Una corriente de opinión afirma que la guerra en Ucrania es un problema que debiera interesar sólo a los europeos pues, no se ve porqué debería importar a países de América Latina, que tienen sus propios problemas. Esta corriente pone el acento en la diversidad de conflictos internacionales hoy en paises del Africa y del Asia, ¿por qué entonces privilegiar la atención en Ucrania?

Es claro que quienes se plantean estos interrogantes (que en verdad son respuestas) parten de una actitud crítica a Europa y en particular a Estados Unidos. Quienes asumen esta posición, que toma distancia de los paises occidentales, pone en un segundo plano el tipo de orden político de un país, pues se sustenta la idea de que en la relaciones internacionales la prioridad es la independencia nacional (en particular de Estados Unidos), y los vínculos con terceros paises deben darse sin importar que se trate de gobiernos no electos por sus ciudadanos o intolerantes con la oposición, ni que tengan como práctica corriente las violaciones de los derechos humanos.

¿Por qué Ucrania interesa a América Latina? La razón fundamental se encuentra en el proceso político iniciado hace cuatro décadas y que implicó un verdadero parte aguas en su identidad política: la expansión de la democracia como un hecho regional. América Latina, desde los ochenta del siglo pasado, optó por la construcción de regímenes democráticos, y como nunca en su historia dejó atrás dictaduras, sistemas hegemónicos e inercias cíclicas de autoritarismo. Han sido enormes los esfuerzos y sacrificios colectivos para construir sistemas con tolerancia política, pluralismo y alternancia de partidos en los gobiernos y continuidad democrática superando las crisis y desafíos afrontados. Se trata de un largo proceso de consensos que han resultado en el rechazo al autoritarismo como método de gestión. Desde esos años inaugurales, América Latina se integró a las regiones democráticas del mundo, y hoy la democracia es parte de su compleja identidad política. Es verdad que Nicaragua y Venezuela contradicen esa vocación, del mismo modo que Hungría y Polonia contradicen la compleja identidad política de la Unión Europea. La posición regional, en ambos casos, es a favor de la democracia. En tal sentido, interesarse y actuar a favor de la estabilidad y salud de las democracias de Europa es, para América Latina interesarse y actuar en defensa propia.

Por supuesto, hay cuentas pendientes en la región que, a la luz de la crisis de Ucrania, se evidencian nuevamente. Por una parte, la ausencia de integración regional, es decir, de una unidad construida mas allá de las coyunturas de los gobiernos, y con la finalidad de favorecer estrategias de desarrollo económico-social y de defensa de la democracia. Esto ocurre parcialmente con el T-MEC en la región del norte de América, y de modo más integral en la Unión Europea, bloques compuestos por países disímiles en sus orientaciones ideológicas. La actual unidad de acción de Europa en afrontar el problema ruso es un elemento clave en la negociacion Ucrania-Moscú. Por otra parte, los magros resultados en la construcción de buenas democracias, con instituciones que garanticen efectivos derechos y obligaciones, para avanzar en mas igualdad y libertades. La creciente desigualdad social y la inseguridad deterioran el orden político, poniéndolo en jaque, como ocurre en el Salvador, o dando lugar al autoritarismo, como ocurrió en Nicaragua y Venezuela. Como evidencian estos ultimos casos, menos democracia no da solución a los problemas sustantivos de las poblaciones sino que los agrava.

Despues del sistema bipolar y guerra fria, vigente entre la segunda posguerra mundial y la disolución de la Unión Soviética en 1991, y del unipolarismo americano de los 90, el orden internacional multipolar ofrece una dinámica de mayor incertidumbre. Con el advenimiento del nuevo siglo, la democracia pierde terreno frente a los ordenes autoritarios. El relativo declive americano convive con el ascenso de potencias económicas como China, y con el mantenimiento de tradicionales potencias militares como Rusia. La actual tendencia de expansión de las autocracias se refuerza con la puesta en marcha de mecanismos de promoción autoritaria, y la coordinación y apoyo a los paises autoritarios de la región. Ante este escenario, el dilema democracia-autoritarismo cobra nueva relevancia en las relaciones internacionales de América Latina.

Además de valores asociados con la defensa de garantías y derechos de las personas, diferenciar en el plano internacional entre gobiernos autoritarios y gobiernos democráticos, es reconocer la diferencia de dos metodos decisionales opuestos con consecuencias tangibles a nivel interno y externo. La democracia es ante todo, como señaló acertadamente Schumpeter, un método de generación de poder a partir de elecciones libres de los ciudadanos, y la toma de decisiones implica superar complejos procesos de consenso. El autoritarismo es lo contrario, el pleno arbitrio de un pequeño grupo en el vértice del poder, cuando no el simple capricho de un dictador. Las relaciones de países democráticos con paises autoritarios implican riesgos, en particular, cuando esas relaciones provocan dependencia. Como se advierte hoy en Europa respecto de Rusia, esos riesgos no deben subestimarse.

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