En su más reciente informe sobre las perspectivas de la economía mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) señala que China representa uno de los principales riesgos para los próximos años.

Como otras economías, la china resintió con fuerza el impacto de la pandemia. El crecimiento del PIB, que había registrado cifras promedio anual de más de 10% durante el periodo 1990-2014 y de casi 7% en 2015-2019, se redujo a solamente 2.2% en 2020. Aunque la economía repuntó más de 8% en 2021, en los dos años subsecuentes el crecimiento ha decepcionado.

Así, la economía china sigue caracterizada por una baja confianza de los consumidores, debilidad de la actividad económica y tasas de desempleo sumamente elevadas entre los jóvenes. Además, en una actualización de sus proyecciones realizada a principios de noviembre, el FMI anticipa una desaceleración gradual del crecimiento económico en China de 5.4% en 2023 y 4.6% en 2024, a una cifra de alrededor de 3.5% en el mediano plazo.

Obviamente, lo que estas cifras sugieren no es un problema coyuntural, sino un desplome del crecimiento potencial. ¿Cuáles son los factores que lo explican?

Primero, China está enfrentando el estallido de una burbuja en el mercado de bienes raíces, resultado de inversiones excesivas en el sector a lo largo de varias décadas. En un entorno de abundante oferta y desconfianza de las familias, las ventas se colapsaron y los precios de los activos inmobiliarios están cayendo. Esto representa un reto de enormes proporciones, cuya solución tomará varios años, ya que aunque contablemente el sector de bienes raíces representa alrededor de 13% del PIB, la cifra efectiva es de más del doble. Además, los bienes raíces son por mucho la principal fuente de riqueza de las familias, lo que implica que la recuperación de la confianza de los consumidores y de su capacidad de compra seguramente tomará un tiempo prolongado.

Segundo, las extraordinarias tasas de crecimiento registradas hasta 2019 descansaron en una fuerte expansión de la inversión, concentrada en buena medida, particularmente a raíz de la crisis financiera global, en el mercado inmobiliario y en infraestructura. Todavía en 2022, el cociente de inversión a PIB se ubicaba en 43.5%. Desafortunadamente, este ritmo de inversión era insostenible, dado que con el transcurso del tiempo se fueron hallando dificultades cada vez más grandes para encontrar proyectos productivos. ¿El resultado? Una caída de la productividad, un excesivo endeudamiento de empresas constructoras y gobiernos locales, y un deterioro de la cartera de crédito que ha generado riesgos importantes para algunas instituciones financieras.

Tercero, el gobierno chino enfrenta un serio problema con las deudas de los gobiernos locales, que el FMI estima alrededor de 76% del PIB en 2022, y cuyo servicio depende de manera crucial de los ingresos derivados de las ventas de terrenos y del impuesto predial. Con el deterioro de estas fuentes de ingreso, tanto la capacidad de pago de dichos gobiernos como sus posibilidades de apoyar a las economías regionales se han debilitado considerablemente.

Cuarto, la población china está envejeciendo rápidamente. La ONU estima que disminuirá en términos absolutos en 2023 y mostrará un descenso de más de 100 millones de personas de 2022 a 2050, lo que implicaría una contracción de la fuerza laboral. De hecho, la tasa de fertilidad en China se encuentra por debajo de la de otros países con un problema grave de envejecimiento poblacional, como Japón e Italia.

Quinto, la economía china enfrentará un complicado entorno internacional en los próximos años. Se espera que la demanda externa se mantenga relativamente débil por un periodo prolongado. El FMI estima un crecimiento económico mundial en el mediano plazo de 3.1% anual, por debajo de la cifra de 3.8% registrada durante el periodo 2000-2019. Adicionalmente, China podría ser uno de los países más afectados por la fragmentación en bloques de la economía mundial provocada por la pandemia y la guerra en Ucrania, a lo que habría que agregar tanto las dificultades existentes como el incierto rumbo de las tensiones comerciales de este país con Estados Unidos.

Por si lo anterior no fuera suficiente, las políticas públicas han desestimulado el crecimiento. En particular, a partir de 2015 se ha observado una mayor injerencia del gobierno en la vida económica del país. Esto ha propiciado, entre otros resultados, una mayor influencia política en las decisiones empresariales, un control más estricto del sistema financiero por el Partido Comunista y una disminución de la confianza de los inversionistas nacionales y extranjeros. En este entorno, se han observado salidas netas de capital, incluyendo de inversión extranjera directa, influidas de manera importante por perspectivas de crecimiento débiles e incertidumbre sobre las políticas públicas, aunque también por los diferenciales de tasas de interés con otros países.

Las autoridades chinas han puesto en marcha diversas medidas para estimular la economía y apoyar al sector de bienes raíces. Además, han anunciado como objetivo prioritario para el mediano plazo contener los riesgos derivados del mercado inmobiliario, los pasivos de los gobiernos locales y la debilidad de diversos bancos medianos y pequeños. Sin embargo, es mucho lo que se necesita todavía tanto para atender estos riesgos, como para resolver los problemas estructurales que empañan las perspectivas de crecimiento de la economía en el largo plazo.

En virtud de la magnitud de los retos y de las dudas sobre la voluntad política para implementar el conjunto de acciones requeridas para superarlos, el pesimismo sobre el panorama económico en China parece justificado.

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