticia inundó los medios. La indignación se apoderó de todas las conciencias. Todavía es prematuro reconstruir lo sucedido durante su secuestro y posterior feminicidio. Todo indica que Camila fue, con engaños, llevada al lugar a donde fue secuestrada con la ilusión de disfrutar con una amiga de un día en la alberca. Nunca regresó. Lo que pasó desde que salió de su casa hasta que fue hallada en la carretera Taxco-Cuernavaca queda, por ahora para el observador externo, en pura especulación.

Lo que siguió después fue que, una multitud enardecida, en vez de dar cuenta a las autoridades cuando tuvieron noticia del paradero de los presuntos responsables, fue al lugar en el que se encontraban, los sacaron de ahí y decidieron hacerse justicia por propia mano. Esa que está prohibida porque aún en medio de la más extrema indignación, deben prevalecer los cauces institucionales. En el video que circuló en las redes se ve cómo primero es toda una masa la que golpea, después, uno a uno, van tomando su turno para patear hasta provocar el estallamiento de vísceras. Una mujer murió, todo indica que fue quien presuntamente tuvo retenida a la víctima.

La reacción de la población no es un hecho aislado. Está relacionada con el hartazgo por la inacción de las autoridades encargadas de la procuración de justicia, o porque su respuesta es tardada, deficiente o ineficiente. Lo que se espera ahora es que el caso de Camila no sea un número más entre los miles que quedan en la impunidad.

Ayer las miradas estuvieron en el triste espacio donde velaron a la niña. De ahora en adelante estarán sobre el trabajo que haga la fiscalía estatal para esclarecer los hechos, y determinar la responsabilidad de los perpetradores del hecho. En la fiscalía deberá hacerse un trabajo profesional, profundo y serio que lleve a conclusiones contundentes. Por supuesto que toda la investigación tendrá que realizarse con perspectiva de género siguiendo al pie de la letra los protocolos existentes. La procuración de justicia, de nuevo está a prueba. Esperamos que no sea un caso más, sino un caso clave para Guerrero y para México.

Nada puede terminar con el dolor de la familia, pero al clamar justicia se busca que, de alguna manera, los responsables paguen por el terrible hecho. No se debe revictimizar a la niña ni a la madre de la niña. Se debe actuar con prudencia independientemente de la presión mediática y social que ya está existiendo.

La descomposición social en Guerrero ya es añeja y no se ven esfuerzos sostenidos para revertir las condiciones de inseguridad en la que vive en general la población y en particular, el riesgo al que están expuestas niñas, niños y adolescentes. En leyes y Tratados se enumeran los derechos que tienen. Camila ya no tuvo el derecho a la recreación, a la diversión, al juego. No se garantizó su seguridad. No se garantizó su futuro. No se garantizó su vida.

En medio del dolor, del estupor y la impotencia, seguiremos pendientes del curso que tomen las investigaciones. Este caso, como tantos otros, no puede quedar en el olvido. El nombre de Camila seguirá en nuestra memoria individual y colectiva.


Catedrática de la UNAM

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