El 24 de abril de cada año, los armenios recuerdan el genocidio del cual fueron víctimas sus antepasados a partir de aquel día en el año 1915. “Este siglo me saltó encima como un lobo”, escribió el gran poeta ruso Osip Mandelstam, muerto en deportación por órdenes del vengativo Stalin. El lobo está presente en la película armenia “Larga noche” (2018). En la Edad Media existía la creencia, y hasta hoy en muchas culturas, que el Diablo podía, solía tomar posesión de alguna creatura animada, lobo u hombre, a través de un pacto, un convenio, un maleficio. El siglo XX y el XXI manifiestan que la posesión existe cuando unos hombres se abandonan al malo en masa, ya no en forma individual, para exterminar a sus semejantes.

El siglo XX empezó en 1895 con las grandes matanzas de armenios, sujetos al imperio otomano y continuó en abril de 1909 con la masacre de 30 mil armenios en la ciudad de Adana, y de un número desconocido en el resto de la provincia de Cilicia. En abril de 1915, en el marco de la guerra mundial, cuando el imperio otomano se encontraba al lado de Berlín y Viena, empezó la solución final de la “cuestión armenia”. Había tomado el poder el partido de los “Jóvenes Turcos”, partido revolucionario, nacionalista turco que, para modernizar y crear a Turquía, desistía de un imperio otomano multiétnico y multi religioso. El proyecto jacobino, sobre el modelo de la revolución francesa, de la nación-Estado, una e indivisible, le costó la vida a más de un millón de armenios, a cientos de miles de griegos y asirios. Se prolongó varios años, fue conocido en su tiempo, y reconocido por el fundador de la Turquía contemporánea, Mustafá Kemal “Atatürk”. Luego, silencio, olvido.

El 22 de agosto de 1939, al dar instrucciones a sus generales para la próxima invasión de Polonia, Adolf Hitler presentó su programa de aniquilación de varias categorías de polacos para destruir aquella nación para siempre. Al general que, tímidamente, mencionó que Alemania podría ser acusada de crímenes de guerra, Hitler contestó: “¿Quién recuerda el aniquilamiento (Vernichtung) de los armenios?”.

Por eso, año tras año, el 24 de abril, los armenios de Armenia y los de la diáspora recuerdan el inicio de la tragedia. Recordar no es odiar. Uno recuerda a sus muertos, hasta donde llega la memoria familiar. 110 años en la historia de la humanidad no es nada, es ayer: 1915-2025. Recuerdo a mi abuelo, soldado alsaciano –Alsacia era alemana desde la derrota francesa de 1870-1871– que estuvo en Turquía en 1916-1917, bajo el mando del general alemán Liman von Sanders, militar partidario de la “limpieza étnica”.

Pero los armenios recuerdan también a los “justos turcos”. Mehmet Celal Pasha (1863-1926) fue uno de ellos. Siendo gobernador de Alepo desobedeció la orden de exterminio y lo mudaron a Konya por su “deslealtad”. Salvó a miles y se desesperó porque su situación era “la de un hombre que está de pie sobre la ribera, sin ningún medio para salvar a los que se lleva la corriente del río, los niños inocentes, los ancianos sin reproche, las mujeres sin defensa… Salvé a los que pude atrapar con mis manos y mis uñas y los otros desaparecieron… para siempre”. (Memorias de Celal Bey, publicadas en 1918). Me recuerda a Arístides de Sousa Mendes, el cónsul de Portugal en Burdeos que salvó 10 mil personas judías en 1940, y muchos que no eran judíos y fue castigado por su gobierno.

Andon Akkayan, al enterarse del nombre del turco que salvó a sus antepasados y pagó con su vida lo que hizo, exclama: “No tengo mayor sueño que encontrar a sus bisnietos para besar sus manos. Por fin puedo nombrar al que nos acompaña desde siempre y para siempre”. Actualmente hay negociaciones discretas pero reales entre Armenia y Azerbaiyán, Turquía y Armenia. La memoria generosa, la que no olvida ni a las víctimas, ni a los justos, en lugar de oscurecer, prepara un futuro luminoso.

Historiador en el CIDE

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