La lucha contra la corrupción no es una bandera privativa de nadie, sino una obligación de todos. Incluso, los corruptos están de acuerdo con abatirla. Llama la atención que López Obrador se haya hecho dueño exclusivo de este deber, como si enfrentarla fuera una prolongación de sí mismo. Está muy bien que se considere el protagonista principal, pero parece excesivo que lo haga en exclusiva. Con este propósito idea una estrategia que afecta a todos los ámbitos y todas las tareas, en que no es menor la eficacia de la comunicación. Hablar, mover, agitar, todo un espectáculo para que no quede la más mínima duda de que su compromiso es verdadero y su acción eficiente.

Sin embargo, este empeño por aparentar choca día sí y día también con la realidad de sus decisiones, con sus habituales contradicciones. Porque se trata de una gran apariencia, destinada a levantar una simulación sin paliativos. López Obrador utiliza la presunta corrupción de opositores y disidentes para cubrir la de los militantes de Morena. Tanto Yeidcol Polevnsky como Ana Gabriela Guevara se acogieron a una ley para evadir impuestos. La artimaña era legal, pero no moral atendiendo a las palabras del presidente. Poco después se desató la cacería de Medina Mora que se vio obligado a renunciar a su puesto en la Corte. Polevnsky y Guevara se conformaron con responsabilizar a sus contadores del fraude y López Obrador se contentó con este descargo. De acuerdo al propio presidente, ambas deberían presentar su renuncia a los cargos que ocupan. Pero ni sucedió ni sucederá porque para López Obrador lo importante no es la corrupción sino quién incurre en ella. Sus acusaciones siempre son ad hominem. Todo indica que para la 4T la corrupción no es una prioridad excepto cuando los corruptos incomodan al nuevo régimen. Algo semejante a un ajuste de cuentas. El tráfico de influencias, el uso de información privilegiada, el desvío de recursos, el impago de impuestos están muy para los simpatizantes de Morena, pero muy mal para todos los demás. Lo cual pone en duda el compromiso sincero del presidente.

La lucha contra la corrupción es semejante a la mayoría de los asuntos de la 4T. Andrés Manuel fija la agenda cada mañana, propone los asuntos, impone juicios y opiniones. Gobierna el país como gobernó la Ciudad de México. Es la misma estrategia ahora con consecuencias más grandototas. López Obrador no ha cambiado, se apega al mismo guión del que no se separa un milímitro. Como regente, redujo la nómina del gobierno capitalino, recortó partidas económicas para financiar programas sociales con ánimo clientelar, realizó importantes infraestructuras. Todo este capital le redituó con la presidencia de México. Es lo mismo que aplica ahora.

López Obrador es previsible, se atiene a los mismos patrones, lo que permite entender su manera de gobernar. Como entonces, en la actualidad las palabras son más poderosas que los hechos, sin olvidar los videos en que sus asesores aparecían con bolsas llenas de dinero entregadas por un empresario argentino. Dice López Obrador que el presidente sabe todo lo que sucede en el país. También el jefe de la Ciudad de México lo sabía.

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