En la película “Money ball”, protagonizada por Brad Pitt y Jonah Hill, los noticieros deportivos atribuyen al manager del equipo, y no al gerente general de los Atléticos de Oakland, Billy Beane (Pitt), la buena racha del equipo durante la temporada de 2002. Han ganado siete juegos al hilo con el método ideado por Beane, el cual estriba en hacer competitivo a un equipo de baseball con poco dinero pero mucha revisión de data. Hill, indignado, lo inquiere, “¿Oíste eso?”, ante lo que Pitt responde: “Yo oigo siete (partidos ganados) seguidos”.

Y es que pasada “la mitad del camino” a cargo del presidente López Obrador, podríamos utilizar la escena de "Money ball” para imaginar lo que el presidente se dice a sí mismo –"Yo leo 62% de aprobación”–, mientras la opinión pública y publicada forcejea con la narrativa que trata de imponer la 4T.

Cabe preguntar, ¿cómo consigue el presidente tales grados de aprobación y respaldo? Y la respuesta está en la polarización y el bipartidismo. Es ahora la forma en que buena parte de la humanidad interpreta los asuntos públicos: optar entre inconvenientes y tomar posturas en negritas, sin matices y con la rigidez de la feroz defensa.

“Anti aborto o pro aborto”, “meritocracia o Estado de bienestar”, “Estados Unidos o China”, “a favor o en contra de los migrantes”, “inclusión o privilegio”, “con AMLO o contra AMLO”, “justicia o derecho”, “patriota o global”, “fidelidad en pobreza o lujo aspiracional”. Escoja un bando, ¿para qué perder el tiempo en pensar tanto todo?

Es decir, es falso que en la democracia de hoy ejerzamos la libertad política, sino que elegimos entre un menú dispuesto por una oligarquía de partidos e instituciones. No es casualidad, son los mecanismos de venta que han penetrado cualquier intercambio social. En el consumir está el nuevo ser y el bipartidismo es un acto de mercado.

Las jornadas electorales de los años recientes confeccionan una herencia de hostilidad hacia las nuevas generaciones. La polarización y el bipartidismo tienen un campo fértil. Sí, en México existen aún más de dos partidos, pero no más de dos visiones de país. Ambos sectores lo comunican todos los días.

Recordemos lo que nos dijo el presidente hace unas semanas, cuando relató las recomendaciones que las agencias de comunicación hacen a políticos: “¿Qué dicen los publicistas que se pusieron de moda para hacer recomendaciones a candidatos? ‘Lo primero es: ponte tu moco de gorila, engomínate bien, sonríe, no dejes de sonreír y córrete al centro, a la nada, córrete al centro'''.

El centro es la nada y queda de manifiesto en cada página, minuto de aire, espacio en redes sociales. Quien no lo entienda probablemente encuentre la frialdad de la irrelevancia. Por ejemplo, y a pesar de los esfuerzos por vender una idea de progresismo, Movimiento Ciudadano tiene hoy menos diputados federales que el PT. La polarización paga dividendos.

Miremos con el rabillo del ojo que el Covid-19 pone en entredicho buena cantidad de sofismas que sostienen a la democracia liberal. Por ejemplo, la polarización y el bipartidismo que confluyen con la pandemia hacen que cada vez más mexicanos levanten la ceja al escuchar cosas como: “La Ley (con mayúscula) nos hace iguales” o “Todos los seres humanos nacemos a imagen y semejanza de Dios”.

Sin embargo, y bajo el tamiz de la comunicación política, es manifiesto también que la actual es una etapa de involución. Todo lo discutido hasta el cansancio con cada vez mayor hilaridad y despecho tiene, en su núcleo racional, más o menos tres siglos de existencia.

¿Por qué? Porque John Locke escribió los fundamentos del liberalismo hace más de 300 años.

¿Por qué? Porque el presidente es un político que llenó un vacío de más de 40 años con un pensamiento de hace 160 años (se define como “juarista”).

¿Por qué? Porque AMLO trajo de vuelta la importancia de hacer política, pero parece encaminado a desterrarla bajo la forma de la polarización y el optar entre inconvenientes.

¿Por qué? Porque el bipartidismo convierte a las instituciones en partidos “atrapa todo”.

¿Por qué? Porque en ningún espacio social, político, económico y cultural se intuye siquiera que el paradigma cognitivo deba ser cambiado y muchos menos delinear la idea de una revolución científica.

Polarización y bipartidismo será el tándem que determine las discusiones públicas durante los años por venir. Es inmediatez y sentido de pertenencia. Facilita cualquier circunstancia, equilibra el sentido de trascendencia y hace a la subversión, además de inútil, ininteligible.

En la ruta trazada por el mercado para determinar las elecciones, iremos a contiendas con mayor frenesí en el lenguaje. Enunciar a los posibles contendientes como “corcholatas”, por ejemplo. O, en el otro polo, asegurar que el Ejecutivo tiene tintes de “dictadura castrochavista” (lo que sea que eso signifique). Sin duda tendremos intercambios de enunciados cada vez más lejos del debate.

Es lo que hay. Para eso alcanza. Es lo que vendrá.

Analista.

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