En la época que Martí llegó a México las puestas del sol eran bellísimas, José Martí llegaba a la redacción de la revista El Universal, así como algunos personajes del gobierno liberal, integraban un grupo dinámico discutían los temas del día, política, ciencia, economía, literatura, finanzas y toros.

Al poco tiempo después de trabajar en la revista, el coronel Villada, le pidió que se hiciera cargo de las crónicas parlamentarias, estimando que ninguno de sus redactores podía hacer los mejores reportajes o boletines a los que titularon con el seudónimo de “Orestes”, estos recogían gran parte de la vida política de México y aspectos culturales de ese tiempo.

En este ambiente, Martí trabó amistad con don Guillermo Prieto, quien había sido ministro del presidente Juárez y admiraba mucho a José Martí. Prieto comentaba que, si a la revista le hubiesen hecho falta anuncios, Martí los habría inventado.

Conoció también en la revista, al poeta Manuel Flores, de lírica erótica, a Juan de Dios Peza de estilo aterciopelado, al brillante educador don Justo Sierra de originales metáforas y a los dos Ignacios más célebres de la época, Ignacio Ramírez, que le decían el Mefistófeles de la Reforma, hombre profundamente anticlerical y progresista, y don Ignacio Manuel Altamirano autor de extraordinarias novelas y poesías que tanto gustaban en la época.

Como afirmamos era el primero en llegar y el último en retirarse. Cuando tomó confianza, empezó a participar en los debates, pronto se impuso por su talento, conocimientos, y también su emoción liberal.

El grupo se disolvía en las sombras de la noche, Martí atravesaba y caminaba meditabundo las calles del México antiguo, frente a la fachada del edificio en que vivía llegaba y lanzaba unas piedras sobre las ventanas, refunfuñando bajaban y le abrían, la puerta se cerraba a las 12 en punto.

Como sabemos, Martí llegó a México a principios de 1875, la gran nación mexicana sanaba las heridas de la injusta invasión francesa, perpetrada por Napoleón III, con la finalidad de instalar al improvisado y efímero trono imperial en México, al frente del cual instaló a un títere, Maximiliano de Habsburgo y Carlota Amalia, apoyados naturalmente por el clero, el Partido Conservador y malos mexicanos.

El presidente Juárez ya desplazado de la presidencia se condujo con una gran dignidad y patriotismo. Combatió sin cuartel aquel imperio de pacotilla. Al triunfar las armas de la República, capturó en Querétaro a Maximiliano, al Gral. Miramón y al Gral. Tomás Mejía, secuaces traidores a México, fusilándolos después de un juicio en el Cerro de las Campanas. Este es el verdadero mensaje a la posteridad, que podrá venir cualquier emperador a pisotear nuestras leyes y el territorio nacional, pero México no garantiza su salida, en todo caso, lo regresará por donde vino en una caja de madera.

Juárez fue recibido en la capital de la República, al regresar triunfante con su Ejército Republicano, con gran júbilo, el pueblo lo proclamó “Benemérito de las Américas”. Recuperó la alta magistratura de la presidencia constituyendo este acto como la segunda independencia de México.

Después de fallecer el presidente Juárez durante su tercer período, lo sustituye en la presidencia de la República don Sebastián Lerdo de Tejada, quien en ese entonces era el presidente de la Suprema Corte. Cuando Martí llegó a México, Lerdo se encontraba en la campaña de su reelección presidencial.

La estancia de José Martí en México fue fructífera, dio origen al compromiso auténtico entre Cuba y México. Podemos citar la histórica carta del Embajador de Cuba en México don Manuel Márquez Sterling, que le envió al presidente Madero durante la Decena Trágica, ofreciéndole la protección en la legación cubana, Madero no aceptó.

Otra prueba de fuego fue la conducta de México en la Conferencia de Punta del Este en enero de 1962, de la OEA (ministerio de colonias) ordenando expulsar a Cuba de ese organismo, por orden de los Estados Unidos, México votó en contra, engrandeciendo la diplomacia mexicana, autónoma y soberana.

Internacionalista.