Con 20 años de altibajos, en que hizo películas abrumadoramente regulares, era difícil que Kenneth Branagh se quitara la etiqueta de director mercenario. En su personal filme 19, Belfast (2021), se reivindica.

Belfast es un recorrido existencial por el aciago 1969, año en que Buddy (Jude Hill, juguetón y dulce) atestigua cómo era esa ciudad ominosa y extraordinaria. Tiene una intensa relación con su abuelo (Ciarán Hinds, cálido y afectuoso), la abuela (Judi Dench, conmovedora) y su atribulada madre (Caitríona Balfe, frágil y enternecedora), dado que su padre (Jamie Dornan, distante pero sensible) anda buscando la chuleta. Es cuando estallan los disturbios de Irlanda del norte entre católicos y protestantes.

Branagh presenta qué siente un niño de nueve años ante su hogar vulnerado por un conflicto absurdo pero sangriento.

Con la solvencia de un director que deja cualquier truco previamente aprendido, se concentra en relatar cómo se transformó la vida cotidiana.

Establece, con ligero humor, la pauta desde el inicio. Lo que presenta y cómo lo presenta, no hace de éste un filme de tesis ni político ni artificial. Sus memorias van directas a eso que ahora se llama “tejido social”, mostrándolo con fisuras, antes de desgarrarse, por estar en el lado equivocado de la cuadra. De esto, sencillo pero elocuente para los tiempos actuales, se nutre la cinta.

Branagh plantea parte del tema con inspirada estética en blanco y negro, demostrando por qué mereció siete nominaciones al Oscar (las más importantes: los dos abuelos, Dench & Hinds; Dirección, Película y Guión).

Branagh, en la cima como director-guionista, logra con sabiduría que esta autobiografía sea tan distintiva.

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