Se termina el 2022 y es momento para cerrar con agradecimiento. Es el tiempo para la gratitud, para dar las gracias por tantos sucesos gratos. Lo que les comparto hoy es algo muy personal y muy especial.

Me voy a regresar en el tiempo. Mi vida me lleva a estar viajando constantemente y a tener encuentros académicos en diversas partes de la República. Hay reuniones muy gratas y destinos apetecibles. Me encanta poder combinar la academia con el conocimiento de lugares y personas. Hay destinos que te permiten un rato de mar, por ejemplo, o maravillosos tours gastronómicos. Mi destino hace seis años era Saltillo. Un lugar que, a decir verdad, no está en mi top de los preferidos. El evento era interdisciplinario y eso lo hacía muy atractivo. Llegamos en domingo y se me ocurrió dar un paseo por Arteaga, donde tenía lugar la feria de la manzana. La idea no fue buena, porque provoqué que yo, y las que ahora son dos amigas muy queridas, estuviéramos mucho tiempo atrapadas en el tráfico. Eso permitió que nos conociéramos y que platicáramos de los temas que nos traían preocupadas, no solo en el terreno académico, sino en la vida diaria.

Fue así como externé mi agobio por haber constatado, en días anteriores, en una visita a Chiapas, la evidente y paulatina pérdida de memoria de corto plazo de mi mamá, quien, en ese momento rondaba en los 86 años. Las dos personas que me acompañaban empezaron a comentarme sus propias experiencias y la importancia de tener profesionales acompañando el doloroso proceso de deterioro cognitivo de las personas mayores. Regresé de Saltillo con direcciones de especialistas no solo de geriatría sino de psicología y neurología. En especial, con el dato de una psico-neuro-geriatra a la que conocí en la Ciudad de México muy pronto. Al saber del caso, me sugirió a otra persona que usualmente viajaba a Chiapas porque era de allá y podía hacer una evaluación de la paciente in situ, así como de su familia y su entorno. Para nosotros —mis hermanos y yo— hubo un antes y un después de esa visita porque normalmente, en casos como ese, se empieza a actuar con la guía de la intuición y no necesariamente resulta lo mejor.

Margarita Becerra —así se llama la especialista— sugirió ejercicios físicos y mentales, temas relacionados con la alimentación, distribución de las actividades, y sobre todo, lo más importante, hizo una revisión del entorno completo, de las habilidades de cada quien y de las maneras de ir procesando el deterioro que podía prolongarse por varios años, como sucedió.

Seguimos al pie de la letra las instrucciones. Las enfermeras que estuvieron al cuidado de mi mamá sabían cómo realizar cada una de las actividades diarias, lo que aumentó su calidad de vida. Cuando falleció, busqué a Margarita y no tuve éxito. Con ella también se hizo este vacío comunicacional pandémico y pospandémico. ¡Ya habrá algún otro momento en que volvamos a coincidir, pensé!

Hace unos días, en estos tiempos propicios para externar gratitud, me detuve en un tope en un camino rural de Chiapas. Una persona sacaba la llave para abrir su casa. ¡Allí estaba la tapachulteca! ¡Seremos ahora vecinas durante las estancias en mi tierra! Aquel viaje a Saltillo nos llevó a ella. Ahora, mis hermanos y yo podremos dar un saltito para ir a tomar el mejor café con vista a un bosque de ahuehuetes encantado.

Qué privilegio haber podido cerrar el año así. ¡Feliz 2023!

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Catedrática de la UNAM.
@leticia_bonifaz