Para Carmen Valles

El miércoles 10 de enero en curso supimos del fallecimiento del doctor Sergio García Ramírez. En su familia, a sus amigos, alumnos, colegas y compañeros, la infausta noticia nos conmovió. Su ausencia ya se nota. Algunos teníamos, en estos días, encuentros de trabajo y amistosos programados con él. Ya no tendremos la fortuna de ilustrarnos con su sabiduría, sus argumentos y su claridad. Ya no disfrutaremos de sus colaboraciones en nuestro diario y en otros medios.

Tuve la fortuna de conocer a Sergio hace muchos años y de tratarlo en distintos momentos, espacios y circunstancias. Debo decir que, para mí, siempre fueron oportunidades de entender y aprender; de disfrutar y mejorar; de cultivar valores y principios; de compartir proyectos, sueños y también realizaciones. Él fue siempre auténtico y propositivo, vital y entusiasta, una persona que tenía dosis importantes de realismo, pero superiores de optimismo.

El doctor García Ramírez fue, como muchos de los grandes personajes, un hombre de varios mundos. Alguien que cultivó campos que parecen incluso divergentes. En todos ellos hizo aportes importantes. Sus contribuciones siempre destacaron, se reconocieron y agradecieron. A pesar de que no buscaba ser personaje estelar, siempre fue protagonista. Este papel se lo concedíamos los demás y él nunca se ufanaba de ello. Su sencillez y don de gente los apreciamos en el Grupo Soberón y en el Colectivo Unidos por la Salud de los Mexicanos en los que coincidíamos.

Las ciencias jurídicas, la tarea de juzgador, la academia y la investigación, el deporte, la administración pública, la política, lo electoral, los derechos humanos, lo penal, lo agrario, pero también las letras, la literatura, el arte y la cultura, fueron parte de sus mundos. Además, él tenía un mundo propio extraordinario. Aquel que compartía con su esposa y sus amigos. El del amor y la amistad, el de la conversación y la intimidad.

Fue un universitario cabal. Se formó en la Facultad de Derecho de la UNAM en la licenciatura y el doctorado y fue un profesor querido y valorado por más de cinco décadas. Formó parte del Instituto de Investigaciones Jurídicas y tuvo una producción académica de sesenta libros de su autoría y otros setenta en los que fue coautor, editor o coordinador. El número de artículos en revistas, de capítulos en libros, prólogos, prefacios y reseñas asciende a varios centenares. Formó parte de la Junta de Gobierno de la UNAM y, por su obra de valía excepcional, el Consejo Universitario lo designó Profesor Emérito.

En 1997 la OEA lo nombró Juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la que fungió como su Presidente durante dos periodos. Como parte de sus aportes, planteó la figura del control de convencionalidad que acogió ese Tribunal y que se aceptó ampliamente en nuestra región. En el desempeño de su tarea dejó muestras de su independencia, madurez, imparcialidad, capacidad técnica y de su profundo humanismo.

En México y el extranjero fue premiado en más de un centenar de ocasiones. El más reciente de ellos fue el Premio en Derechos Humanos 2023 que le otorgó la Universidad de Roma La Sapienza que recibieron tres profesores, uno por el continente europeo, otro por África y el doctor García Ramírez por América Latina. Su calidad profesional solo fue superada por su calidad moral y por el cultivo de los valores más elevados del ser humano: la amistad, la solidaridad, la honorabilidad, la decencia y el apego a la justicia. Por todo ello, lo vamos a extrañar.

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