Hace unos 15 años, la editorial para la que yo trabajaba estaba dividida por áreas. Las revistas de moda, belleza y sociales conformaban el área de “las femeninas ”. Nadie entonces lo cuestionaba. Esos impresos eran leídos en su mayoría por mujeres y editados por mujeres, y llenos de publicidad para mujeres. Perfumes, maquillaje, spas, ropa, zapatos. Hace tan solo 15 años las publicaciones para mujeres poco tocaban los temas que salían de este perímetro. Algo de estilo de vida, viajes y gastronomía, quizás. Otra de las áreas era “la de negocios”. Ahí se construían revistas pensadas para hombres, completamente masculinas . La redacción tenía pocas mujeres y el director gráfico -un macho, homofóbico por cierto- jamás hubiera tenido la iniciativa de cambiar el logo de color en el mes de la mujer. El press kit afirmaba que estas revistas eran leídas en su mayoría por hombres. Nada de esto le era extraño a nadie. Esta condición solo era el reflejo del mundo afuera. Los hombres eran quienes consumían noticias duras:

políticas, finanzas, tecnología; y las mujeres consumían contenidos soft. Sí, así les llamaban. El patriarcado menospreciando el trabajo de las “niñas” de moda, ya que éste no requería la rigurosidad de las fuentes que caracterizaba al “buen periodismo”. Fue hasta 2005, cuando los propietarios y directivos de Grupo Expansión vendieron la editorial al consorcio editorial más grande del mundo: Time Inc , que el mundo de los hard news nos comenzó a tener un poco más de respeto a las “niñas” de moda.

Ese monstruo que facturaba 5 mil 800 millones de dólares entonces era dirigido por una mujer, Ann Moore . Politóloga y con un MBA en Harvard, Ann era una amante de las revistas. Había logrado llegar como CEO después de haber incrementado las ganancias y la oferta de productos femeninos para la editorial. Time con una directiva meramente masculina no se había dado cuenta del potencial del marketing femenino. Moore lo describió en una entrevista en 2001 como la “incapacidad de Time para comprender que se podía ganar dinero con el marketing para mujeres”. Después de pasar por publicaciones como Sports Illustrated, Fortuney Money , Moore se convirtió en publisher y posteriormente presidenta de People, la publicación que bajo su dirección logró superar en ingresos publicitarios a la revista Time . Para 2001 People generaba más de 723 millones de dólares, mientras que Time 666. Y para rematar este logro, Moore empujó la creación de spin offs como InStyle, People en Español, Teen People y Real + Simple . InStyle se convirtió en la revista de moda que más publicidad vendía en el mundo.

El rigor con el que se editaban las revistas para mujeres era el mismo que se utilizaba para revistas como Time y Fortune. El respeto a un editor, sus decisiones y su visión no tenían que ver con su género. Vieran a los hombres escuchar a Ann Moore hablar. ¿Ustedes creen que le aplicaban mansplaining ? Unos años después en México, otra jefa, eliminó el hard y el soft para llamarle smart content.

Los años pasaron y la ola feminista llegó para cambiarlo todo. El marketing, la oferta de contenidos, la visión. Hoy más del 20% de la audiencia o lectores de una revista de moda y belleza son hombres. Mientras que casi el 50% de la audiencia de una revista de negocios son mujeres. Aunque muchas mujeres ya consumíamos noticias de política o finanzas desde antes, el mundo se dio cuenta que nos interesaban otros temas, que éramos una fuerza económica y que no era mala idea ir con los anunciantes de coches o de bancos. El feminismo como modelo de negocio. Miles, millones historias por contar. Sin embargo, el reto más complicado de cumplir ha sido –mientras la digitalización puso de cabeza al modelo de negocio– el dejar de escribir desde el patriarcado. Pasaron los años y lo que desató el #MeToo ya no tuvo regreso. La presión de las feministas comenzó a incidir en los enfoques editoriales, y algunos medios como The New York Times o El Clarín han creado este perfil de editor de género. Esto ha sido de gran utilidad sí, pero me parece todavía insuficiente y quizás no es el mejor de los caminos. Las redacciones no solo tienen que llenarse de mujeres para que reflejen el mundo exterior, y de mujeres que ganen lo mismo que sus pares. Las redacciones no solo deben contar con políticas de acoso para que los hombres dejen de abusar en todos los sentidos de su posición de poder. Los espacios editoriales para las mujeres no solo tienen que existir en parecida proporción en la que existen para los hombres. Los editores y productores no deben porque “vende mucho”, “está de moda” o “¡ah cómo dan lata las viejas!”, destinar espacios o algunas paginitas para contenidos que tengan que ver con violencia de género. Las redacciones deben ir más allá de la creativa idea de poner su logo en morado los 8M . Las redacciones tienen que pensar y sentir distinto para dejar de solapar o incitar discriminación y violencia contra las mujeres, para dejar de revictimizar a las mujeres.

Esta revolución feminista, que hasta podríamos llamarla revolución de género, para lograr mejor entendimiento, es un cambio de cultura que no toma poco tiempo, pero que si no hacemos notar, sin duda nos tomará mucho más. Una editora de género no puede ni debe reescribir los textos. El reporteo debe hacerse desde cabezas que distinguen los pisos disparejos entre un género y otro. Hombres y mujeres periodistas, tan conocedores de los derechos humanos , tenemos como misión cuestionar al poder, al que le falta muchísimo para entender y ejercer la igualdad de género. El editor de género solo es un filtro. Las redacciones deben cambiar por completo, porque el mundo afuera de ellas está cambiando por completo, y el mundo dejará de consumir lo que no sienta como propio. Si no, pregúntenle a TikTok.

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