Con el temor al fuego, en medio de una guerra activa y despiadada, algunos regresaron a sus hogares para rescatar lo que quedó; encontraron despojo, destrucción y muerte. Tuvieron poco tiempo para recoger los pedazos de la vida que dejaron ahí cuando salieron huyendo. Así es la guerra, mientras unos logran huir, otras familias buscan a sus desaparecidos; en otros puntos fusilan, amanecen cuerpos colgados y arden vehículos en conocidas avenidas.

El silencio del olvido y la presencia derrotada de la Guardia Nacional y el Ejército Mexicano acompañaron a los habitantes de Sarabia, en Jerez, Zacatecas; los escoltaron a recoger colchones rotos y trapos sucios, eso fue lo que quedó del patrimonio que construyeron con sus manos de tierra, eso fue lo que quedó de las instituciones que nacieron con el firme propósito de combatir al delito y defender la integridad, la independencia y la soberanía de la nación.

Sarabia no está en Ucrania, Sarabia es México, y la violencia de esta guerra, más sangrienta, igual de injusta, como todas, despreciable, mantiene a pueblos y ciudades azotados por el fuego de los grupos criminales que operan con absoluta libertad; estos ataques no son repudiados o condenados por el secretario de Relaciones Exteriores del Presidente, que aseguró que la mejor política exterior es la interior. Aquí no les llaman corresponsales de guerra a los periodistas que pierden la vida intentando informar al mundo que en México a diario se fusila, cercena, cuelga y desaparece a hombres y mujeres a los ojos de todos. La barbarie que viven nuestros pueblos tampoco ha merecido el repudio o condena del pueblo bueno y sabio; el pueblo bueno y sabio prefiere debatir sobre tlayudas y aplaudir los baños del recién inaugurado AIFA.

La invasión rusa a Ucrania toca más corazones mexicanos que los miles de desaparecidos y muertos en nuestro país; en redes sociales no cesan las cadenas de oración por los desplazados europeos, los perfiles se tiñen de azul y amarillo, los analistas se vuelven estrategas militares. Mientras los legisladores federales más productivos, sin perder el tiempo, organizan mesas de amistad con Rusia (sí, Rusia el invasor), los otros diputados chambeadores, los pacifistas, se aparecen para rechazar tan aberrante postura. Pero, ¿dónde están las mesas de amistad con Michoacán, Guerrero y Zacatecas? Legisladores y Federación han dejado a las víctimas en manos de gobernantes enclenques que reparten culpas y bendiciones, pero viajan blindados.

Aquí, las mujeres tienen que pintar y destruir para ganar atención, los padres de niños con cáncer tienen que sacar a sus enfermos a las calles e invadir recintos para gritar: ¡Estamos muriendo!, nada ha sido suficiente. Palacio Nacional se viste de triple barricada de acero para protegerse de mujeres que se arman de pintura, flores y humo de colores para ser escuchadas. Los legisladores echan a los padres que tocan puertas pidiendo medicamentos. Unos cuantos desplazados son sólo escuchados por quien ve oportunidad política, y todo lo demás simplemente se niega; mejor hablemos de Ucrania, hablemos de clasismo, del Tren Maya y de los mejores aeropuertos del mundo.

Cada vez más alejados de nosotros mismos y de nuestra fuerza, ignoramos y hacemos vínculo con dolores más lejanos, de esos que vislumbran solución.

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