“London Bridge is down.” Con esta frase el secretario particular de la reina Isabel II, Edward Young, ha comunicado a la primer ministra Mary Elizabeth Truss, sobre la muerte de la monarca.

Hace diez años, cuando Isabel II festejó el jubileo por 60 años de reinado (desde 1952), hicimos un especial en la revista Quién . La realeza, uno de los pilares editoriales —política, sociales y espectáculos, los tres restantes, tenía su propia fórmula. Al idear la marca de la revista de sociales que establecería maneras diferentes de hacer periodismo, los fundadores conocían bien a su audiencia clave: aquella a la que le gusta el mundo rosa pero que sabe leer entrelíneas. Este pilar de realeza mereció, entre 2000 —el año de lanzamiento, y 2016, cuando dejé de ser editora general, portadas muy específicas y más que vendedoras: los romances y las bodas de Letizia y Felipe de Borbón , así como William y Kate , algún aniversario luctuoso de Diana de Gales, el encanto y estilo de Kate Middleton, los momentos más fiesteros en la juventud del codiciadísimo por las chicas, príncipe Harry, pero una sola de la reina Isabel II. La que menciono arriba. Se trató de un ejemplar de 300 páginas, cuando la frecuencia de la revista era quincenal.

Cabe recordar ahora que, en medios, en revistas, así nos enseñó un antiguo editor de Time a los jóvenes de Grupo Expansión por allá del 2005 que lo que más vende es la muerte. En la era digital ya ayer también alcanzamos a ver y retuitear en redes las portadas de Time y Vanity Fair, entre muchas otras, con la imagen de la reina. Eso es de las cosas que no han cambiado. La muerte sigue vendiendo. Pero no fue el caso de aquellos años. Lo que también nos había enseñado aquel editor es que la gente de mayor edad no vende, que venden los jóvenes y los “good looking”. Y el lector, como solíamos decir “es el jefe”. Ahora todo esto sería tachado de políticamente incorrecto. Eran otros tiempos. Sin embargo, era verdad. Ese ejemplar, aunque de contenido impecable, no estuvo entre los más vendidos.

A sus 86 años, durante aquel 2012 y los festejos del jubileo de diamante, la reina comenzaba quizás la que se convertiría en la mejor década de su reinado. Si bien siempre había mantenido cierta aceptación, años antes, la guerra de las Malvinas con Argentina (1982), los ataques terroristas en el metro de Londres (2005) y la terrible ola de calor (2003) que azotó la capital y dejó más de dos mil muertes, fueron momentos para lamentar. No se diga de la fría respuesta que en un principio tuvo la madre de Carlos hacia el accidente de Diana en 1997, y la filtración de la evidencia sobre su poco cariño a la “reina de corazones”, el incendio en el Castillo de Windsor (1992) y la muerte de su hermana, Margarita, y su madre (2002). Para las Olimpiadas de Londres, la reina fue ovacionada en el estadio durante la inauguración tras su “entrada” triunfal simulando lanzarse desde un helicóptero junto con el Agente 007 (Daniel Craig). Fue en aquella época en la que también comenzó a usar este arcoíris de vestidos coloridos como estrategia para ser más notada entre las multitudes y a suavizar su imagen. Se empezaba a hablar de su larga trayectoria al frente de la Mancomunidad de Naciones (antes británica), de su neutralidad constitucional, así como de su férrea dedicación al servicio. ¿Cómo es que no iba a vender?

La firma Gallup, conocida empresa por sus encuestas de opinión pública, resaltó ayer en sus redes sociales que entre 1948 y 2020 la monarca ha apareció 52 veces en el top 10 de “Mujeres más admiradas vivas en el mundo” —le siguen, pero muy por debajo, como dato cultural y de referencia, Margaret Tatcher y Oprah Winfrey. Otras encuestas demuestran que el término más asociado entre los seguidores ha sido casi siempre el “respeto”.

Sin embargo, hoy queda claro que su largo reinado le ha dado a Isabel la oportunidad de aprender, tropezarse y levantarse, y que eso inevitablemente termina en popularidad cuando se combina con su leal compromiso con el papel que le tocó jugar en la vida. Lo suyo, si también puede resumirse en aciertos como la privacidad, la moderación y un goteo constante de modernidad, además de una profunda influencia, nada de esto hubiera podido pasar sin la oportunidad que le dio el tiempo, que le dieron las décadas, que le dio particularmente esta última década. Y ese es el legado más importante que la reina le deja al mundo, a nosotros los que nunca seremos reyes pero que despreciamos las arrugas y las canas, que preferimos revistas con jóvenes modelos en las portadas o que damos y nos damos likes solo hasta los 40, cuando la tercera edad puede ser una gran oportunidad.

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