Dentro de un año tendremos la jornada electoral más copiosa de nuestra historia. En efecto. El 6 de junio de 2021 iremos a las urnas para elegir 500 diputados federales; 15 gubernaturas; 1,924 alcaldías; 1,063 diputaciones locales en 30 entidades, y 431 juntas municipales. Estos comicios nos llaman a la reflexión pero, sobre todo, a la acción. De su resultado dependerá, en muy buena medida, el rumbo que tome nuestro país para varias generaciones de mexicanos. Sabemos que en el 2018, los ciudadanos, en su gran mayoría, votaron desde el hartazgo y por la esperanza. La oferta de transformación hacia una república fantástica endulzó los oídos del electorado. El cambio llegaría por arte de magia y por la sola voluntad de una persona. Los demás triunfos de Morena fueron efecto del tsunami que arrasó en la contienda presidencial. Así, llegó a la primera magistratura un hombre tenaz pero profundamente ignorante de la administración pública federal; pleno de voluntad, obsequioso en promesas pero carente de recetas. Paradójicamente, regresamos a los tiempos de un gobierno hegemónico, destructor de contrapesos e instituciones, autoritario, intolerante a la crítica, que no respeta la ley y a quien le estorba el pacto federal. Andrés Manuel López Obrador buscó, afanosamente, la presidencia de la república pero, una vez sentado en la silla del águila, su gobierno ha sido un auténtico desastre. Para nuestra mala fortuna, dos crisis eternas (la sanitaria y la económica) vinieron a empeorar las cosas. “Tan bien que íbamos”, se atrevió a afirmar el presidente. No, señor. No íbamos bien. La economía ya estaba en recesión; la inseguridad, en cifras récord; los feminicidios, al alza; más actos de corrupción y menos licitaciones que antes; un brutal embate contra las energías limpias y renovables, y el desmantelamiento de instituciones y proyectos vinculados a la ciencia, la tecnología y la cultura. Si todo fuera capricho de un solo hombre pero topara con un poder legislativo autónomo, otra historia sería.

El problema es que, al tener mayoría absoluta en ambas cámaras del Congreso y un gabinete pletórico de improvisados y obedientes colabores, sus ocurrencias mañaneras se convierten en políticas públicas, sin rigor técnico y sin respeto alguno por la ciencia y la legalidad. “Y mi palabra es la ley”, como diría el clásico. Así, lo que está en juego a partir del próximo año es un cambio estructural. Es evitar el colapso y reconstruir lo perdido, o heredar a nuestros hijos un país con 12 millones de desempleados y otro tanto de nuevos pobres, sin crecimiento, ni bienestar, ni seguridad y profundamente dividido y polarizado entre “conservadores y liberales” (según la muy personal visión del primer mandatario). Está en los partidos políticos formar un bloque opositor de a de veras, seleccionando los mejores cuadros posibles y disponibles en cada distrito, municipio y Estado. Hay que unirse en torno a valores compatibles y al bien común. Se debe privilegiar la democracia, la cultura de la legalidad, la división de poderes y el fortalecimiento de los órganos autónomos. Hay que mirar hacia la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible y, sobre todo, privilegiar el respeto de nuestras libertades y derechos humanos fundamentales. Donde sea necesario formar gobiernos de coalición, habrá que hacerlo. Y, de manera indispensable, hay que salir a votar masivamente pues Morena fracasó, y porque somos más, muchos más, los que queremos un cambio de rumbo. Manos a la obra.


Abogado

Google News

TEMAS RELACIONADOS