En memoria del gran colega Alejandro Hope

Aunque López Obrador no se refiere en esos términos a la democracia liberal, es claro que comparte la visión del marxismo decimonónico sobre ese régimen que tildaba de “democracia burguesa”, afirmando que sólo servía a los propósitos de las élites explotadoras. Y que, por tanto, una genuina transformación social exigía la concentración del poder. Esa idea, que fue puesta en práctica en el siglo XX en varios países, ha sido preservada y revivida por diversos movimientos y partidos políticos (el “socialismo del siglo XXI”). Es lo que varios analistas califican como “democracias iliberales” o populismo autocrático, resurgido en varios países.

Jean Werner Müller escribió, por ejemplo: “Además de ser antielitistas, los populistas son siempre antipluralistas; aseguran que ellos, y sólo ellos, representan al pueblo […] El postulado de representación exclusiva no es empírico; siempre es de marcada naturaleza moral. Cuando están en campaña, los populistas retratan a sus rivales políticos como parte de la élite corrupta e inmoral; cuando gobiernan, se niegan a reconocer la legitimidad de cualquier oposición” (¿Qué es el populismo? 2017).

No debiera, por tanto, ser sorpresa el embate de López Obrador a las instituciones democráticas, pues había elementos suficientes para saber cuál era su verdadera vocación. Entre esas señales estaba el ideario del Foro de Sao Paulo, al que Morena pertenece desde su fundación, y donde claramente se especifica la ruta en materia política. En primer lugar, debe aprovecharse la ola democrática de los ochentas para acceder al poder pacífica y legalmente. Pero una vez ahí, utilizar el poder para concentrarlo e incrementarlo en manos del caudillo, y así debilitar, controlar y, de ser posible, desaparecer los contrapesos propios de una democracia funcional. Se lee en el documento del Foro, “Consenso de Nuestra América” (Nicaragua, 2017): “No debemos olvidar que las instituciones de la democracia funcional a los grupos de poder y al imperio en la mayoría de nuestros países, han sido construidas para limitar el ejercicio de los derechos democráticos de las mayorías en función del interés de las oligarquías locales”.

Y agrega: “Cuando en un sistema pluripartidista las fuerzas políticas con opción de poder representan intereses de clase antagónicos entre sí, las instituciones se convierten en trincheras de lucha y por tanto, el uso de esos espacios pasa a ser una prioridad estratégica de la lucha mientras el viejo modelo político no haya sido sustituido por el nuevo”. ¿Cuál es el viejo modelo? La “democracia burguesa”. ¿Cuál es el nuevo? La democracia popular, que consiste en que el líder tome sus decisiones sin estorbos institucionales, pero eso sí, a nombre del Pueblo al que sólo él representa. Y así se dice sin tapujos en el Foro: “El poder popular se expresa como el control del poder político del Estado por un bloque histórico de fuerzas populares que tengan un programa que se proponga las transformaciones estructurales que emanan del estudio de la realidad en cada país […] Aparece como una propuesta y una experiencia en marcha, encaminada a superar la democracia liberal burguesa, punto de partida de nuestras transformaciones”. Y la militarización está ahí contemplada como básica, como ya ocurre en Cuba y Venezuela.

Desde luego, durante la larga campaña de AMLO, él no se pronunciaba por el modelo bolivariano, aunque muchos dirigentes de Morena sí lo hacían. En cambio, ofrecía respetar y fortalecer la democracia, y así lo ratificó recién ganó la presidencia: “Ofrezco al Poder Judicial, a los legisladores y a todos los integrantes de entidades autónomas del Estado, que no habré de entrometerme de manera alguna en las resoluciones que únicamente a ustedes competen” (9/VIII/18). Pero, como en muchos otros temas, AMLO ha hecho justo lo contrario. Y desde el poder AMLO ha demostrado su abierta simpatía con los gobiernos bolivarianos (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Perú de Castillo).

Analista. @JACrespo1

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