El proceso de sucesión adelantada de Morena ha dejado pocas cosas positivas. En muchos sentidos ha sido una regresión a tiempos que parecían superados en la política mexicana. El espectáculo de los tres candidatos tratando de estimular el afecto presidencial mediante una suerte de concurso de genuflexión cotidiana, recuerda a los tiempos del priismo más cursi. En muchos momentos, incluso los supera. Algunos suspirantes priistas preferían buscar el favor presidencial en privado, quizá ruborizados ante la necesaria indignidad que implica aplaudirle al jefe todos los días, a toda hora. Las cosas son distintas ahora. Desde el festejo de cumpleaños hasta la participación en la marcha, se hace todo lo que indique el señor presidente sin jamás pretender ni el pétalo del desacuerdo. Los priistas más desvergonzados estarían orgullosos.

Pero el proceso ha dejado al menos un indicio claramente positivo.

La iniciativa de realizar debates es un paso adelante necesario para los partidos políticos en México (no solo para el partido oficial) y sería una muestra de vigor de la democracia mexicana en un momento en el que el ánimo de intercambiar ideas frente a los grandes públicos parece estar perdiendo vigencia, en gran medida por la descalificación sistemática que de ella hacen políticos autoritarios.

En Estados Unidos, por ejemplo, el Partido Republicano ha decidido rechazar de una vez los debates que organizará la comisión independiente, encargada de esa tarea desde hace décadas. Aunque la comisión ha hecho un trabajo ejemplar al cuidar la imparcialidad y sustancia de los encuentros, el comité nacional del partido republicano optó por atender los berrinches de Donald Trump para descalificar, de manera tajante, los debates que organice la comisión en el siguiente ciclo electoral. Si se cancelan, será una pérdida grave y ominosa para la democracia de Estados Unidos.

Por eso, entre otras razones, es tan positivo que los precandidatos de Morena aparentemente pretendan participar en una serie de debates antes de definir cuál de ellos representará al partido en 2024.

Ahora, hay de debates a debates.

Si los candidatos pretenden dedicar horas a celebrar la infalibilidad presidencial, el ejercicio será una pérdida de tiempo. Nadie supone que los candidatos de Morena critiquen abiertamente lo que se ha hecho en el periodo lopezobradorista, pero algún contraste tiene que existir, no solo entre ellos, sino en lo que se ha realizado hasta ahora en el sexenio, sobre todo en el área de responsabilidad de cada uno de los candidatos.

Por ejemplo, valdría la pena revisar las concesiones en materia migratoria, la estrategia de seguridad en el país o el manejo de la pandemia en la ciudad de México.

Para esto, los candidatos de Morena necesitan escoger inteligentemente a los moderadores de sus encuentros. De nuevo: aunque sería ideal, nadie espera que el partido oficial elija, para sus debates, de elecciones primarias, a periodistas críticos del gobierno.

Pero elegir a periodistas a modo sería una mala decisión.

Los candidatos y la democracia del partido y del país se verían fortalecidos con la presencia de moderadores que hicieran de estos encuentros algo realmente sustancioso, como ocurre con los debates para elecciones primarias de los partidos republicano y demócrata en Estados Unidos.

Ojalá tomen las decisiones correctas. En esto Morena podría establecer un parteaguas muy positivo. Aunque también podría organizar una pantomima que sea más bien reveladora de una inclinación caudillista y regresiva.

Ya veremos

@LeonKrauze

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