Para Alejandro Hope.

Seamos francos: la mayoría de las opiniones que se leen en las redes sociales sobre la inexcusable guerra rusa contra Ucrania son lamentables. Arraigan en la mala intención o la ignorancia. Es posible ver las huellas de la propaganda rusa, que ha convencido a demasiada gente de, cuando menos, una falsa equivalencia de responsabilidad entre las dos naciones y, en el peor de los casos, la idea siniestra de una supuesta culpa ucraniana por la agresión.

Semejantes barbaridades serían impensables de no ser por el desconocimiento profundo que existe de lo que realmente ha ocurrido en Ucrania. A pesar de que esta guerra ha sido, por mucho, la más visible de la historia humana, mucha gente no ve lo que pasa, o prefiere no verlo. Por eso es fundamental escuchar a aquellos que han sufrido, de verdad, el día a día de la tragedia.

El viernes pasado tuve la oportunidad de conversar con cinco alcaldes de distintas ciudades de Ucrania en la cumbre de Denver, un encuentro que reunió a cientos de ediles del mundo, incluida Claudia Sheinbaum.

Los cinco ucranianos gobiernan ciudades de tamaños distintos que han enfrentado situaciones de riesgo diferente. Pero todos comparten factores en común.

El primero es el salvajismo de las tropas rusas.

Yuri Bova es alcalde de la pequeña ciudad de Trotsyanets, que sufrió cuatro semanas de ocupación. En el encuentro, Bova describió un saqueo sistemático. “Se llevaron hasta los imanes de los refrigeradores”, dijo. Pero no solo eso. También explicó, con lujo de horrendo detalle, episodios de tortura, ejecuciones y ataques deliberados contra blancos civiles. “¿Quién hace algo así?” se preguntaba, todavía conmocionado por lo que ha visto en este año y fracción de terror.

Vitali Klitschko, el alcalde de Kyiv y objetivo directo de las fuerzas rusas desde el principio de la guerra, describió lo que vio en la masacre de Bucha. “El hedor de los cuerpos era insoportable”, dijo. Para Klitschko, el ejército ruso ha actuado con inhumanidad sistemática, y deberá enfrentar la justicia internacional. Algo parecido dijo Oleksandr Kodola, el alcalde de la ciudad de Nizhyn, que resistió con gran pundonor la violencia rusa.

Ivan Fedorov, alcalde de la aún ocupada Melitópol, fue detenido sin razón por las tropas rusas en los primeros días de la ocupación de su ciudad. En su celda, escuchó amenazas y torturas. Fue liberado después de un intercambio de prisioneros y ahora gobierna desde el exilio. Sabe que su ciudad estará en el centro del conflicto en los próximos meses e intuye con claridad los horrores que va a encontrar. A pesar de ello, había en su crónica otros dos factores en común con los otros alcaldes: convicción absoluta del triunfo de Ucrania y una voluntad conmovedora: piensa, desde ahora, en la reconstrucción.

En ese sentido, se me ha quedado en la memoria la voz de Ihor Terekhov, el alcalde de la ciudad de Kharkiv. Pocos lugares han sufrido un ataque tan reiterado y cruel contra su infraestructura y su población civil. A Terekhov le temblaba la voz con indignación cuando recordaba a miles de sus ciudadanos buscando refugio en el metro de la ciudad. Sabe que le hace falta básicamente todo para reconstruir y que el camino será muy largo. Pero tiene la vista puesta en el futuro. Le pregunté cómo imaginaba Ucrania en cinco años. “Un país europeo, democrático y con una economía avanzada”, respondió, sin atisbo de duda.

Esa es la realidad ucraniana, en voz de sus protagonistas: un país soberano y democrático, agredido sin justificación alguna por un ejército que tortura, asesina y saquea. La historia así lo registrará. Y será implacable con gobiernos y opinadores profesionales o de ocasión que cierran los ojos a una realidad cruel e inocultable.

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